Sr. López
Le comenté hace años que algún día en que el planeta esté más o menos en paz, no va a faltar el ocioso que se ponga a estudiar nuestra Constitución o la otra posibilidad, es que a algún alemán se le ocurra escribir un tratado sobre nuestra manoseada; le van a salir 50 tomos, ya ve cómo son los alemanes.
¿Es en serio?… ¿hay que celebrar el cumpleaños 106 de nuestra Constitución?… ¿nuestra Constitución es nuestra norma suprema?… ¿de veras?
Nuestra Constitución, promulgada el 5 de febrero de 1917, es un refrito de la de 1857, elaborada por los liberales durante el mandato del presidente Ignacio Comonfort, quien la juró el 5 de febrero (sí, el mismo día pero de 1857). Era tan pero tan acertada esa Constitución de 1857 que logró dividir y enfrentar al país, entre liberales y conservadores, dando origen a la hemorragia de la Guerra de Reforma que duró tres años. Luego, por la segunda invasión francesa (la primera fue la ‘Guerra de los pasteles’, de abril de 1838 al marzo de 1839), y la llegada de Max y Carlotita como emperadores de México que estuvieron jugando a la casita hasta 1867, los liberales decidieron cortar por lo sano, fusilaron a don Max y por fin, entró en vigor la flamante Constitución, diez años después.
Debe anotarse que la mayor parte del país (doce estados contra nueve), no quería esa Constitución, la de 1857, pero el tío Sam en cuantito resolvió su guerra civil (la de Secesión), apoyó a los liberales, a Juárez, para que los europeos y la iglesia católica, entendieran que América era para los americanos (cosa que significa para Washington, no para los habitantes del continente). En fin, como sea: llegó Porfirio Díaz, se bailó el zapateado en la Constitución, vino la Revolución Mexicana y en 1917 se refriteó la Constitución de 1857.
El caso es que hoy y desde 1917, la Constitución en el discurso de nuestros políticos es como la Sábana Santa para los curas piadosos, con el detalle de que aparte de lo percudida que está, toda llena de sospechosas manchas, la han parchado, remendado, corregido y ampliado tanto que da pena que se enteren en el extranjero de nuestra pulcritud legal.
Dejando de lado la peculiaridad jurídica de una Constitución hecha entre aromas de pólvora, don Venustiano Carranza la impuso para entre otras cosas, montarse de Presidente con algún viso de legalidad, ya previamente reconocido por Washington como gobierno “de facto”, de hecho, o sea, por sus pistolas.
Y así se promulgó la nueva Constitución el 5 de febrero de 1917 y al día siguiente, ¿qué cree?, tuvieron que sacar una fe de erratas corrigiendo seis pifias, véalo en https://www.diputados.gob.mx/LeyesBiblio/ref/cpeum/CPEUM_fe_orig_06feb17.pdf; a uno no le crea nada. No es serio, digo, costó hectolitros de sangre y la redactaron mal. De veras.
Así las cosas, el domingo pasado el Presidente dijo hacia el final de su sencillo pero sentido discurso, dirigido más a la defensa de su cuarta transformación que a honrar la
Constitución, que “debemos seguir luchando por los ideales de la Revolución Mexicana consagrados en la Constitución de 1917”, lo que tiene fragancias de naftalina, imagínese, en 2023 tener que seguir luchando por los ideales de una revolución que no fue tal, sino una cruenta y horrorosa guerra civil en la que el saqueo fue la norma y el asesinato la pauta.
Lo que sí debe destacarse es el regreso, al menos en el discurso, al imperio de la ley, cuando dijo el Presidente que no se debe “(…) dejar de insistir en abolir por la vía legal y democrática, las reformas contrarias al interés público impuestas durante el periodo neoliberal (…)”. Bueno, si es compromiso, le tomamos la palabra: por la vía legal y democrática. Y como el caminar se demuestra andando, ya podría mandar retirar sus propuestas de leyes electorales anticonstitucionales, el Plan B, que eso ahorita es lo que tiene al país con el alma en vilo.
Remató su alocución, diciendo: “La Constitución de 1917 no ha muerto, vive en la transformación del México libre, justo, igualitario, democrático y fraterno de nuestros días” (que suene esa banda: ¡tachún!, ¡tachún!, ¡tachuuún!, ¡tachúuuuun!: la Marcha de Zacatecas).
“La Constitución no ha muerto, vive en la transformación”. ¡Dioses!, ¿lo dijo en serio?:
La Constitución de 1917, mediante 252 decretos ha sufrido más de 760 modificaciones (https://www.diputados.gob.mx/LeyesBiblio/sumario/CPEUM_sumario_crono.pdf.). Si una Constitución es un proyecto de nación, un plano de construcción, imagínese que tan de fiar es un proyecto tan manoseado. De sus 136 artículos, el 84%, 114 artículos se han modificado más de mil veces. Ahora pregúntese si lo que queda sin borronear de la de 1917, es un proyecto de país (le recomiendo el estudio hecho para ‘El Sol de México’ -el 2 de febrero de 2017-, por el doctor Diego Valadés, el doctor Sergio García Ramírez y el profesor Roberto Duque).
Por supuesto las constituciones deben poderse reformar, claro, pero algo anda mal en la nuestra. La de los EUA es de 1787 y en 236 años, le han hecho 27 enmiendas (ni una reforma). La de Italia es de 1947, y siendo como son los italianos de alegadores, la han reformado 12 veces. Los británicos no tienen Constitución, tienen un compromiso del año 1215 del rey Juan I (la ‘Carta Magna’), firmado hace 802 años, sin ni un solo cambio. En Francia su Constitución es de 1958 y sus 24 cambios han sido muy a regañadientes, para la descolonización y adaptarse a la Unión Europea y el Tribunal Penal Internacional.
La ‘Grundgesetz’ (Ley Fundamental) de Alemania se emitió en 1948 como “provisional” y la adaptaron 60 veces conforme a las exigencias de las migraciones posteriores a la Segunda Guerra Mundial, la reunificación de Alemania y la integración a la Unión Europea, nunca por darle gusto al mandón de turno.
Y aunque se moleste el enemigo gratuito de España (ya sabe quién), su Constitución es de 1978 y le han hecho dos modificaciones (en 1992 y 2011) y con orgullo repiten un lema: ‘ni se mira, ni se toca’.