Sr. López
México Mágico. Sabrá Dios quién acuñó la frase, pero a los que compartimos esta nuestra risueña nacionalidad, nos gusta.
Alguno lo escribe “México Máxico”, haciendo gala de ese ingenio que consideramos equilibra las diferencias que pudiera haber entre nuestro país y cualquier otro, por cuestiones culturales, económicas, tecnológicas o científicas, lo que nos permite enfrentar sin complejos a la NASA con los Voladores de Papantla; el surrealismo de André Breton, con Cantinflas; regodearnos en que no hay doctor en filología que desentrañe la esencia semántica del mexicanísimo albur, honra y prez de patanes y similares; alardear de que Los Ángeles Azules tienen más público que la Filarmónica de Berlín; igualar Venecia con Xochimilco y pensar que los científicos que desarrollan vacunas, ya quisieran haber inventado los huevos motuleños.
Por supuesto se observan arranques de fatalismo que nos hacen pasar del “como México no hay dos”, al pesimista “¡solo en México!”, pero suele prevalecer la subjetiva indulgencia con que nos regalamos por razones largas de explicar (que desconoce este menda, no se ande creyendo que da uno lecciones).
El caso es que no pocos de los integrantes del peladaje nacional, despachamos a golpes de ingenio (chistes), los grandes temas nacionales y con eso tenemos bastante aunque se nos vaya por ahí la fuerza: meme mata escándalo porque inmediatamente después de La Morenita del Tepeyac, veneramos la alegría en todas sus presentaciones, desde el más fino humorismo hasta la charlotada más grosera.
Tal vez por esto sea que en México no se hacen de carne humana estatuas de Robespierre, a resultas del desfile de barbaridades, atrocidades, adefesios y mamarrachadas, con que nos obsequian los que supuestamente gobiernan la nación, los de ahora y los de antes, que en esto no hay distingos (con las excepciones de siempre, ya sabe).
Sin embargo se pone uno serio cuando oye al presidente decir que “el pueblo está feliz, feliz, feliz” y más si está consciente que desde el 22 de agosto de 2019, ofreció presentar pruebas de su dicho, a falta de las cuales remitió al respetable al reporte de los “indicadores de bienestar autorreportado de la población urbana”, del INEGI, que es otra cosa y no aplica al caso.
En casos así, se recomienda buscar información neutral como la de la ONU (Organización de las Naciones Unidas), que empezó a medir la felicidad de los pueblos de 156 países desde el 2012 y emite informes anuales. La ONU hace su medición considerando los siguientes factores: esperanza de vida sana (¡sana!), libertad social, Producto Interno Bruto per cápita (ingreso promedio por chango), generosidad, corrupción y apoyo social.
Según la ONU, en el año 2017 México estaba en el lugar 25 de felicidad mundial; en 2018, subió al puesto número 24. No estar entre los primeros veinte países es mala calificación (por cierto, China quedó en el 86, pues pese a su progreso económico, su población no es feliz, el dinero no es la vida aunque deje a una cuadra, diría don Raúl).
Para el año 2019, en el reporte de la ONU, México subió un lugar quedando en el 23 lo que no fue para echar cuetes pero subir es subir (sin embargo, los analistas consideraron muy modesto el ascenso tomando en cuenta la gran esperanza que infundió en amplios sectores de la población el inicio del gobierno del Presidente López Obrador y las ayudas económicas directas otorgadas por su gobierno).
Es en el año 2020 que el asunto se puso serio: el país cayó 20 lugares en el ‘ranking’ global de felicidad, bajamos de la posición 23 a la 43. Y en el año 2021, bajamos tres posiciones más para quedar en el sitio 46, abajo de Nicaragua… ¡de Nicaragua!; los analistas sugieren como posible explicación, una postura generalizada de desencanto ante las grandes expectativas que le infundieron los compromisos al inicio del actual gobierno, con una advertencia: México tiene a casi la mitad de su población en situación de pobreza y es el país peor calificado en percepción de corrupción entre los 38 países de la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos (OCDE), a la que pertenecemos (el peor, eh, pañuelito blanco no mata realidad).
Así las cosas, no parece muy exacto que seamos un pueblo “feliz, feliz, feliz” y que se confunde con felicidad nuestra actitud inclinada a la risotada, que suele ser crítica y no raramente amarga.
Bueno, pero México es mágico, sí, pero si por mágico entendemos aquello que es estupendo o maravilloso, entonces no. Ahora que si mágico es lo relativo a la magia, entonces ya andamos más cerca, pues según el diccionario, magia es “el arte, técnica o ciencia oculta, con que se pretende producir fenómenos extraordinarios, contrarios a las leyes naturales, valiéndose de ciertos actos o palabras o con la intervención de espíritus o genios” y también, “habilidad de realizar cosas extraordinarias mediante trucos y juegos de manos”. ¡Al pelo!
Mire usted: México sí es mágico, qué duda cabe, pues acá, quienes dirigen la vida nacional, para los juegos de manos son insuperables y dominan la ciencia oculta con que se obtienen resultados contrarios a las leyes de la naturaleza, como tener un Presidente rondando el 60% de popularidad al tiempo que su gobierno sale reprobado en todos los rubros. Magia pura.
Ratifican esa cualidad de país mágico (surrealista) otros sucesos misteriosos en los que contra toda razón, se instala en la conciencia colectiva lo exactamente contrario a los hechos o pasa desapercibido lo descaradamente evidente, que no sucede tras bambalinas ni en oculto, sino a la vista de todos sin que se concluya en lo obvio sino en lo contrario, como el actual festín de declaraciones oficiales en torno al tristísimo asunto de los normalistas de Ayotzinapa, en el que nada nuevo se sabe sobre detenciones de responsables y sí que quienes antes investigaron, hoy resultan ser los únicos perseguidos, tratamiento político de un asunto penal muy grave. ¡Qué grave!
Sí, México mágico, pero de magia negra.