Querida Mariana: como vos, como medio mundo, tengo un muro en Facebook. Soy un viejo adaptado a la tecnología. Algunos amigos me envían solicitudes de amistad, quieren entrar a ver lo que en mi muro aparece. Algunas amigas feministas critican que yo diga que mi Paty es mi Paty, les enerva este sentido de posesión. Lo hago para decir que es mi pareja desde hace muchos, muchísimos años. ¿Cómo explicar que, como dijo la protagonista de una película del Indio Fernández, en los años setenta: “tú eres tú y yo soy yo”? Mi Paty es ella y yo soy yo. Lo digo en forma afectuosa, en el mismo sentido que digo que en el Facebook tengo mi muro, así con el posesivo, porque ahí publico lo que deseo y comparto lo que me da la gana. Por eso, perdón, cuando alguien (por lo regular es gente que tiene identidades falsas) escribe ofensas en mi muro no lo permito. ¡Sólo eso faltaba! Que en una de mis paredes llegara la gente, con sus manos enmierdadas, a llenar de lodo lo que procuro esté limpio.
En Comitán, lo sabemos desde siempre, han circulado anónimos. Qué cobardía. Amparados en la sombra avientan sus desechos, lo que ellos acostumbran comer. Antes de estos tiempos tecnológicos enviaban cartas sin remitente. A veces, el cartero soplaba su pito (sin albur), salíamos a recibir la correspondencia y hallábamos un sobre con nuestro nombre, al rasgar el sobre encontrábamos un mensaje anónimo donde vaciaban su rencor, miseria y envidia. Ahora, los insanos también se adecuan a los tiempos y usan el Internet para aventar su mierda, lo hacen a través de identidades falsas. Dos o tres “amigos” hacen comentarios hirientes, llenos de caca. En cuanto veo una publicación hiriente la elimino, la mando al mismo costal donde ellos alimentan su estupidez.
¿Qué esperan? ¿Que yo permita que sus estupideces sigan manchando mi pared, mi muro? Por supuesto que no. Muchos amigos, igual que yo, les recomiendan que su mierda la expongan en sus muros, porque, igual que yo, también tienen paredes.
Mi muro está hecho de bajareque, huele a limpio. Mi muro nada tiene que ver con el Muro de Berlín, ni con el que levantan los gobiernos estadounidenses para evitar la entrada de latinos. ¡No! Un día, no sé cómo, entré al Facebook y recibí (por generosidad de los dioses de la cibernética) mi muro. Lo agradecí y juré respetarlo, mantenerlo agradable, que fuera una ventana dichosa. Dos minutos después sentí pánico porque advertí la feracidad de este medio de comunicación y estuve a punto de irme, pero una amiga me dijo que no me fuera, que habría marimba y confeti, me quedé, no me arrepiento. Mi muro, como el de millones de personas, es una ventana para que los amigos y amigas se asomen y vean cómo es mi casa virtual, a veces expongo mis deseos, lo que anhelo para mi pueblo, comparto lo que mis amigos y amigas enseñan; a veces, soy humano, caray, en mi muro aparece, hasta el fondo, la cuerda donde está mi ropa puesta a secar, se ve, perdón, alguno que otro calzón y alguna que otra camiseta rota. Pero, en términos precisos, mi muro contiene un mural pintado con emoción, con cariño, con mensajes de paz, de concordia. Si veo pringues de sangre me precipito con un trapo a limpiarlo. No soporto la mierda, por eso, no permito que gentuza escriba obscenidades o pendejadas. Me encanta recibir mensajes inteligentes, llenos de luz, albures inteligentes, pícaros, sensuales. Bueno, con decirte que ni siquiera soporto las imágenes de mujeres voluptuosas corrientes, y eso que, vos me conocés, soy un admirador de la figura humana femenina, pero no me gusta lo vulgar, lo detesto, me encanta lo sublime, lo sugerente. Por esto no admito solicitudes de mujeres hijas de la serpiente, me encanta recibir solicitudes de amistad de chicas que huelen a albahaca, que tienen mirada de vuelo de colibrí.
Posdata: ¡sólo eso faltaba! Que yo permita que rayen mi cuaderno, que agarren sus hojas para limpiarse el jonís. ¡Sólo eso faltaba! Que lleguen los acosadores, los miserables, los que son felices haciendo bulling y avienten sus mediocres espantapájaros. ¡Que se vayan por donde llegaron! ¡Que vomiten en sus propias endebles paredes!
¡Tzatz Comitán!
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