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Sobre la posibilidad de una crítica moral IV

Sobre la posibilidad de una crítica moral IV
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Carlos Álvarez

Sobre el ensayo literario

Es evidente el tema que será referido por aquí; advirtamos que no serán encontradas clasificaciones del género, sino ecos de las formas del género; de alguna manera referir los ecos de un género es evidenciar el ineludible de la clasificación. La intención de este apartado es tanto ampliar la visión crítica de la literatura, como señalar la inconcebible forma del ensayo.

Volvamos a las dos anteriores preguntas: si el crítico responde a ¿cuál es el efecto de las palabras del autor? ¿Cuál es la postura vital detrás de los párrafos? Supongamos brevemente que el interés del filósofo está en responder qué sucede en una circunstancia que admite suponer poco, creando posturas sobre esta circunstancia que corren con sigilo en los ríos argumentales de los libros; mientras el ensayista toma una circunstancia que admiten incontables suposiciones, creando opiniones que corren descaradamente en los ríos argumentales de del mundo. Tendremos que admitir que la solidez argumental del mundo depende de vagas opiniones, aunque el espíritu humano menos vano se encuentra en la formalidad de los argumentos filosóficos. Admitimos que el ensayo promueve vagas opiniones, es una forma repudiable, sumamente accesible.

Nadie juzgaría cuál es la forma que posibilita las opiniones del ensayista; nos detengamos a apreciar si es que las opiniones en realidad necesitan alguna forma: la diferencia entre el filósofo y el ensayista concierne al imperio de las generalidades; el primero las evade tanto como las formula, el segundo las vindica o refuta. No es una diferencia que ha creado el indiferente lenguaje; es obvio que para vislumbrar la memoria es imposible no pasar por el titánico juez que son las formas gramaticales. La gramática y la retórica al haber dado el anhelo al academicismo de responder a las formas literarias desde el lenguaje, apela por un vínculo entre el lenguaje y la literatura; no es que varios siglos de crítica, interesada más en los acertijos humanos, fueran incapaces de vislumbrar la indudable relación del lenguaje con la literatura; es que para los acertijos humanos, una obviedad como la relación de la literatura con el lenguaje es un simple es una incapacidad. Nos limitemos por ahora a discernir entre dos formas predominantes para la expresión, o más bien los desvíos, del ensayo literario.

Si nos preocupamos por vislumbrar la fundación de un cuerpo ensayístico sobre fragmentos históricos, no tendremos un cuerpo con características visibles; o tal vez logremos cuerpo que vislumbre que su única característica es la invisibilidad de los fragmentos históricos que lo construyen. Entonces, el origen del ensayo es una incertidumbre, como concebir el verso libre en la poesía épica; es posible, pero incensario. La razón de que el medieval necesitó ser compacto para transmitir un criterio complejo de convenciones ordinarias es tan simple como innecesario sugerir que Montaigne postuló un criterio artificioso de convenciones artísticas. Si tomamos a Montaigne apuntaríamos que el ensayo es sintácticamente ocioso, y temáticamente caótico y que su naturaleza históricaes prescindible. Basta destacar que Montaigne, Bacon, el olvidado Saavedra y Fajardo, refirieron asuntos universales sin la necesidad de ser blasones teóricos, además de no detenerse a juzgar el medio por el que sus juicios estaban siendo trasmitidos.

Chesterton entonces resume bien las inflexiones del ensayo:

The distinction between certain old forms and certain relatively recent forms of literature is that the old were limited by a logical purpose. The Drama and the Sonnet were of the old kind; the Essay and the Novel are of the new. If a sonnet breaks out of the sonnet form, it ceases to be a sonnet. It may become a wild and inspiring specimen of free verse; but you do not have to call it a sonnet because you have nothing else to call it. But in the case of the new sort of novel, you do very often have to call it a novel because you have nothing else to call it. It is sometimes called a novel when it is hardly even a narrative. There is nothing to test or define it, except that it is not spaced like an epic poem, and often has even less of a story. The same applies to the apparently attractive leisure and liberty of the essay.

No sabemos si el ensayo está rompiendo la forma del ensayo, porque desconocemos la forma primitiva del ensayo. Sabemos que el estilo de Bacon, no es el mismo de Addison, de Hazlitt, de Carlyle; sabemos que entre Saavedra Fajardo y Alfonso Reyes existen distancias cerrilmente apreciables. Pero no tenemos más elementos salvo para hablar de un viejo ensayo o un nuevo ensayo, salvo temáticamente; por otro lado, resulta benéfico que no tengamos más elementos; motivo por el que nos podemos concentrar en otras formas. 

El mérito del ensayo es menos apelar por las demandas de la lógica que satisfacerlas, o incluso, revocarlas; las arenas donde serpentea el ensayo son las del dogma; a la filosofía le concierne los márgenes del dogma, no el dogma en sí mismo.  Nuevamente es admitible que el ensayo es una filosofía barata. La filosofía tiene interés por responder lossignos de alguna realidad; el ensayo habita esa realidad, prescindiendo de los signos que la componen; argumentativamente el ensayo es inmanejable; la filosofía crea inmensas cadenas de códigos verbales; tal vez la única propiedad compartida sea el titánico y raro ejercicio de la clasificación.

Por ejemplo, para vislumbrar la existencia, o la no existencia de la materia en nuestra realidad,Russell cuestiona la existencia de una silla; mejor dicho, cuestiona los datos sensoriales que intervienen en el proceso para que alguien nombre algo una mesa. Ruskin, para resolver la incierta trascendencia de un libro u otro, decide llamar a los trascendentes libros de los tiempos, a los efímeros, libros de las horas; el de las horas es una charlaque tuvo que ser escrita; el de los tiempos es un orden cadente de circunstancias que honra el porvenir.

¿Qué vislumbramos a través de esta comparación? Que mi ejemplo es una ineptitud; que terminológicamente la filosofía y el ensayo divergen; que la filosofía cuestiona los pormenores de la realidad; que el ensayo reproduce la realidad mediante pormenores; que la filosofía tiene un fin y el ensayo carece de él; suponiendo que cualquier forma carente de un fin es una ineptitud, aseveramos que esto el texto que está frente a ustedes es un ensayo.

Los anteriores ejemplos son arbitrariedades: podemos cuestionar los datos sensoriales–con todas sus implicaciones filosóficas– que intervienen para que llamemos a algo un ensayo; podríamos señalar –con todas sus implicaciones ensayísticas– que los tratados filosóficos son los libros de los tiempos y los ensayos los libros de las horas. Existe una tácita finalidad en este discurso, el cual es definir el ensayo, para lo que estamos prescindiendo de una forma lógica, pero no es posible asumir que esto es filosofía por poseer un fin o que es un ensayo por carecer de una forma lógica.

Se ha pretendido dar luces del ensayo bajo su etimología; aunque aceptemos que Montaigne funda el término del género con el título que abraza sus trabajos, tenemos que exigere en el latín vulgar refiere “juzgar”, “examinar”, “estimar” y no más. Es una incertidumbre afirmar que el ensayo es un legado medieval, pero es admisible al no existir más certidumbres que su herencia. La edad de oro que Coleridge describe “when conscience acted in man with the ease and uniformity of instinct,”es adjudicable a la forma del ensayo. En el ensayo no es existe una topografía lógica. Destaquemos que cualquier forma que prescinda de un método no es necesariamente una herencia medieval, y las formas adscritas a un método tampoco son un heraldo de la modernidad. 

Tomaré un patetismo de Chesterton: “What the world wants, what the world is waiting for, is not Modern Poetry or Classical Poetry or Neo-Classical Poetry — but Good Poetry.” El crítico colinda, a pesar de repudiarlo, con el filósofo; el ensayista, a pesar de declararse ambos, tiene una precaria relación con ellos. Si los tres toman la tarea de responder, ¿Por qué lo que el mundo desea es buena poesía? ¿Qué es buena poesía? Logramos, por parte del filósofo, impresiones universales que verifiquen si es posible nombrar una buena poesía y si esta buena poesía tiene relación con el bien humano; del ensayista lograríamos impresiones personales que validen cuál es la buena poesía que beneficia a la humanidad.  

Resolvamos varias incertidumbres con un señalamiento de Hazlitt: “There is no language, no description that can strictly come up to the truth and force of reality: all we have to do is to guide our descriptions and conclusions by the reality.” Entonces, porque la forma del ensayo sea impalpable no implica que sea inexistente; pero que los elementos de esta forma también parezcan inexistencia ya implica que su forma se gratifica de lo impalpable. El ser humano es incapaz de consumar sus sentidos, o desaíra sus sentidos en la consumación de su incapacidad. La mención de la sofistería para cimentar una tesis amplia las ilimitaciones de los pensamientos; parece, incluso, que los limitados pensamientos son accidentes del ejercicio de resolver una tesis. Un ensayista escribe por qué el estudio de la vida no debe descuidarse por el estudio de los libros; un filósofo dice qué es el estudio de la vida y cuál el de los libros. Dicho esto imposible apreciar en Berkeley y Russell alguna imprecisión argumental propia de los ensayistas, pero es posible estimar en Stevenson y Chesterton precisiones argumentales propias de los filósofos.

Si definimos al ensayo, como cualquier género literario, mediante la retórica estamos en problemas. Supongamos señalar la forma retórica del ensayo; tomemos a Montaigne; alguien señalaría que Montaigne emplea polisíndeton, silepsis, esporádicos solecismos, sentencias, paralelismos semánticos, por mencionar algunos. Esta exposición retórica es una torpeza; aunque nos ayudar a señalar que la retórica de la prosa del ensayo es limitable, y tampoco nos podemos asegurar que una prosa con una retórica limitable sea un ensayo.

El ensayo no es un género benéfico para la literatura; es un ejercicio práctico para difundir literatura. Volvamos a Coleridge: “The proper and immediate object of science is the acquirement, or communication, of truth; the proper and immediate object of poetry is the communication of immediate pleasure.”A pesar de sus caracteres adicionales y las disparidades en sus composiciones, le importa menos ser una balanza de la sabiduría que una sede del placer; en el ensayo apreciamos disparidades en su composición, pero no apreciamos caracteres diferenciales; tampoco resalta la excepcionalidad de un solo carácter que faculte la unanimidad al género; parece importarle a  medias la comunicación de la verdad y la comunicación del placer, aunque esto es destacar la excepcionalidad de dos caracteres, lo cual reafirma el impedimento de delimitar sus características. 

Es sencillo distinguir que el filósofo categoriza y el poeta es categorizado; el ensayista sabe cuándo un filósofo ha categorizado y por qué el poeta ha sido categorizado, aunque ignora por qué lo sabe. Supongamos que el ensayista es el exégeta de las convenciones para apreciar que la humanidad funciona por la edificación de –palabras de Swift– máquinas en el aire la cuales tienen los inconvenientes de estar edificadas tan altas para no ser vistas ni escuchadas. La forma satírica de Swift, que tampoco escapa de la clasificación, nos ayuda a resolver que:

Si un ensayista distingue entre el arte alto y el menor, su labor es dar materiales al lector para deleitarse con lo sublime de ciertos pasajes y demeritar lo ruin de la erudición teórica.

Si un ensayista refina la moral de su época, su labor es restringir pasajes de la sublimidad poética para deleitar con materiales de la erudición teórica y demeritar lo ruin de la humanidad.

Si un ensayista tiene que vislumbrar lo qué es la sublimidad poética, enseña a deleitarse con la vulgaridad de la erudición teórica, para apreciar los materiales que constituyen lo humano. 

Podemos distinguir que un ensayista (lo que es un crítico para Swift), ciertamente no significa el “restaurador del antiguo saber de los gusanos, de las tumbas y del polvo de los manuscritos.” Pero un ensayista sí hurga entre las urnas de antiguos párrafos sin gloria. Lastimosamente un ensayista elogia, absuelve, restringe; es un juez que construye su omnisciencia en el anonimato. El ensayista que ignora que es un ensayista enseña a encontrar los valores de las eras en la literatura de su era. El ensayista que se concibe ensayista, nombra los valores su era, para encontrarlo en la literatura de otras eras.

Nos hemos ocupado de las posibles, o imposibles, formas del ensayo; da la impresión que mientras se puedan numerar impresiones el ensayo existirá; el ensayista no parece confiar en la forma caótica de sus opiniones donde la expresión parece divergir de los testimonios; el filósofo parece confiar en la impenetrable forma de las categorías la expresión y el testimonio son uno.  Debido a que el firme método de los ensayistas es carecer de un método, el ensayista 

No es un error apreciar una forma ensayística en los discursos de Simón Bolívar, Juan Montalvo, Eugenio María Hostos, José Martí; pero es un error justificar las formas ensayísticas de los discursos sociales. Literariamente son discursos con un vestido galante que no oculta nada; políticamente son discursos de un vestido pordiosero que oculta las formas éticas más pulcras.

Mientras que The Quintessence of Ibsenism nos sirve para ver las formas del mundo de la manera que Shaw las ve; no nos sirve para ver las formas de la manera que Shaw las escribe en sus obras. The Great Tradition de Leavis nos sirve para saber con qué obras un crítico puede hacer crítica; pero no nos sirve para apreciar la universalidad de las obras estudiadas; The Future of the Novel de James nos sirve para saber por qué hablar del futuro de la novela más que para saber cuál es el futuro de la novela. Valdría la pena dilucidar que el tono profético se debe a que el ensayista aprecia que los temas no son infinitos, porque su conocimiento en las letras es vasto, además no suele enmendar sus ejemplos y sus preposiciones; el tono laborioso surge porque el ensayista aprecia que los temas son infinitos, porque su conocimiento de la literatura es estrecho y su prosa no distingue entre preposiciones y ejemplos.

Otra distinción comprensible es que el ensayo aborda temas sencillos, mientras la filosofía se ocupa de los temas serios. Parece implicar que solo por hablar dentro de la armadura de la seriedad un escrito logra vislumbrar caracteres formales de la sociedad, aunque los caracteres de la sociedad supongan ser una armadura formal, no depende de ella la seriedad de los temas. Cuando Chesterton escribe “The question of whether a man expresses himself in a grotesque or laughable phraseology, or in a stately and restrained phraseology, is not a question of motive or of moral state, it is a question of instinctive language and self-expression.” La fraseología es un accidente de los testimonios, motivo por el que los titánicos esquemas de Schelling brindan menos respuestas que la sátira de Swift. El ensayo es un medio incidental que reclama todo el demerito posible con relación a la rigurosidad de los argumentos; este medio incidental vindica que las formulas humanas no son resumibles a la rigurosidad de un género literario.

El ensayista concibe menos los temas de los que habla que las incertidumbres que lo motivan a hablar de los temas.Dentro de los géneros literarios el ensayo es el más próximoa la reforma, al apelar por una doctrina personal, sin retener la pureza de una idea. El ensayo es retóricamente impreciso, apuntando en cualquiera de los temas que se manifieste (literatura, política, etc.) a ser voz de la contemplación de las masas. 

Para concluir nos permitamos una no fútil digresión: el imperio del ensayo no se funda en el terreno de los axiomas, aunque el terreno del ensayo necesita del imperio de los axiomas. Mientras la filosofía está ocupada de resolver sus asuntos con pulcras máximas, el ensayo no tiene la preocupación de ensuciar estas máximas. Elaboremos un ejercicio de caracteres teóricos; definamos que “manner is the involuntary or incidental expression given to our thoughts and sentiments by looks, tones, and gestures.”Contemplemos también una máxima de Coleridge: “In philosophy equally as in poetry it is the highest and most useful prerogative of genius to produce the strongest impressions of novelty, while it rescues admitted truths from the neglect caused by the very circumstance of their universal admission.” Ahora, pretendamos apreciar que el siguiente fragmento, cargado de sentidos e impresiones, tiene la forma de un ensayo:

“Apprends, Marquis, je te prie, et les autres aussi, que le bon sens n’a point de place déterminée à la comédie ; que la différence du demi-louis d’or, et de la pièce de quinze sols ne fait rien du tout au bon goût ; que debout et assis, on peut donner un mauvais jugement ; et qu’enfin, à le prendre en général, je me fierais assez à l’approbation du parterre, par la raison qu’entre ceux qui le composent, il y en a plusieurs qui sont capables de juger d’une pièce selon les règles, et que les autres en jugent par la bonne façon d’en juger, qui est de se laisser prendre aux choses, et de n’avoir ni prévention aveugle, ni complaisance affectée, ni délicatesse ridicule..”

Es probable que en la historia literaria existen innumerables pasajes como el de Molière que supone la forma de un ensayo; si leemos el fragmento se aprecia una idea clara sobre el teatro, sobre su teatro. ¿Por qué si hemos negado la posibilidad de la forma del ensayo, ahora nos declaramos capaces de percibir ensayos en otras obras? Porque la certeza permanente es que un ensayo trata de decir algo, por lo que necesita de la razón o del sentido común; y hemos negado su forma porque tratar de decir algo irrumpe en la razón y en el sentido común al no decir realmente algo.Volviendo al ejercicio teórico; de acuerdo a lo dicho por Hazlitt y por Coleridge el ensayo es una manera que rescata accidentalmente las verdades; es decir, que los temas del ensayo son un accidente de una unión arbitraria de maneras, a pesar de que la arbitrariedad de los temas en las maneras del ensayo no figura de forma accidentada.

De acuerdo a las dos máximas que tomamos, no de acuerdo a los autores que escribieron tales máximas, Molière no escribe diálogos sino ensayos breves. Estas anterioresdefiniciones están más cerca de nuestro rechazo que de la fiabilidad de nuestras impresiones. No tenemos claro qué sean las maneras, o si el concepto “maneras” es importante para nuestra claridad, o si la verdad tiene alguna relación con el ensayo, incluso si ignoráramos que la verdad en el ensayo está cerca de la mentira. Ignoramos todo esto, pero podemos definir que: “el componente argumentativo de las comedias de Molière está basado en los testimonios de las estructuras ensayísticas.” Presentimos que el estado de las cosas en el enunciado es inútil; pero intuimos que el estado de las palabras en el enunciado tiene que ser útil; parece que la definición nos dice mucho porque confiamos que Hazlitt y de Coleridge dicen algo más, por lo que nos sentimos capaces de escribir qué quiere decir Moliére, y hemos teorizado. En el caso de que nuestro conocimiento sobre Hazlitt y Coleridge nos obligue a decir que está definición no dice mucho porque en los dos autores no hay nada más, por lo que sabemos que dos máximas son inaplicables a un solo fragmento de una comedia, somos evidentemente incapaces de saber qué dijo Moliére, y hemos hecho crítica. 

Que el ejercicio, tal vez vano, sirva para contemplar que si apreciamos en una definición la composición de vestigios de impresiones, nos impresionaremos de la capacidad de la teoría para hilar cúmulos de definiciones; es decir, nuestra breve teoría, basada en dos máximas, repetimos la fraseología fiando que las palabras tienen un significado inalcanzable para nosotros, y accesible solo para Hazlitt y Coleridge; el significado inalcanzable de las palabras en la teoría literaria no depende de las argumentos que se han creado, sino de los argumentos que aseveran que los significados de la teoría son naturalmente inalcanzables. Estos fragmentos más que un estudio sobre el ensayo, son un ensayo en sí mismo; la firmeza del ensayo depende de hablar de los símbolos refinados, aunque hablar de los símbolos refinados sea naturalmente una ambigüedad. 

Para olvidarnos de esta serie de ineptitudes tendríamos que apreciar la literatura como un subgénero de la oralidad. La literatura es menos un bloque discontinuo explicable mediante en el testimonio de sus géneros, que un testimonio continuo de géneros inexplicables. Para hablar antes de crítica, incluso del ensayo, tenemos que hablar de los clásicos. Finalmente, de la voz de un ensayista escuchamos qué puede hacer un hombre con la literatura, y de la voz de un filósofo escuchamos qué hace la literatura con los hombres. Los límites del ensayo no están en lo literario, sino en lo humano; aunque un ensayista no reproduce la realidad de los lectores, los lectores ansían reproducir la realidad de los ensayos.

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