Carlos Álvarez
Es suficiente apreciar cualquier teoría sobre las afecciones y las pasiones para apreciar que toda idea es tan inconstante como cualquiera de nuestros prodigios corporales, y considerar muy en serio que cualquier elemento que componga el conocimiento es algo accidental y fácil de perturbar. Ruskin llegó más lejos declarando que el razonamiento podrá ser admirable, las conclusiones de una doctrina verdaderas, pero toda ciencia ese eventualmente deficiente en su aplicabilidad. Podemos apreciar que todo el conocimiento tiene una base similar: está fundado en un entusiasmo por aplicar en las nuevas costumbres ideas mucho más antiguas de lo que un admirador de la novedad podría creer, y cierta repugnancia por resoluciones conferidas y vindicadas por los poderes nada peculiares del sentido común.
De Quincey dice que existe una noción en todas las pruebas que tengamos de la superficialidad del conocimiento, y que a su vez se trata de un error que plausiblemente se entromete con nuestras impresiones más naturales: “dondequiera que exista una gran difusión del conocimiento debe existir una dosis de superficialidad; una prodigiosa extensión implica una adecuada motivación de intenciones débiles; si el conocimiento gozara de una expansión como la del mar, cubriría aguas poco profundas y grandes profundidades.”
Ruskin observó que ningún tipo de consagración hecha por un número inmenso de personas debería darnos la impresión que la dignidad de una obra es promovida por la capacidad que el público tiene para discernir lo que es virtuoso, sino a una victoria gradual de las ideas más grandiosas que, por fuerzas que nadie soportaría apreciar como algo inmanejables, son capaces de prolongar los bienes al punto que ninguna facultad mezquina pudiera dudar de ellas, o ningún moralista pudiera mortificar nuestras pasiones con los voluptuosos lenguajes que son justificados por el tráfico de razones que cualquier ser vivo padece, o que permiten a racionalistas ocasionales perturbar el mérito mediante su parte indolente.
Hume considera que al estudiar nuestras incertidumbres resultaría inmediatamente despreciable todo esquema y búsqueda de felicidad; de este modo y por encima de tener consecuencias benignas en nuestras interpretaciones sobre los conceptos más ilustres, todo conocimiento terminaría por ser superficial. Así como es imposible contemplar un objeto por el mismo motivo, y con la misma emoción, dos veces, es igualmente desproporcionado para el beneficio de nuestra probada inestabilidad mental, considerar que el conocimiento es superior cuando es más profundo.
Es imposible someter a un examen cualquiera de los órdenes de nuestra vida sin comparar la capacidad que cualquier objeto tiene para ser entendido y para esconder sus fines prácticos; por eso nos resulta casi imposible declarar que lo que entendemos por la parte profunda del conocimiento suelen ser alegaciones abstractas. Hume también consideró que ni las baladas más vulgares están del todo abandonadas por cierta armonía; De Quincey no pudo responder del todo a si es más valioso ser de conocimiento estudioso o comprensivo; se atrevió a decir que el interés de la erudición persigue la profundidad, y los intereses individuales obedecen a la comprensión. En cualquier caso, el conocimiento superficial o, mejor dicho, toda obra que sea producto de las casualidades tiene la capacidad de producir un efecto debido bajo cierto esfuerzo, y el resultado de esa observación puede ser algo placentero para cualquier persona sobre la faz de la tierra.