Sr. López
El primo Emilito, de los de la rama materno-toluqueña de este menda, nació con un sistema neuronal parecido al del primo Danielito, como de molusco. Emilito, tal vez por su porte (1.47 de estatura, 35 kilos de peso -mojado-, pelos de elote y piel color filete de pescado), tiene muy feo el carácter (tiene, por que vive), siempre ha sido muy caprichudo y sus berrinches son bíblicos, cosas ambas que le fomentó su mamá, la tía Tacha (Anastasia), con la infalible fórmula de consentirle todo. Otra cosa tiene el primo: el dedo meñique de la mano izquierda le mide como medio centímetro (con todo y uña), detalle que él parece no notar.
Es el caso que un día, Emilito se puso necio en aprender piano. Y dale y dale hasta que no hubo más remedio y tía Tacha lo llevó a la Sala Chopin, donde un desconcertado maestro de piano no encontró caritativa manera de explicarle que no hay pianistas de nueve dedos y dijo que sí, que se lo llevaran. Años y años fue a tomar clase cada tercer día y las presentaciones “en concierto” de cada fin de curso, eran un espectáculo “kinky”, con la familia aplaudiendo cada vez menos. Luego lo intentó con la guitarra y dejó su carrera musical hasta cuando Pepe, el más impresentable primo que tenerse pueda, le dijo que mejor probara con las maracas.
Se lo cuento no sé por qué. Pero así como no hay competidores ciegos de tiro con arco ni directores de orquesta, sordos, está visto que entre más complicada es una disciplina, más características exige al que la practique. La política siendo el oficio más difícil, por muchas razones (la principal: que su materia de trabajo es la gente, barro de cualidades impredecibles que igual es dócil que indomable, crédulo que cínico, generoso que díscolo), obliga a que sean muchas y variadas las habilidades del que se dedique a ella.
Por eso, los que se emplean en la política con éxito (y no vuelva a decir “buen éxito”, purismo de carcajada, que no hay “mal éxito”, pues la palabra se refiere al feliz resultado de lo que se hace), los que se dedican a la política, repito, deben tener muchas capacidades, muchos dones y aptitudes, entre las que no son menos importantes, la presencia que impone (no porque tengan que ser grandotes, sino porque deben tener esa cosa rara que llamamos personalidad); la buena memoria, el aprendizaje rápido, el hablar fluido y coherente, la capacidad de convencer (pero convencer en serio, como para hacer que la gente use bufanda en Acapulco o compre ventilador en Alaska)… y sí, lamentable pero obligadamente, deben ser buenos mentirosos (que no estamos hablando de política ficción sino de la real y verdadera).
Parece que al tenochca estándar, a cualquier miembro del peladaje simplex como nosotros, eso no hay ni que decírselo, pero puede haber alguien que no lo sepa: los políticos -no se me ponga triste-, deben ser buenos para engañar. Imagine a alguno dedicado al arte de gobernar que no pueda faltar a la verdad: no habría seguridad nacional, el tipo andaría soltando la sopa por todos lados y dejando hacerse públicos asuntos de Estado reservados al más estricto secreto; y también le sería imposible coronar sus empeños si fuera mal mentiroso y mal mentiroso es en primer lugar el que dice cosas increíbles, pues principalísima virtud (?) de una mentira bien dicha, es que debe ser creíble. Y no vea en esto, alusión ninguna a nuestro actual Presidente, por más que inaugure obras sin terminar, tan fresco.
Insisto: le juro que no sé de dónde ni por qué se le ocurre a su texto servidor hablar en estos días de temporada navideña, de estas vulgaridades, pero, en fin, dejemos fluir la inspiración (no se ría).
Los más nobles ejemplares de la política, diciendo mentiras son de campeonato olímpico y mundial. Nada más por decir un par, recuerde a Gandhi, quien se encargó de organizar y promover el Cuerpo de Voluntarios Hindúes, que combatieron al lado de los británicos en la guerra de Sudáfrica, en la que los flemáticos soldados de monóculo, mataron gente que dio contento y se quedaron con todo ese país… y Gandhi sigue con su fama intocada de prócer de la no violencia. ¡Esos son mentirosos! Sí, los titanes de la política a la hora de decir mentiras, hacen suertes charras con la lengua. El otro ejemplo es Charles De Gaulle, quien en plena campaña para ser Primer Ministro de Francia en 1958, fue a Argelia, entonces colonia francesa, al borde de la revuelta a causa de un separatismo ya imparable y don Charles fue a soltarles un discurso en el que dijo: -“Yo comprendo a Argelia” -haciéndoles creer que si ganaba les facilitaba su independencia-… pero ¡tengan su liberación!, ganó, se hizo pato y acabó aquello en una sangrienta guerra que finalizó hasta 1962 con la independencia de Argel… pero, el De Gaulle quedó con su aura de santo civil. Y no le pongo como tercer ejemplo a don Benito Juárez porque está en el santoral nacional, pero don Benito hacía serpentinas con la verdad.
Factor común de todos esos y los demás que en la historia universal son grandes… decían mentiras creíbles, no ofendían a la gente diciendo embustes evidentes. ¡Ah!, y otra cosa: engañaban cuando la mentira era necesaria para el bien de los intereses del país, no de los de ellos.
En los tiempos de campaña electoral que corren, se recomienda poner atención a los “compromisos” de candidatas que digan lo que les conviene a ellas según el público ante el que hablen, porque una vez en el poder, seguirán mintiendo como recurso a su fracaso, siguiendo el ejemplo de la actual comalada de políticos modelo 4T, con su líder a la cabeza, que abusan hasta el escándalo de su siempre impune decir mentiras.
Hace falta tipificar el delito de “fraude social”, que consista en penar con prisión a los que terminen los cargos para los que fueron elegidos, sin cumplir justificadamente sus promesas de campaña. Parecido al Juicio de Residencia de cuando éramos Nueva España y los virreyes permanecían aquí hasta que se revisara su administración. Bueno, eran otros tiempos.