Igual que hoy precisamente (sábado catorce de octubre de 2023), del espectáculo natural por venir, creo, ya estábamos avisados, pues íbamos a la escuela y escuchábamos la radio por las tardes-noches. Sin embargo, cuando a las diez u once de la mañana de ese día, comenzó a encapotarse el cielo, luego vino la penumbra y después la sombra… inmediatamente niños y adultos nos cobijamos debajo del techo que encontramos próximo.
Los gallos comenzaron a espabilarse y a cantar. Bandadas de pájaros por el cielo recuerdo haber visto, o quizá luego me contaron sobre ellos. Los perros ladraron en jauría―aunque algunos aullaron como coyotes, acongojados―, y a lo lejos, desde las orillas de la ciudad, perfecto recuerdo algunos sonidos de tambores, latas viejas y sartenes.
Sucedía esto, naturalmente, en mi pueblo, en La Concordia de los Cuxtepeques. Martes siete de marzo de 1970, tres días antes del viernes sagrado, el de la festividad del Señor de las Misericordias. Toda la semana era de días de asueto por la Feria del Cuarto Viernes y, yo andaba haciendo algún mandado justo en la plaza central, por entre los pabellones coletos, los toldos de los juegos y loterías, y las carpas de los juegos mecánicos.
Tenía apenas diez años, quizá estaba en cuarto grado de Primaria, estudiaba en el colegio de las monjas, el Colegio Juan XXIII y, nunca supe si mi Bobby ladró en el patio de nuestra casa, igual que los del parque. Recuerdo eso sí, a la gente que vi en la feria ese momento. Entre ellos a mi primo grande Romeo Cruz Castro, quien aprovechaba estos días para vender a los comerciantes agua del río, apoyándose en un burrito y cuatro barriles. Igual que por ahí andaba Pedro, el famoso Pedrito vende-pan, hijo de América y nieto de tía Celidonia Zúñiga.
Por esos años y durante todo el tiempo anterior ―desde toda la historia, la prehistoria y hasta el amanecer de los tiempos originales―, por acá, en Chiapas, en Centroamérica, en México y en toda la vasta Mesoamérica, todos alguna vez creímos que, durante los eclipses, el sol arriesgaba el pellejo. Que corría el riesgo de no volver a iluminar al planeta, y que entonces la madre tierra se marchitaría. Que la luna se comía al sol, o que el sol se comía a la luna.
Por eso la gente tronaba durante estos espectáculos celestes, astronómicos; asociados a la luna por las noches, o vinculados al sol por el día. Hacían escándalo y golpeaban y sonaban botes, cubetas, sartenes y tambores, para liberar al sol de la luna y de la obscuridad. Para salvar al sol de las fauces del jaguar negro, del jaguar de la noche. O bien, liberar a la luna de las garras del sol, del monstruo devorador de hombres. Razón por la cual, en estas ocasiones, las mujeres embarazadas no salían de casa, se ocultaban lo más que podían, cubrían su vientre con paños negros o rojos y… ¡Fastidio tremendo sufrían quienes se exponían a los eclipses!
Los infantes que, en el vientre de su madre eran accidentalmente afectados por los rayos de la claridad de los eclipses, eran a la postre los llamados “comidos por la luna”: las y los niños que nacían con los labios, la lengua o la nariz disforme o incompleta, quienes padecían Labio Leporino y paladar hendido. Pero, además, estos días y noches de eclipses de sol o de luna eran jornadas aciagas, infaustas. Como de cierta desazón, tensión y zozobra, pues no se sabía a ciencia cierta qué ocurría en el cielo, o qué podía ocurrir inmediatamente después. Se consideraban estos accidentes de la naturaleza, potenciales fuentes de catástrofes, mal tiempo, sequía, terremotos, calamidad, etcétera. Anuncios que oteaban el porvenir.
Y esto ocurría, ocurrió y seguramente aún ocurre en los diferentes rincones del mundo. En donde por fuerza haya surgido o permeado alguna sociedad, nación, cultura o civilización, igual en Chiapas o entre indios norteamericanos, como en Croacia, Nóvgorod, Namibia, Singapur, o en la Patagonia. Cientos, miles o quizás decenas de miles de mitos y leyendas asociadas a los eclipses, e incluso a la sempiterna puesta u ocultamiento del sol. Única alternativa de explicación para los eventos astrales, cuando no existía más que la narración mítica de estos trastornos o regularidades del universo para comprenderlos.
Historias, mitos, leyendas y mitologías intrincadas, inventadas por la inteligencia humana, para intentar comprender los eclipses lunares que hoy sabemos, ocurren cuando la tierra se interpone entre el sol y la luna en la estación de la luna llena o plenilunio, de donde surgen eclipses totales, parciales y penumbrales. Y los eclipses solares: cuando entre el sol y la tierra se interpone la luna nueva u oculta, y de ello brotan eclipses totales, parciales y anulares. Estos últimos ocurridos durante la vida particular de los de mi generación en estas fechas:
Siete de marzo de 1970, treinta de mayo de 1984, once de julio de 1991, diez de mayo de 1994 y hoy catorce de octubre de 2023… mientras que la red digital informa que el siguiente eclipse ocurrirá dentro de 23 años, el 16 de enero de 2056.
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