Querida Mariana: mi amigo Rubén es aficionado al fútbol soccer, qué digo aficionado ¡es aficionadísimo! Él, cuando hay transmisión de algún partido se pone en “modo avión”, se encierra en su recámara (donde tiene una tele de esas enormes) y no está disponible. Todos en su casa saben que no deben molestarlo, ni aunque haya incendio en la casa o se aproxime un huracán. Es aficionadísimo, qué digo aficionadísimo ¡es un pambolero al ciento por ciento!
Los seres humanos nos aficionamos por algo, a esas aficiones dedicamos muchas horas de nuestra vida, esas horas nos llenan de goce, nos dan motivos para sentirnos bien, les dan sentido al día a día.
Los aficionados al fútbol destinan muchas horas a su trabajo cotidiano, pero no dejan de pensar en el momento en que se sentarán frente a la tele para ver el partido. Hay muchos compas que disfrutan ver el partido en compañía de amigos y amigas, compran las cervecitas y la botana y comentan las incidencias. Los admiro, porque no siempre se reúnen todos los aficionados de algún equipo. He visto (en serio) reunidos a varios aficionados que le van al Guadalajara y al América. Esto es como tener reunidos a gente que vive en el infierno y gente que vive en el cielo. Ah, no preguntés quiénes son los ángeles y quiénes los diablos. Sólo cuando juega el Toluca tenemos la certeza de que sus aficionados son los diablos.
Ni vos ni yo somos apasionados del fútbol soccer, pero sí vemos partidos de vez en vez, sí disfrutamos los partidos que juegan en los llanos. A mí me gusta ver el ambiente de los estadios (de lejitos, porque ahora hay muchos violentos y muchos que beben cerveza en exceso y vos sabés que soportar a un bolo requiere de mucha paciencia).
Vos sos apasionada del cine y de la lectura, más del cine, porque es tu vocación. Claro, tu pasión te permite ver cine a cualquier hora. Si no llegás a una función comprás boleto para la siguiente o vas al otro día, además tenés la oportunidad del streaming, lo que te permite ver cine en tu casa a la hora que deseés o podás. En cambio, el aficionado al fútbol tiene citas estrictas. Los que acuden al estadio Azteca, en la Ciudad de México, o en el campo de La Pilita Seca, o en el Estadio doctor Roberto Ortiz Solís, en Comitán, deben acudir minutos antes del inicio del partido. ¡Sólo eso faltaba, que esperaran a los más aficionados para comenzar un partido! Pucha, ya miro al árbitro diciendo: “Tenemos que esperar porque no ha venido el profe Negro Gómez”. ¡No! El partido comienza a la hora en punto. Por eso, veo a muchos amigos que dejan trabajos pendientes, porque el partido está por comenzar.
A mí me gusta la lectura, es mi pasión, es parte importante de mi vida. No tengo el problema que tiene el aficionado del fútbol. A la hora que lo desee puedo leer, por eso, digo yo, los aficionados al cine y a la literatura somos menos aprensivos que los aficionados al fútbol.
¡Además!, y esto sí les provoca insomnios y desasosiegos: hay épocas en el año que hay pausas en los torneos. Cuando un equipo de fútbol gana el campeonato se decreta un receso. ¡Dios mío! En este periodo, los futbolistas profesionales descansan, pero los aficionados “profesionales” entran en una etapa de brutal ansiedad, los veo como canarios sin su alpiste, brincando de un lado para otro en la jaula, qué digo canario, son leones enjaulados, van de un lado a otro, se topetean en los barrotes, sus miradas se transforman. Gracias a Dios, en estos tiempos tienen paliativos. Rubén está inscrito a canales de televisión que transmiten partidos de fútbol de todo el mundo, así que cuando hay receso en la liga mexicana entra a ver partidos de la liga italiana, francesa, inglesa, argentina, o de Marte o del Sol. Ahí está el alimento, pero, la mera verdad, es que el aficionado al América o el aficionado al Tigre, o el que le va al Puma, o el que le va a Las Chivas o a los Xolos, se sienten así, solos, sholos, bien sholitos, nada les compensa de esa emoción que la mayoría de veces es frustrante. Lo único que los mantiene vivos en esos periodos de receso es la esperanza de que el próximo torneo serán ¡campeones! Ay, padre, al final terminan pasando de panzazo al grupo de ocho equipos que disputan la final, y se quedan detenidos en la primera ronda.
Por esto digo que los aficionados al fútbol soccer son más aprensivos que quienes somos apasionados a la lectura de ficción. Los lectores no entramos en ese tobogán que se llama competencia. Los lectores no hipotecamos nuestra vida como sí lo hacen los aficionados al fútbol, éstos (a veces desde niños, impulsados por sus papás) se convierten en fanáticos de algún equipo, su pasión la mantienen de por vida, incluso hasta la muerte, digo esto porque vos has visto en panteones algunas tumbas pintadas con los logotipos del equipo que siguieron en vida.
Nunca he sido aficionado al fútbol, pero he estado como aficionado en el estadio doctor Roberto Ortiz Solís y en el Estadio Azteca. Siempre lo hice con los amigos. En algún momento escuché que en la radio anunciaban que llegaría a Comitán las reservas del Cruz Azul, muchos de ellos se volvieron jugadores del primer equipo profesional, así que fui a verlos jugar en contra de la Tejedora de Goles, mote con el que se llegó a conocer la Selección de Comitán. Fui a ver partidos donde, en los años setenta, jugaron los integrantes de “Maderas de Comitán”, vi al portero Gerardo, “el hombre de hule”, hace atajadones en el marco que defendía. Mi querido amigo Chuy es el mero mero conocedor de estos hilos, porque él sí es un aficionado de hueso colorado y posee una memoria privilegiada.
No he conocido un solo lector que sea fanático de un escritor o escritora. ¡No! Los lectores somos todo terreno, leemos de todo, sabemos que hay muchos autores y autoras que son grandes creadores. Jamás he visto que un lector se trence a chingadazos con otro, porque Vargas Llosa es mejor que Gabriel García Márquez y digo esto porque sí he visto a gente darse de catorrazos porque las Chivas son mejores que los Pumas. ¡Ay, Señor!
Ya lo dije, el fútbol conlleva un ingrediente que es como chile piquín: la competencia. Cuando se compite todo mundo quiere ganar. He visto concursos escolares de declamación donde medio mundo grita, se empuja, porque el veredicto levanta enconos. En muchos partidos de fútbol los aficionados discuten si fue o no penal.
Por esto, dentro de las competencias deportivas las que me gustan más son aquellas donde no hay motivo de duda. En las carreras de cien metros ves, en forma clara, quién pasa primero por la línea de meta. No hay motivo de duda. En el fútbol soccer hay muchos elementos que se prestan para el chanchullo. A cada rato escucho comentarios acerca de sobornos a árbitros y de jugadores. Los lectores no nos vemos sometidos a tales incertidumbres. No hay motivos de disputa. Leemos y si algún libro no nos satisface lo abandonamos; por el contrario, disfrutamos mucho a los grandes.
El momento donde la competencia aparece es cuando conceden el Premio Nobel de Literatura, pero los millones de lectores no se rasgan las vestiduras. Los millones de seguidores de Murakami viven sin frustración al ver que, de nuevo, su escritor favorito no recibe tal galardón. Y esto es así porque la lectura no tiene como ingrediente principal la competencia, elemento que sí está presente en el fútbol soccer. Incluso, en la cascarita callejera el juego consiste en ganar, en meter más goles.
Los veo insatisfechos cuando no hay competencia nacional. A los aficionados les hace falta esa emoción que reciben cada semana, incluso las competencias de la lotería deportiva tienen menos clientes cuando la jornada es internacional. Muchos aficionados desconocen a ciencia cierta las estadísticas del fútbol inglés, no es lo nuestro. Lo nuestro lo nuestro es el Tigre, las Chivas, las Águilas, los Xolos, los Pumas, los Diablos.
Posdata: no soy gran aficionado al fútbol, pero de vez en vez veo partidos en la tele. Lo disfruto, porque como no tengo un equipo de preferencia no hago corajes cuando pierde tal equipo. Soy alguien que disfruta el deporte sin el ingrediente de la competencia. Cualquiera pensaría que soy un tibio, que no disfruto al máximo ni sufro a grados de impotencia. ¡No! De igual manera no soy aficionado a la escritura de Murakami, lo leo y reconozco sus limitaciones, pero no hago corajes.
¡Tzatz Comitán!
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