Sr. López
Desde su infancia, a este rasca teclas le resultó llamativa la indiferencia del mexicano estándar ante los hechos históricos, o sea, esos suficientemente bárbaros o sublimes como para después, aparecer en los libros que tratan de eso, de historia. Tal vez sea otra característica nacional; tal vez no. No importa. O sí.
Regresaba este menda de la escuela el 22 de noviembre de 1963, viernes, y enterado de la noticia por los voceadores que gritaban en las calles, vendiendo el extra de la prensa, nomás entrar al domicilio paterno, soltó con la emoción de que iba a llamar la atención: -¡Mataron a Kennedy! –y la subcomandante Yolanda (mamá le decían otros niños a las suyas), sin voltear, tapando la cacerola del arroz, respondió: -Córrale por el pan que ya va a llegar su padre –y fue corriendo el tecladista porque cuando hablaba de “usted” era cosa seria. Después ya con el paterfamilias atacando su sopa aguada de pasta, insistí: -Mataron a Kennedy –y dijo lacónico: -Come y calla -claro que luego, con los años, los oí hablar del trepidante asunto.
Años antes, el 27 de septiembre de 1960 (fue lunes), formados todos en el patio de la escuela para “la salida” (en esos tiempos los alumnos pasábamos la mitad del tiempo formados, tal vez siga esa práctica pedagógica y sea el origen del instinto del mexicano a hacer cola; nos digan o no que nos formemos, nos formamos), y el director, don Ismael Tapia Díaz al altavoz, en lugar de las amenazas-avisos cotidianos, nos informó que el presidente López Mateos, ese día había “nacionalizado la electricidad”. Ya en la banqueta se lo comuniqué a la subcomandante (todavía iban por uno), y dijo, cimbrada por el notición: – Se te cayó un botón de la camisa.
Como se ve, vocación periodística no se fomentaba en el hogar paterno, pero fuera de su seno tampoco, que en las tertulias familiares no fueron tema la caída del dictador Fulgencio Batista el 1º de enero de 1959, cuando entró Castro a la Habana, asunto opacado por el numerazo que hizo en la cena de año nuevo una tía a la que se le subieron las copas (y las faldas); ni el incidente de Tonkín en 1964, cuando Vietnam del Norte nomás por pura puntada acosó con tres lanchitas a dos destructores y dos portaaviones yanquis, y con eso que nunca pasó, bastó para que ya formalmente los gringos bombardearan ese país nueve años; cosilla -la de Tonkín-, que pasó desapercibida por la explosiva noticia del embarazo de Silvita, una prima que iba para monja (luego ya no).
Sucedía más o menos lo mismo con los amigos, con la diferencia de que a ellos sí les decía su texto servidor que eran unos animales (y ellos respondían que no tenían la culpa de que uno hubiera nacido de 40 de edad), pero era desesperante que saliendo de una asamblea estudiantil en pleno 68, con la sangre en hervor contra el gobierno (sin agravios personales, la verdad), los “compañeros” organizaran en lugar de una barricada callejera, una ida al cine a ver “El Planeta de los simios”, en bola, para no pagar la entrada.
Esta actitud del tenochca promedio, los sociólogos la confunden con una actitud estoica ante la vida y no es eso: es que nos importa todo un pito (aplican restricciones: la mejoría del estado que guardan las nalgas de la señora Guzmán, es un alegrón colectivo y una derrota del Tri, depresión masiva).
Nomás para que no ponga en tela de juicio que nos abanicamos con lo que sea, le recuerdo que no hay nada más sagrado para este nuestro pueblo -incluidos comunistas, jacobinos y ateos-, que la Virgen de Guadalupe, y cuando en mayo de 1996, el abad de la basílica, Guillermo Schulenburg, negó el milagro, negó la existencia de Juan Diego y dijo que la sagrada imagen era “producto de una mano indígena”, no salieron las masas enardecidas a lincharlo ni le incendiaron su casa: no pasó nada; y el granuja ese de vida “non sancta”, murió en su camita a los 93 años de edad, en 2009.
Si esto es una característica de los auténticamente mexicanos, tal vez explique, al menos en parte, una peculiaridad de nuestra vida pública que es única en el mundo: acá las masas van a las manifestaciones populares organizadas por las autoridades -en pro o en contra de cualquier cosa-, mediante pago, en efectivo y en especie -torta, fruta y refresco-, más transporte (y últimamente, con grupos musicales, para amenizar la cosa). Los acarreados son creación 100% mexicana. Eso no se le ha ocurrido a nadie del resto del mundo, porque se necesita una psicología muy especial para ir, ora a apoyar algo, ora a denostarlo; una vez para oponerse a reformas, la otra para apoyarlas; y es más extraña la psicología de nuestros líderes oficiales que dirigen encendidos discursos a esas masas que saben les han pagado ellos para que bramen y les aplaudan (no es alusión a ya sabe quién, pero sí aplica). Por eso las huelgas de maestros son en días hábiles y levantan sus campamentos en cuanto son vacaciones. Por eso el deporte nacional es bloquear caminos, calles y carreteras, sin que nadie se abra paso acelerando el coche. Por eso. Porque todo nos importa un pito.
Ahora mismo el tenochca simplex con tranquilidad de lama tibetano, contempla cómo nuestro Presidente reta, insulta y se burla de nuestro tradicional e histórico enemigo: el tío Sam, y nadie ha pensado en juntar comida para encerrarse en su casa cuando nos invadan, porque saben que no nos van a invadir y que si nos invaden, tampoco pasa nada, si acaso y ya en muy mal plan, unos cuantos muertos y ya, listo.
Y por lo mismo el gobierno yanqui no entiende que no haya una oleada de indignación nacional contra el gobierno ahora que oficialmente informaron la semana pasada, que la lucha contra la delincuencia organizada del gobierno es una birria. Suponían que iban a meter en un problemón a nuestro Presidente pero no, él sabe cómo somos y gobierna como gobierna confiado en que por nuestras venas corre melcocha.
Olvida que este mismo pueblo, allá de vez en cuando, incendia la pradera. Sí, las de cuidarse, son las aguas mansas.