Querida Mariana: he disfrutado bibliotecas. Disfruto la biblioteca de Comitán. Con las bibliotecas me sucede lo mismo que con las cantinas. Pucha, qué comparación tan boba.
A ver, cuando estudiaba el bachillerato, a principios de los años setenta, la biblioteca pública estaba en el edificio de la presidencia municipal de Comitán. Era un lugar húmedo, con escasa iluminación natural. No era un lugar agradable. Ya en tiempos de la presidencia de mi admirado Gonzalo Ruiz Albores (en paz descanse) se inauguró la biblioteca con estantería abierta; además del concepto genial para acercarse a los libros el edificio donde inició fue un lugar con buena iluminación (la planta baja y el mezanine donde ahora funciona la oficina de Megacable); luego, la biblioteca fue trasladada a un edificio que ahora está de moda, el anexo de lo que fue el mercado de Jesusito, obra que creó el famoso arquitecto Candela. Ahora ahí está el Mercado de Artesanías. Es un edificio con suficiente iluminación, porque los laterales tienen cristalería. Después de estas mudanzas, el lugar donde ha permanecido más tiempo es el actual: el edificio que ocupó la gloriosa Escuela Federal Belisario Domínguez y que ahora comparte con el Museo Arqueológico de Comitán. Esta biblioteca tiene buena iluminación, pero el mojol de lujo son las mesas que están en uno de los corredores. A mí me encanta estar ahí, entro, busco un libro en la estantería abierta, aviso que estaré afuera, enseño el ejemplar y ahí disfruto la lectura, la disfruto en medio de un ambiente natural, porque el edificio tiene un patio central maravilloso, con un jardín bien cuidado, lleno de sol cuando hay día brillante y con lluvia agradable cuando el cielo se desgaja. En dos ocasiones me ha tocado ver llover y vos sabés que odio mojarme bajo la lluvia, pero amo ver llover sin mojarme. El patio de mi casa actual es muy pequeño, pero crecí en una casa que tenía un patio tan generoso en espacio como el que tiene la biblioteca, así que algo de la cinta infantil me vuelve a rodear. Ah, me siento tan bien. Ese ambiente me permite concentrarme con la lectura, pero, asimismo, me permite hacer pausas para ver, desde lejos, la entrada de alguna muchacha bonita, los pasos de gacela, la sonrisa de pozol encantado.
¿Por qué digo que con las bibliotecas me sucede lo mismo que con las cantinas? Porque en las bibliotecas existen grandes acervos literarios, gozosos alimentos espirituales, pero no me seducen si el edificio no tiene suficiente iluminación; lo mismo pasa con las cantinas comitecas, muchas (por no decir la mayoría) tienen riquísimas botanas y bebidas disfrutables, pero si están en ambientes cerrados, llenos de paredes, con poca iluminación, el gozo de la convivencia mengua. Me encantan las bibliotecas que tienen jardines, disfruto las cantinas al aire libre. Ah, qué sabroso leo una novela o un libro de cuentos cuando el aire corre con la misma libertad que lo hacen los pajaritos y las mariposas; ah, qué sabroso se bebe una cerveza y se come el chicharrón de hebra cuando la cantina está rodeada de árboles y no hay más pared que el muro del aire.
La biblioteca comiteca es un espacio agradable, entro y salgo rapidito, sólo entro para buscar el libro, pero salgo para sentarme en una de las mesas que están en el corredor, busco el asiento más lejano de la puerta, el que me permita apartarme del mundo sin salir de él. Cuando entro siempre admiro el retrato de Rosario Castellanos que pintó el maestro Güero, gran artista. Ambos fueron amigos entrañables, siguen juntos, como cuando jóvenes, cuando platicaban y acudían a tertulias que se llevaban a cabo en casa de otra güera, la Pulido. Pucha, somos un pueblo mestizo, pero en Comitán hemos tenido güeros famosos, admirables: la güera Pulido, el maestro Güero, el güero de la basura, el güero Becerril (cronista).
No me gustan las bibliotecas oscuras, tampoco entro a cantinas cerradas, me encantan los espacios libres. Disfruté la Biblioteca Central de la UNAM, bien iluminada, pero fui totalmente feliz cuando pedía un libro con préstamo a domicilio, cuando lo recibía iba a Las Islas de la propia Ciudad Universitaria, buscaba un árbol para recargarme y leía con emoción, al aire libre, suspendiendo tantito la lectura para ver el desfile de muchachas bonitas que pasaban frente a mí, riéndose, platicando, contoneándose bien coquetas, simpáticas, sensuales, bellísimas.
Posdata: qué bendición para Comitán gozar con una biblioteca bien iluminada, con mesas de lectura en los corredores, cinta que rodea el maravilloso patio central.
¡Tzatz Comitán!
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