Sr. López
Tía Chula (Herlinda), era un dulce y su esposo, tío Toño, un buen tipo, pasado de rico, aunque mandón. Tuvieron cinco hijos varones que ya adolescentes, protestaban mucho ante su mamá por las órdenes de su papá. Así las cosas, tía Chula -a solas-, explicó a tío Toño que ya era tiempo de que las decisiones las tomaran entre todos, que fuera democrático, le dijo. Aceptó el tío y esa misma noche, cenando, les dijo que para el fin de semana proponía, como siempre, ir a la casa que tenían en Cuernavaca, pero que lo decidieran democráticamente entre todos. Acapulco ganó la consulta. Tío Toño, sin alzar la voz, dijo: -Cuernavaca… y se acabó la democracia –y ya.
Que los once ministros de la Suprema Corte de Justicia de la Nación, sean elegidos por voto popular, es la nueva propuesta presidencial, como cuando regía la Constitución de 1857 (con la que gobernó Porfirio Díaz, por cierto).
Aunque sea un detalle sin importancia en estos tiempos, se debe mencionar que NO ES CIERTO que el pueblo entonces elegía a los ministros, no, nunca. El artículo 92 de la polvosa de 1857, decía: “Cada uno de los individuos de la Suprema Corte de Justicia durará en su encargo seis años y SU ELECCIÓN SERÁ INDIRECTA EN PRIMER GRADO (…)”. Mayúsculas del tecladista.
Y la elección indirecta en primer grado consistía en que los ciudadanos de cada sección electoral, elegían electores primarios y luego, esos integraban un Colegio Electoral que elegía a los magistrados. El pueblo elegía a los que nombrarían a las autoridades, con un detallito: los electores designados, a veces se elegían a sí mismos magistrados. Y por cierto, fíjese, así se elegía al Poder Legislativo y al Presidente de la república (artículo 76 de la Constitución de 1857). Ya se imaginará cómo se elegía en cada sección a los electores primarios… ni se enteraba la gente, el mandón de cada lugar hacía lo que le pegaba la gana.
Desde antes de la Constitución de 1857, había elecciones indirectas en primer grado y al menos desde 1846, los diputados de la capital del país pugnaban por “la necesidad de terminar con el sufragio indirecto para robustecer y fortificar el imperio de las mayorías sobre las minorías siempre injustas y opresivas”. Vaya.
Luego, Francisco I. Madero, tan inquieto él, en su Plan de San Luis (5 de octubre de 1910), atacó rudamente la elección indirecta en primer grado de los magistrados sosteniendo que así, el Poder Judicial era un órgano al servicio del Presidente (don Porfirio, no se distraiga). Igual Carranza, quien propuso en su proyecto de Constitución del 1 de diciembre de 1916, que los magistrados de la Corte fueran electos por el Congreso de la Unión sin intervención del Poder Ejecutivo.
En el Congreso Constituyente en 1917, primero mandaron a volar a los distraídos que sugirieron que los magistrados de la Suprema Corte fueran elegidos mediante voto popular (por urgente y obvia rechifla), y quedó establecido que el Congreso de la Unión en funciones de Colegio Electoral, elegía a los magistrados de la Suprema Corte, de entre
los candidatos propuestos por los congresos estatales, y cero intervención del Presidente. A todo dar.
Bueno, eso estuvo vigente hasta que en 1928, Álvaro Obregón, que de revolucionario pasó a traidor, como tenía pensado reelegirse Presidente, reformó la Constitución poniendo al Poder Judicial enterito bajo sus sacros calzones. ¡Chin!
Sea lo que sea, ayer, los 22 gobernadores morenistas, apoyaron la propuesta presidencial de elegir mediante voto popular a los magistrados de la Corte, diciendo entre otros dislates, que así era en la época juarista. No, damas y caballeros, no. Cuando Juárez fue ministro Presidente de la Corte, fue nombrado por elección indirecta en primer grado y durante los largos años que fue presidente de la república, así se siguió haciendo. Habían de asesorarlos sus asesores. Digo.
Mientras Morena y rémoras no tengan los dos tercios más uno de los votos necesarios en el Congreso para reformar la Constitución, la Corte no corre peligro, pero luego quién sabe. Y cuando se está en estas, a veces lo mejor es llevar las cosas al extremo, a la reducción al absurdo. Por eso:
Propone este López que no solo sean elegidos en las urnas nacionales los once ministros de la Corte, sino también todos los 1,437 magistrados y jueces del Poder Judicial de la Federación. Todos, los del Tribunal Electoral, los del Consejo de la judicatura, todos. Sí, lo parejo es parejo. El pueblo manda… y es sabio (no se ría).
Ya luego nos explicará alguien si los candidatos a jueces y magistrados, serán postulados por el Presidente, por él y el Congreso o por los partidos políticos. Porque en los detalles está el chiste. No nos vayan a salir con que el Presidente propone a los candidatos o los ‘palomea’.
También se propone que dado el éxito obtenido, los miembros del gabinete presidencial y los de los estados, también sean elegidos por voto popular. Claro que sí, que ahora no representan a nada ni a nadie, como dicen de los magistrados.
Y de particular importancia es que los titulares de la Auditoría Superior de la Federación y cada una de los estados, también se elijan por voto popular.
Y sin miedo al ridículo, que por voto popular se decidan los impuestos porque, oiga usted, como están las cosas, el ciudadano no tiene defensa alguna y es una sacadera de dinero que no sabe uno en qué bolsillo acaba. Sí, ¡viva la democracia!, que cada año se haga la consulta popular para decidir qué impuestos pagamos, de a cómo va a estar y en qué se va a gastar. Nada de que con dinero de todos los mexicanos se hace una refinería o un trenecito: si todos ponemos dinero, todos decidimos. Sí, señor.
¡Ah!, y fuera bueno que ratificáramos los artículos 40 y 43 de la Constitución, para que los estados libres y soberanos, mediante voto popular, decidan si seguimos siendo república o si prefieren independizarse, que nadie les ha pedido parecer, nunca.
Nada contra la voluntad popular, ¡viva!, ¡viva!, hasta que quedemos con dictador y sin país.