Sr. López
Como sea, hemos sobrevivido a otra Navidad en su versión moderna (comercial-etílica), celebrada igual por cristianos, budistas, ¡judíos! y ateos, que así y todo, es día de alegría para los que pueden afrontar el gasto, rato de amable disfrute inocuo de la ingenuidad infantil, propicio al intercambio entre adultos de buenos deseos, aunque sean fugaces como la temporada de ventas pico. ¡Hosanna!
Sin embargo, para sobresalto de nuestros hígados se acerca a gran velocidad la celebración del Año Nuevo.
Ya muchos del peladaje hemos dado inicio a la restauración hepática, con el régimen de pócimas y bebedizos adecuado que incluye el consumo de tortas de bacalao o de romeritos (aplican restricciones), baños muy calientes y prolongados (para “sudar toxinas”), y la rigurosa ingesta, bajo estricto control de laboratorio (o la esposa), de líquidos con el grado de alcohol necesario para mantener la guardia en alto, no es cosa de jugarle a traición al órgano responsable directo de purificarnos la sangre, haciéndole creer que han cesado las hostilidades.
Madres, esposas, novias, hermanas y hasta abuelas, atienden averiadas vísceras con abnegación envidia de las hermanitas de la Orden de la Madre Teresa… ¿atender leprosos en la India?, ¡no señoritas!, curar crudos en México, ¡eso sí tiene mérito!, rehacerlos para que lleguen en óptimas condiciones a la fiesta de fin de año (que las actividades etílicas navideñas, solo son como el calentamiento del equipo antes de disputar la gran final). Hasta las calles lucen aletargadas, el tráfico es menos intenso y no hay un desalmado que toque el claxon, porque se sabe que aún hay quienes sufren la resaca, origen legítimo del auténtico espíritu navideño, todo cordialidad y buenos deseos. El crudo es sagrado.
Sabiendo que en esas pacíficas actividades está el tenochca simplex promedio, sin posibilidad de autodefensa, recobrando de a pocos las características básicas de nuestra especie, casi en estado de inocencia, sin capacidad ni de tener un mal pensamiento (aplican restricciones), asume este menda el deber de advertirle: es solo aparente la veda de fin de año, de tonteras, ruindades y vilezas con que nos importunan cotidianamente funcionarios, políticos y declarantes habituales (con las excepciones de siempre y en todo).
El punto es que no se crea usted que duerme el músculo y la ambición descansa: ellos, los ocupantes del palo de hasta arriba del gallinero nacional, también reponen fuerzas pero sin dejar de urdir el entramado de complicidades e intereses que mejor les permitan conseguir sus objetivos, muy de ellos y sólo accidentalmente coincidentes con los nosotros los del peladaje.
Un ejemplo: no vaya usted a pensar que el asunto de Yasmín Esquivel Mossa, la pasante de Derecho, ministra de la Suprema Corte, de un modo u otro se resolverá en estos postreros días del año. De ninguna manera. La increíble y triste historia de cándida Corte y su Magistrada desalmada, el viernes pasado mereció (por fin), la intervención del Ejecutivo, a modo de rescate, aunque no guste el modito presidencial a nadie con más sesos dentro del cráneo que una quesadilla callejera.
Ahora resulta que según nuestro Presidente Todo Terreno, defensor de las causas difíciles y desesperadas de la 4T, no hay que hacérsela cansada a doña Copiona
porque “Cualquier error, cometido por la ministra Yasmín cuando fue estudiante, cuando presentó su tesis de licenciatura, es infinitamente menor al daño que han ocasionado a México, Krauze y el señor que hace la denuncia, Sheridan (…)”.
O sea, con ese presidencial criterio jurídico, cualquier “error” cometido por el Mochaorejas, el Pozolero y la Mataviejitas, merecen sentencia absolutoria porque han causado un daño infinitamente menor a México que Victoriano Huerta (que asesinó a Madero y fue causa eficiente del inicio de la guerra civil que llamamos Revolución Mexicana). ¡Dioses!
Además debe considerarse que según nuestro Justiniano de Macuspana, fueron “errores de estudiante”, evadiendo usar la fea palabra ‘plagio’, como para adelgazar la seria responsabilidad que tiene quien publica a sabiendas una obra sustituyendo el nombre del autor por otro nombre, como define al plagio el Código Penal Federal que lo castiga con prisión de seis meses a seis años, según el artículo 427. Plagiar la obra de otro es cosa gorda. O no, si el Código Penal Federal fue redactado por conservadores o fifís enemigos del pueblo bueno, amigos de confundir ley con justicia.
¿A dónde vamos a parar con esta extraña manera en que el Presidente cumple y hace cumplir la Constitución?
Lo previsible es que doña Esquivel, va a porfiar en seguir de Magistrada de la Suprema Corte y en un descuido, llega a presidirla. No es poco tener el apoyo del Presidente de la república.
La UNAM se pronunció la noche del viernes e informó sin mencionar el nombre de la posible plagiaria que encontró “un alto nivel de coincidencias” entre la tesis de la Esquivel y la presentada por otro un año antes y le remitió la papa ardiente a la Facultad de Estudios Superiores Aragón, donde estudió, copió y se recibió la doñita. Habrá dimes y diretes y con eso cuentan el Presidente y la doñita para llegar a la fecha de la elección de quien presidirá la Corte, que debe ser ella según nuestro Solón de chancla pata de gallo.
Nosotros, no nos enredemos: si doña Copiona queda de Presidenta de la Corte, será por la cobardía de los ministros, y el máximo tribunal nacional, custodio de la Constitución, será presidido por una dominatrix impuesta por miedo al Presidente.
Se proponen procesiones al Zócalo, sin majaderías, con veladoras encendidas y rezando para que se modere el residente de Palacio: Muñoz Ledo, auxílianos; Ifigenia Martínez, protégenos; Cuauhtémoc Cárdenas, aléjalo. Perdonen nuestras ofensas, como nosotros perdonamos que lo hayan apoyado, no nos dejen caer en la transformadora y líbrennos de todo él. Amén.
Ahora sí, escriba, pero con mucha fe su cartita a los Santos Reyes.