Carlos Álvarez
Que para discernir lo que bueno y elevado se requiere más de un carácter dócil que agudeza de sentido es una máxima poco gratificante para quienes persiguen la sabiduría en toda índole de talentos, y poco curiosa para quienes no se alborotan cuando algunas de sus más duras ambiciones son causa de algún mal o de alguna miseria. Nunca he considerado que las imitaciones impliquen regresar a una parte de remota de la razón, porque nunca he hallado una razón concreta para considerar que la originalidad es algo verdadero. Hay bastante de buen sentido en las siguientes palabras de Carlyle: “¿Qué parte del explotable pasado, cuyo polvo y ruinas oscurecen por doquier los aires, gravitará continuamente hacia nosotros, remodelado, cincelado, y transformado, para que nuevas formas, condiciones y figuras pueden enriquecernos y nutrirnos nuevamente? ¿Cuáles serán aquellas partes cuya heredad aun conserve combustión para ser ceniza y llamas del ajetreo universal? ¿Qué será aquello que ya en su forma gaseosa se eleva sin conocer de los beneficios de la gravitación y ascienda sobre los vientos de los desiertos para siempre?” La idea de Carlyle es que por más menester que tengan las artes en la naturaleza industrial de los hombres, más industria tienen los dones contemplativos con la naturaleza humana de las cosas. Hume tuvo la misma idea: “Las artes deben hacer un abrigo decente, la naturaleza será la produzca un hombre.
En las artes siempre se ha requerido de cierto grado de novedad para efectuar los tímidos procedimientos de la observación y representar los supersticiosos poderes de la interpretación. Que Swift haya hecho imitación de Horacio dirigida al público irlandés prueba que fue bastante adorador de las sensaciones racionales, y bastante negligente con los respetuosos y muy poco creíbles esfuerzos puramente técnicos; significa que era un farsante que no exigía del conocimiento del público la sumisión incondicional a la que está acostumbrado un lector que tiene conocimiento de los clásicos y desconocimiento de ideas que se encargan de los principios más generales de la existencia; significa también que un farsante es mucho más honesto que un moralista, porque la naturaleza de la verdad es imperfecta, y porque la única parte verdadera de la moral es la de no ser perfecta.
Siempre habrá tantos detractores del sentido como los habrá idólatras de las artes; no estoy seguro poder considerar la etapa actual más aventajada de literatura que la de hace un siglo. Coleridge consideró que en las épocas más avanzadas de literatura ningún modelo de escritura dependería del más licencioso -y eso no exime a las artes de emplear los más dignos- de los ingenios sin que fuera elaborada de forma pueril una comparación muy completa de las influencias, sin que el más obvio de los argumentos resulte algo remoto. Nadie podría reprochar a Tasso falta de ingenio por haber tomado de Fulquerio de Chartres el argumento de su Jerusalén; lo mismo podríamos considerar el Don Juan de Byron y sus precedentes; algunas imitaciones y traducciones no gozan de la misma suerte.
Mi argumento es el siguiente: la historia de la literatura se sume en un inenvidiable desprecio por los principios más evidentes, y un secreto apego a las abstracciones menos desproporcionadas. Cualquier obra que se apegue a estos principios no tan secretos, sin importar la desconsideración que sus estructuras tengan por los géneros, tendrá una recepción agradable los experimentados en los principios racionales, y cierta estima por los experimentados en los aspectos tan formales como aburridos de la contemplación.
Alguna vez elaboré con poca fortuna esta imitación del prólogo de “Don Juan” de Byron:
Ha de ser el bien de honor esencia,
y han de ser espadas y derrotas,
el saber de yerros, más no sentencia.
Algunos hay que solo en ellos piensan,
otros que en el furor lo entienden todo,
ya todos en el todo se interesan,
y solo por la nada hallan modo.
Que Odín al misterio aconsejado,
que son semblantes raros y divinos
y todo bien un mérito desviado.
Bob Southey quien de versos muy laureado,
y por la gracia de una raza coronado,
que si no hay entre las gentes razas
seguro son merecimientos clases,
fueran tus versos ortodoxas lanzas
fueran tus lides libertarios trances:
no desearon verdad, dicha y suerte,
de loor Homero fueses renegado,
más que una sospecha fuese tu arte,
y no gorrón de penas alabado.
Con mayor fortuna gozaron los siguientes versos imitar la idea de los Sonetos de Coleridge a Ilustres gentes:
A Fray Luis de Guevara
Grato don de saber encarecido,
siendo los brutos montes penas nuestras,
blando el cielo en cristal endurecido,
rebajaron las penas de maestras,
a todo bien y mal un accidente,
a la naturaleza vil tormento,
al dolor de favor irreverente
y al Todo mero firmamento.
Ya sembradas, Fray, fueron tus nociones,
labrando a secas loor y desvergüenza
del prejuicio santo y sus blasones.
Cultivadas sin mengua tus virtudes
por grato olvido que sabrosas penas
rareza y gloria fueron esclavitudes.
La memoria no es más que un objeto deficiente; con mucha frecuencia las ideas que hemos deseado conservar desaparecen por motivos desconocidos para siempre de forma lamentablemente gradual, y de forma irremediable cuando los métodos del entendimiento que pretenden vindicar las emociones más elevadas del ser no contemplan la incoherencia con la que nos apegamos de una manera u otra al olvido. Un pretexto introductorio han sido estas palabras para le exposición futura de una serie de imitaciones.