Sr. López
Enciclopedia es palabra de origen griego que literalmente significa educación redonda o algo así (por eso el antecedente directo de la Enciclopedia de la Ilustración, escrita entre 1750 y 1770 -más o menos-, fue la Ciclopedia de don Ephraim Chambers, editada en 1728). La intención confesada de los enciclopedistas (entre muchos otros, Voltaire, D’Alembert y Diderot), era recopilar, compendiar y difundir todo el conocimiento humano, aunque la verdad, lo que querían era darle un recargón a la religión católica y de paso a los monárquicos. Qué alivio saberlo, ¿verdad?
Se lo comento por considerar que en estos nuestros tiempos de la Ilustración Mexicana, que con modestia llaman Cuarta Transformación, vendría bien la edición de una Enciclopedia Mexicana.
El mamotreto que propone este menda, tendría la intención -oculta- de ser un diccionario general de mexicanismos en el que no aparecerían palabras que exigen lecturas un poco más allá del TVyNovelas, como teosofía, onomatopéyico, prosopopeya, artilugio o paralelepípedo, no, sino solo esas de uso común que nos caracterizan y consiguen que el extranjero que habla español desde que nació, al arribar a esta nuestra risueña nación, se sienta en Taiwán.
Unas pocas palabras a manera de ejemplo: banqueta, que aquí es sinónimo de acera, en otros 17 países y parte de Marruecos, significa taburete, asiento, alzapiés, gradilla, banca, escaño, grada. Por eso, entérese, han muerto atropellados gallegos que no entendieron el grito de ¡súbase a la banqueta!
Otra es petaca. No, no estaba de cachondeo el gerente del hotel en Madrid, cuando usted reclamó que le habían robado una petaca y mandó registrarle las bolsas al personal, que petaca es cigarrera, pitillera o tabaquera, no maleta ni valija, cuantimenos nalga aunque las haya que merecen exclamar: ¡qué petacas!
Con apapapachar los hablantes nacionales nos hemos cubierto de gloria; los de la Real Academia de la Lengua, se dieron por vencidos con el término y lo incluyeron ya en el diccionario; pusieron: acariciar, mimar y como ejemplo: “no dejaba de sobarle y apapacharle”… bueno, parecido, pero no, que apapachar es un tipo específico de caricia que se caracteriza por su absoluta carencia de contenido erótico (nadie apapacha a su socio de retozos lúbricos), lo que la aleja de acariciar; y es mucho más vigoroso el apapacho, que un mimo; sólo los mexicanos sabemos usarla con precisión, pero se le reconoce el esfuerzo a la Real.
Una de nuestras palabras favoritas es cantina, que para el connacional mayor de 18, se refiere con precisión al lugar en que se expenden y consumen a discreción, bebidas alcohólicas, siendo que para el resto de hablantes de nuestra lengua en el mundo, es donde se vende comida, el restaurante (por eso a la fonda del cuartel se llama cantina y no hay trago). Feliz la Manola de que invitaron a su Venancio a la cantina; furibunda cuando se lo regresaron ahogado de ebrio.
Sin intentar desentrañar el origen de desconcertantes expresiones de nuestra gastronomía como taco al pastor, burrito y torta hawaiana, triunfo definitivo de la creatividad tenochca, recapacite por su cuenta en cómo usamos nada más nosotros los tenochcas de prosapia, palabras como cotorreo, cuate y cuero, en lugar de decir platicar, amigo y Ninel Conde. O apachurrar (que nadie entiende fuera de nuestras fronteras); cofre (que no se sabe cómo acabó siendo la tapa del motor), para no entrar en profundidades semánticas con chela, chipote ni las horrorosas chido y chairo.
Siendo clara nuestra difícil comunicación con el mundo de habla hispana, también lo es entre nosotros, que troca y mueble, nadie las entiende como sinónimos de camioneta o camión, excepto los norteños; ni boshito para decir niño, como en la península de Yucatán; pero es en cuestiones delicadas y muy importantes, como la cosa pública, en las que se hace urgente definir con claridad lo que significan las palabras y frases al uso.
Sin tener que insistir en que en todo hay excepciones, no se sabe si nuestros políticos promedio hacen charamuscas con el idioma a propósito o a resultas de su aridez neuronal o anemia de lecturas, pero usan consenso, como acuerdo sin sospechar que es unanimidad; “llegar a las últimas consecuencias”, cuando van a esperar que algo pase al olvido; “consulta a la población” para no decirnos que se hará lo que les pegue la gana; negociación en vez de extorsión, dilación o intimidación; “iniciativa de reforma” en lugar de orden inapelable, puntos y comas incluidos.
Y de unos años acá, crece el “corpus stultitia” (el conjunto de tonterías), ese abanico creciente de desatinos, como llamar con el mexicanismo corcholata al antes tapado con la única novedad de que ahora es en grupo y las corcholatas se dividen en el sucesor(a) designado y sus comparsas que hacen de ensalada del plato fuerte.
Sí, unidad ahora es sinónimo de obediencia; lealtad es eso junto con impericia probada; pueblo ya solo aplica a los que votan por un partido, el del que usa la palabra, que los demás son aspiracionistas cuando no oposicionistas (usando el sufijo -ista, con las petacas); se le dice corrupción a todo acto deshonesto de un opositor que si es seguidor, familiar o amigo, pasa a acto de recolección de fondos para la causa, cuyo señalamiento requiere de pruebas contundentes distintas a videos; conservador y neoliberal, a todo opositor; justicia, venganza personal de duración predeterminada hasta el 2024; honestidad… honestidad es como la corrupción, pero al revés.
Capítulo especial merece la palabra austeridad, austeridad es gastar más y gastar mal, ahorrar miles de pesos y malgastar miles de millones de pesos; impedir que puedan robar los fabricantes de medicamentos dejando de comprar medicamentos; es no usar un avión que se tiene y se está pagando, pero vivir en un palacio; es ahorrar en sueldos de funcionarios y construir trenes que no van a ninguna parte, aeropuertos sin vuelos, refinerías sin petróleo… ¡ah! y construir campos de béisbol.