Poema póstumo de Uvel Vázquez
Por José Natarén
Uvel Vázquez, (4 de diciembre de 1963, colonia Quintana Roo, Jiquipilas) es una de las voces poéticas relevantes de su generación: los poetas nacidos en los sesenta en Chiapas, -varios de ellos incluidos en antologías como Nueva poesía de Chiapas, de Óscar Wong (Katún, 1983) y otros en Poetas jóvenes de Chiapas (Gobierno de Chiapas, 1986), elaborada por el maestro veracruzano Alfredo Pavón- o, bien, aquellos autores que sin ser originarios de la entidad, han fincado su experiencia en el mundo en torno a la última frontera de la república mexicana y se les señala vinculados generacionalmente por motivos vitales y literarios, además de la coincidencia temporal, toda vez que todos esos autores han desarrollado su escritura a partir de los años 80. Entre las voces principales de la generación, contamos a Roberto Rico, Eduardo Hidalgo, Uberto Santos, Gustavo Ruiz Pascacio, Elda Pérez Guzmán, Marvey Altúzar y Adolfo Ruiseñor.
Quiero detenerme en la expresión Tautología de la soledad. Si recordamos, tautología es un préstamo de la lógica formal, de la lógica proposicional, en sí, un tecnicismo. Decimos préstamo en cierto sentido, porque las palabras son libres y son más ellas mismas, abiertas a la floración de significados, no son por entero exclusivos de una u otra disciplina. Se define tautología como la relación o fórmula de doble implicación entre dos enunciados, lo que significa que son equivalentes. Si esto, entonces lo otro; si lo otro, entonces lo primero. O, bien que, a partir de dos o más proposiciones atómicas, designadas por convención p y q, la fórmula que las relaciona siempre es verdadera -en un esquema lógico cerrado a dos posibilidades, verdadero y falso- por lo que, en esencia, la tautología es una forma de vinculación entre elementos aparente y formalmente distintos pero equivalentes, con el mismo valor de verdad siempre. (¿Acaso no nos recuerda a la metáfora, a la suprema entre las analogías, que construye una identidad entre elementos que no lo son salvo por la puesta en marcha de la inteligente poética reveladora e instauradora de hallazgos? En particular, considero el título del libro que hoy nos convoca: ¿A qué equivale la soledad? ¿Qué implica la soledad, y que la implica a ella? La soledad, esa condición infranqueable salvo por el amor y la poesía. Ese laberinto al que estamos condenados desde el nacimiento y hasta el día en el que comulgamos con la fraternidad de la vida, en el verso o en los brazos de la amada.
De manera trivial, la soledad equivale a sí misma. Por otra parte, de manera mucho más compleja, existen dos lenguajes que se distinguen por la oposición de sus singularidades y por la singularidad de su eficacia. Por su capacidad de atrapar, de concentrar las potencias que fundan: el corpus vivo de la poesía y el pétreo sistema de las matemáticas. Por una parte, en el poema se localiza el principio, la posibilidad de la experiencia poética. El poema artefacto, homúnculo, corpus, entidad viva o por vivirse en la mirada del lector, una arriesgada e infalible -se escapa a toda noción de verdad fuera de sí misma- configuración de atributos, sonoros, imaginativos y de sentido, entre otros más, que llevan a la manifestación más prístina de la condición humana, en tantos somos seres de lenguaje y de deseo cuya esencia, la libertad y la contingencia, está traspasada y constituida por símbolos vivos y palabras danzantes. Por otro lado, el teorema, donde el curso de la lógica marcha sin piedad entre una equivalencia y otra, en un despliegue de tautologías, justamente, hasta revelar un enunciado inferido, un conocimiento que no existía hasta ese instante, cuando ingresa a los aportes y al patrimonio del pensamiento formal, exacto, científico y verdadero. Cuando pensamos del conocimiento matemático, hablamos de verdades y falsedades restringidas al ámbito de la razón y de la descripción objetivo de la naturaleza, de carácter universal. Al pensamiento puro cuando nos centramos en las estructuras lógicas, a las álgebras del álgebra, a la idea de la idea. La poesía, es, por el contrario, la verdad más personal, lo absoluto particular de quien escribe, elaborado de forma que ya no es del autor, sino del lector, de su pueblo, de su tiempo, del lenguaje: la poesía, forma de verdad y belleza, de conocimiento de la realidad y de los abismos y cimas de lo humano, fundación de un espacio habitable, es de sí misma, como las matemáticas se pertenecen y autorefieren, la poesía sólo es expresable por la poesía, el canto por la voz que canta, la voz por el canto en el que se manifiesta en su más pura singularidad. No obstante, ambas se tocan en aquellas intuiciones trascendentales. Como acertó Leibniz, “Dios canta álgebra”.
Más allá del título, nuestro poeta está con nosotros para proclamar el triunfo de la vida y de la palabra sobre la silenciosa iniquidad que intenta humillar a todo a aquel que se yergue como la voz de su pueblo y el espíritu de su época, como conductos, medios y a la vez consecuencia como partícipes de las causas del zeitgeit y el volkgeist que definieron con preclara inteligencia los pensadores-poetas del Romanticismo alemán. Porque el poeta es el hijo amado de su comunidad, porque es quien reconcentra las emanaciones fundamentales del lenguaje colectivo -somos en tanto somos diálogo, un habla/escucha con y al otro-, es el pararrayos que atrapa el relámpago del ser y lo filtra como una expresión viva, es el que habla a nombre de la comunidad y al que la comunidad reclama y pide que no se lleven las furias, ni las parcas, las gorgonas. Uvel nos dice en el poema inaugural:
¡Que no se vaya el poeta gritaban!
Cien mil veces cien campesinos
El poeta se fue con la frente el alto
Te vas para no volver
Los siete brujos taparon los caminos del poeta.
Al poeta le pusieron alfileres y listones rojos, amarillos y verdes
Colgaron al poeta en una cueva,
Los oscuros le hicieron tanto daño al poeta,
Sin que les hiciera nada.
Y efectivamente, porque el poeta ejerce la más inocente y a la vez la más terrible de todas las ocupaciones. Y a nuestro poeta, quiero recordarle lo que dijo un maestro nuestro, Óscar Wong, cuando nos instruía en la fe versicular, cuando nos repetía la Tríada irlandesa del siglo XIII:
Es mortal mofarse de un poeta, amar a un poeta, ser un poeta.
Por eso advierto, cuidado a quienes ataquen al poeta. Y callo. Y ahora escucho al poeta Uvel Vázquez proclamar con la fuerza de la existencia más poderosa, con ese equilibrio entre lo natural y lo celestial, entre lo humano y lo sagrado, entre lo universal y lo particular, decantando lo abstracto reconcentrando su palabra en la sentencia concreta, en el diagnóstico de un suceso que, por real, es poderoso. Escuchemos, nos dejemos llevar por el tono oracular, grave de su poesía:
El poeta no murió a pesar de la maldad.
Los oscuros pensaron que lo habían asesinado, no fue así.
Los oscuros convertidos en perros negros enormes rodearon la casa del poeta.
Y en esta Tautología de la soledad, libro de los grandes temas de siempre, la soledad, la muerte y el amor, Uvel se hermana con todos los apaleados, los sufrientes: con Vallejo y Miguel Hernández, con Lorca fusilado, con Celan y Primo Levi arrojados a los brazos de sus destinos. Y se hermana con Huidobro Homero, Dante y Bécquer. Es un poeta con cultura literaria necesaria y con la experiencia vital y el don cultivado con la disciplina y la pasión que dan los frutos luminosos del verbo. Quien lo niegue, está equivocado. Esto es palpable en el poema Poética, sui generis composición cuya tensión central sucede entre la reflexión sobre el oficio de nombrar las esencias y el erotismo. Inteligencia amorosa y pasión de la razón. Destaco su lectura y asimilación de Pessoa, del heterónimo de sí mismo, uno de cuyos versos se apunta como epígrafe de la sección Panfleto, una de las conforman esta sólida unidad -la esfera cuyo centro son todos los puntos, como en la noción spinoziana- junto a los apartados Escritura sobre el óleo Un libro intenso, bello y lleno de hallazgos, desde la ternura hasta la imprecación, desde la esperanza hasta la amargura, desde la furia agónica y la calma del deceso. Desde el más allá de la poesía que es el más acá de nuestra condición, Uvel nos dice:
Mi nombre fue olvidado como todo lo que hice.
Los que cargaron con mi muerte.
Cargaron con mi soledad hasta el infierno
Lo que no fue olvidada es su poesía, porque esta no se hace, ni sólo se escribe: la poesía se poetiza, se inventa, se edifica, se crea, se hunde en los costados del vacío para inaugurar el rayo en medio de la noche original, la primera palabra refulgente y fecunda en todo tiempo.
A decir de José Gorostiza “La poesía, (…) es una investigación de ciertas esencias, -el amor, la vida, la muerte, Dios- que se produce en un esfuerzo por quebrantar el lenguaje de tal manera que, haciéndolo más transparente, se pueda ver a través de él dentro de esas esencias”. En el libro de Uvel Vázquez, lo vemos a él, nos vemos a nosotros mismos, vemos a su pueblo y a los oscuros, vemos a los seres y a las cosas, a cada persona, animal y objeto, a cada espacio que nombra en cada uno de los poemas de este libro que representa una victoria de la resistencia contra la voracidad del mundo y sus embates. Enhorabuena a mi poeta hermano, vamos a descifrarnos en el milagro de este encuentro designado poesía.