Sr. López
Seguro se acuerda de la tía esa que le conté, de las ultra católicas de Toluca, que tenía fama de ligera de faldas aunque jamás anduvo más que con su marido. La cosa fue así, el esposo la dejó y meses después, volvieron, normal; otra vez la dejó y sí se divorciaron, para volver a casarse poco después y -rigurosamente cierto-, divorciarse otra vez y de nuevo se casarse para entre risitas en el juzgado, divorciarse por tercera ocasión. Hasta ahí, nada más negaban con la cabeza en la familia pero la mala fama la hizo cuando se supo que era amante de planta del señor ese que algo ha de haber tenido- Ella alegaba que no era su “querida”, porque por la iglesia era su esposa. Bueno, sí, pero ante la ley él tenía otra. ¡Ay!, tía Maruca.
Con inusitada anticipación, el tema de moda es la sucesión presidencial. Pareciera que una parte de la sociedad (muy menor, no se ilusione), está muy atenta a quién será designado por el actual Presidente como candidato a sucederlo, casi dando por hecho que será quien asuma el cargo, lo que está por verse aunque sea lo más posible y hasta conveniente dada la vocación incendiaria del señor de Palacio quien sin duda, desconocería cualquier resultado electoral adverso a su sacra voluntad, y no se conformaría con otro plantón en Reforma sino en todas las plazas del país, oficinas del INE y el Trife, pase lo que pase, que pruebas tenemos de su imprudencia política y su imbatible terquedad.
Aparentemente el proyecto político del Presidente es ese, triunfar en las elecciones del 2024, aunque por ‘interposita persona’, muy a su pesar, porque la Suprema Corte negó dos veces la ampliación de mandato como argucia para sortear la no reelección, la primera en mayo de 2020 cuando por unanimidad declaró inconstitucional que se alargara el mandato del gobernador de Baja California, el impresentable don Bonilla; y la segunda en noviembre de 2021, cuando decidió lo mismo, también por unanimidad, respecto de su propio Presidente el extraño señor Jekyll Zaldívar. Sí, dos veces, dos.
Como el Presidente siempre está a las vivas, cuando estaba ardiendo el asunto del Bonilla, se anticipó a los mal pensados y el 11 de julio de 2019, diez meses antes de que la Corte resolviera, declaró muy orondo que no haría propuesta al Congreso para alargar su periodo presidencial (muy amable), y remató de pecho diciendo que son otros tiempos y que “los legisladores no son empleados del Presidente” (cuando les manda iniciativas con recado de que no les cambien ni una coma y así se las aprueban, es de cuates, nomás por no pegarle un colerón… ni la burla perdona).
Como el Presidente parece sospechar que así como que mucha confianza no da su palabra, en la mañanera del 25 de julio de 2019, firmó ante la fe del notario Público número 30 de la CdMx, Rafael Arturo Coello Santos, su compromiso de no reelegirse porque, dijo, no tiene ambición de poder y porque sus seis años de gobierno le alcanzaban muy bien para transformar a México (lo bueno es que Dios no concede caprichos).
Sin embargo, ponga atención, después de firmar su compromiso, siete meses antes de que la Suprema Corte rechazara por inconstitucional la ampliación de mandato del
Ministro Presidente Zaldívar, el 21 de abril de 2021, desde su tribuna matutina, dijo: “Si se amplía el periodo, que no es reelección del Presidente de la Corte (…)”. ¡Áchis!
Por supuesto no hubiera sido reelección pero sí fraude a la Constitución. Francisco I. Madero no estaba babeando la camisa cuando planteó el sufragio efectivo, no reelección y ni se le ocurrió que alguien fuera a salir con la puntada de que prolongar el mandato no es reelección.
Conviene recordar que la frase del sufragio efectivo no reelección, realmente no es de la autoría de don Panchito, no, que el tema estaba muy presente entre la clase política desde tiempos de la República Restaurada (por ahí de 1867), porque la gente estaba un poco harta de las reelecciones de Santa Anna y… sí, de don Benito Juárez, que tenía mucho apego por La Silla.
Fue don Porfirio Díaz el que usó el lema de “libertad electoral y no reelección”, en su Plan de la Noria de 1871 contra Juárez, que se había reelegido por cuarta ocasión (con maniobras raras del Congreso, porque no ganó las elecciones… es otro tema, ahí luego). Se alzó don Porfirio en armas, Juárez se murió de un infartazo y asumió la presidencia de la república Sebastián Lerdo de Tejada, como interino porque era presidente del Tribunal Supremo y como también se quiso reelegir, don Porfirio se volvió a levantar en armas, ahora con el Plan de Tuxtepec, de 1876, otra vez proclamando la “no reelección”.
Esta vez sí derrocó al gobierno don Porfirio quien luego ganó las elecciones de 1877, siendo candidato único. Y lo demás ya lo sabe, aunque para ponerle sal y pimienta al episodio, se le recuerda que don Porfirio modificó la Constitución de 1857, prohibiendo la reelección, sí, pero añadiendo una línea que rezaba “excepto después de un período de cuatro años”, lo que cumplió aunque luego, mejor borró eso y tan fresco se acomodó en La Silla 30 años con 105 días. El porfiriato.
Siguiendo la pícara tradición de no respetar nada, ya terminada la Revolución, Álvaro Obregón mandó modificar la Constitución de 1917, se reeligió, lo mataron. Luego Plutarco Elías Calles estableció el “maximato” (él era el “Jefe Máximo de la Revolución”… bueno), y mangoneó a los presidentes Emilio Portes Gil, Pascual Ortiz Rubio y Abelardo L. Rodríguez; llegó Lázaro Cárdenas a la presidencia, soportó a Calles los dos primeros años de su sexenio, pero se cansó y lo echó fuera del país en 1936. Cárdenas organizó ese PRI tan mal recordado que nos gobernó el resto del siglo.
Parecía que el país ya estaba curado de espantos y aunque otros presidentes tuvieron malos pensamientos, por amor al pellejo, ni lo intentaron, hasta que llegó Salinas de Gortari que sí quiso instaurar su propio maximato, impuso a su candidato, Colosio, y se lo mataron.
Y colorín colorado. A ver quién es el macho.