Sr. López
Tía Victoria, a los 79 años de edad, anunció su boda -primeras nupcias-, con su enamorado de toda la vida, un viejito de 85. Luego, el desvencijado novio salió con la idea de hacer una boda por todo lo alto, en la catedral de Toluca, con ella de blanco y gran fiesta con “la sociedad” de allá. La tía, consciente de su edad y de que todo mundo estaba enterado de que no había hotel en la ciudad en que no la tutearan, dijo que no: -Ridículos, no; prefiero no casarme -hubo boda pero discreta, casi a escondidas y ella de beige… oscurito.
Al hablar de las prendas que son de desear entre los que se dedican a la política, son muy recomendables en primer lugar, las virtudes humanas (las cardinales, pues, que cardinal significa principal, fundamental), que son: justicia, prudencia, fortaleza y templanza. Vea si no:
Justicia es reconocer el derecho del otro, dar a cada quien lo que le corresponde, reconocer errores y corregirlos. Prudencia, no actuar por impulso, reflexionar, decidir con calma y optar por lo mejor o menos malo. Fortaleza, la íntima energía personal para mantener propósitos y evitar tentaciones (de todo tipo, incluido el culto al ego o al dinero, por ejemplo). Templanza, la mesura en el disfrute y contener los desenfrenos.
Imagine usted que fuera lo normal que nuestros políticos fueran justos, prudentes, fuertes y templados. Que con la serenidad de los rectos de intención, aceptaran los aciertos ajenos y reconocieran sus propios errores, dispuestos a corregirlos. ¡Lindo!
Por supuesto no va uno a vivir soñando en un mundo ideal e irreal, pero acude en ayuda de los actores políticos no muy dotados (en lo que a virtudes se refiere), el sentido del ridículo.
Sí, un político normal, se comporta mejor nada más por no sentir que se le calienta la cara de vergüenza cuando hace el ridículo de decir una mentira y que lo cachen; por hacer declaraciones improvisadas y saber que se burlan de él; por no pasar la pena de que lo exhiban robando.
Y en sentido contrario, tal vez podemos aventurar que no hay político del cual cuidarse más, que aquél que carece de sentido del ridículo pues dirá lo primero que se le ocurra, decidirá por capricho, mentirá con cinismo negando hasta la evidencia y sostendrá sus opiniones y decisiones aun cuando la realidad le grite que está equivocado y que de seguir en sus necedades y sin corregir, la historia consignará su biografía en el anexo destinado a Imbéciles y Similares. Sí, es muy peligroso un político cínico.
Debe añadirse que sin duda no ha nacido quien jamás meta la pata o dé un patinazo. No se trata de exigir a nuestros políticos la perfección que a los de nuestra especie está negada.
De lo que estamos hablando es del daño que significa para la sociedad el político contumaz, el que persevera en el error, se aferra a sus decisiones, no oye consejo, rechaza por principio cualquier opinión distinta a la suya y se rodea de aduladores.
Nuestros presidentes de la república la tienen más difícil que el resto de los alegres tenochcas simplex, pues tienen que resistir a pie firme el asedio constante del halago, la lisonja, la zalamería, el constante aplauso de los que no les son leales sino que los envuelven en esa nube de alabanzas para medrar a su sombra. ¡Y son tantos! Y por supuesto hay, ha habido, presidentes que lejos de rechazar a los lambiscones, los prefieren y hasta los premian. Ni modo.
Un síntoma que delata que un Presidente ya es preso de la alabanza y está en la crisálida de la que no saldrá jamás, condenado a una metamorfosis imposible, es cuando empiezan a opinar de todo y en todo suponen que aciertan. Mal asunto.
Nuestro actual Presidente de la república ha dado consistentes indicios de un narcisismo arrasador que parece determinar sus dichos y sus hechos y de un tiempo acá (cuatro años), de su absoluta carencia de sentido del ridículo.
Deje usted en el cajón de los asuntos irremediables la disculpa que formalmente solicitó a España por la conquista de hace 500 años; olvide que lo mismo le pidió a la iglesia católica o que propuso una tregua mundial (¡Jesucristo-aplaca-tu-ira!), que sacó carcajadas impías en la prensa mundial. Nada más tenga muy presente que en su madrugadora del viernes pasado, sin que nadie le preguntara, dijo que está esperando a ver si Elon Musk, el nuevo dueño de Twitter, “va a liberar al pajarito, porque todavía no he visto nada”.
Un reportero le dijo que Musk quiere cobrar 8 dólares por autenticar las cuentas en Twitter, y dijo: “Nada más que nos tiene que dar primero una prueba de que va a ser un medio confiable y con ética”.
¿De veras?… el hombre más rico del mundo (a abril de este año, con una fortuna de 219,000 millones de dólares), ¿le tiene que dar una prueba a nuestro Presidente antes de aplicar la tarifa que le venga en gana en el negocito que acaba de adquirir por la bicoca de 44 mil millones de dólares? Y no paró ahí la cosa, ¡le puso plazo!:
“No le hace pagar, pero a ver, primero una tregua de un año, que demuestre que ya se limpió Twitter, que ya no hay bots, que ya no se engaña a nadie, que hay transparencia, que es una regla de oro de la democracia, que hay libertades, que no se va a censurar a nadie”.
Ojalá a Musk nadie le lleve el chisme porque le van a tener que hacer una cirugía para destrabarle las mandíbulas, por las carcajadas (usted no se ría, da pena). ¿Qué necesidad de andar opinando de cosa tan fuera del trabajo para el que lo contratamos?
Si se pregunta en manos de quién estamos, pues se lo aclaro con la declaración del viernes pasado del secretario de Gobernación, Adán Augusto López, refiriéndose al impresentable y censurable Félix Salgado Macedonio, el abortado candidato a Gobernador de Guerrero, acusado e investigado por la Fiscalía de Guerrero, por diversas denuncias de abuso sexual, del que dijo: “La transformación de Guerrero sin su aporte, sin su lucha y sin su compromiso pues a lo mejor no hubiese sido posible. Por eso yo sí reconozco a Félix y le agradezco”.
¡Fuera máscaras!