Querida Mariana: una marca cervecera puso de moda la palabra “chingón”, dice que su marca es “el sabor chingón de México”. Ah, qué chingones.
En los años sesenta hubiese sido inconcebible una campaña publicitaria semejante. Al Loco Valdés, famoso comediante, lo vetaron en la televisión porque se aventó un chistorete donde, a propósito, dijo que Don Benito Juárez era “Bomberito Juárez”, un chiste bobo, pero que molestó a las autoridades gubernamentales. En los años sesenta estaba prohibido decir palabras altisonantes en los medios de comunicación (en radio y televisión, sobre todo; en la prensa escrita algunos periodistas tenían el valor de escribir palabras que eran sancionadas por la Liga de la Decencia).
Hoy, los medios de comunicación son más permisivos y hay algunos comentaristas que se pasan de vergas, palabrita ésta que está en la boca de todos los chavos del país. Uf. Espero que el uso indiscriminado la convierta en algo común.
Me haría tonto si dijera que la palabra se utiliza en la primera acepción del diccionario, donde los marinos la empleaban para designar una parte del mástil, una vara horizontal donde se sujetaba la vela. ¡No! En esta patria (y en muchos otros lugares de Latinoamérica) designa al pene. Hoy me da mucha risa, porque muchas muchachas usan la palabra para nombrar a cualquier persona. Por ejemplo, si un amigo las molesta ellas dicen: “¡Ya, verga!”, si tuviéramos qué traducir diríamos que la chica está diciendo “¡Ya, pene!”, que resulta algo sin mucho sentido, porque significaría que todo mundo varonil o femenil (porque también lo emplean para chicas) tendría horma de falo. Dios mío, parece una película surrealista, dirigida por Jaime Maussan.
Digo que los mexicanos somos chingones, porque en la más reciente lista de probables ganadores del Premio Nobel de Literatura apareció el nombre de una escritora mexicana, después de muchos años de no estar en la lista de candidatos. No me sorprendió hallar en la lista de nominados el nombre de Elena Poniatowska, ella ha ganado ya todos los premios posibles, en México y en Hispanoamérica. Bueno, con decir que el año pasado fue reconocida, nada más y nada menos, con la Medalla Belisario Domínguez, que otorga el Senado de la República. Los comitecos no lo celebramos tanto, porque nuestro candidato era el comiteco doctor Roberto Gómez Alfaro, un excelente médico humanista, un hombre chingón.
Octavio Paz, a la fecha, el único escritor mexicano merecedor del Nobel de Literatura, en su libro “El laberinto de la soledad” hizo un análisis chingón de la palabra chingar, vocablo que los mexicanos usamos en toda la gama de valores, desde lo más ramplón y miserable hasta lo más excelso. Decimos que tal persona es chingona y esto puede significar que es molestosa o lo contrario: es genial, valiosa.
La Pony (ya dije que en forma personal no me cae muy bien, pero sí reconozco que es valiosa en su labor literaria. A mí me gusta mucho su novela: “Querido Diego, te abraza Quiela”) apareció en la lista de los candidatos a recibir el premio literario más prestigioso a nivel mundial. No sé cuál fue su reacción al ver su nombre en la relación. Sin duda que se sintió bien. Por supuesto. Todos los escritores sueñan con la obtención del premio, claro que sí.
El simple hecho de que su nombre aparezca entre los candidatos convierte el hecho en algo no simple, la mención ya es un gran logro, su nombre aparece entre los grandes escritores del mundo, esto sólo reafirma algo que mi amigo Luis Aguilar siempre ha reconocido: México es uno de los países más importantes en el plano cultural. Tenemos grandes carencias, grandes dificultades, somos un país que no avanza en el desarrollo social como debería ser, pero en el plano cultural somos fregones, chingones. Sus artesanos y artistas realizan obras de excelencia. Y como muestra acá está el botón: La Pony ya fue nominada a obtener el Premio Nobel en 2023. ¡Nadita!
Posdata: parafraseando a la empresa cervecera diríamos que el valor chingón de México es ¡la cultura! “Semos” chingones, todos ustedes.
¡Tzatz Comitán!
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