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Una infinita minoría / La Feria

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Sr. López 

“Esencia” es lo que hace que algo sea lo que es. Parece trabalenguas pero significa que las cosas tienen algo sin lo que dejarían de ser lo que son (… ya se enredó más). A ver si con ejemplos: la esencia de la manguera es el hoyo continuo que conduce el agua, sin hoyo no es manguera, sería reata (aguánteme tantito, sígale leyendo). 

Esencia es algo que el cerebro distingue al trancazo. Ve usted una vaca y sabe de inmediato qué es, capta su esencia sin confusión ni enredo, porque la esencia de la vaca no son las patas, ni los cuernos, ni que dé leche, sino ese algo que distinguimos a golpe de vista, que nos hace decir, “mira, una vaca” y no: -Mira ¿qué será eso?, tiene cuatro patas como las mulas, da leche como las cabras, tiene cuernos como tío Manolo, ¿qué será? -no, nomás viéndola sabe que es una vaca (se le ruega poquito más de paciencia). 

Así, las personas discurrimos muy tranquilos por la vida, desde la prehistoria hasta nuestros días, sin confundir antes, un mamut con la suegra, ni ahora, un obispo con la abuela. Captamos de golpe lo que las cosas son. Nadie confunde casa con templo, mesa de comer con mesa de billar, ni a Ninel Conde con Layda Sansores. 

El problema es con las cosas que no existen en la realidad, esas cosas que nos inventamos y serán muy útiles, pero no existen físicamente. Para ahorrar teclazos le digo rapidito: no hay por ahí caminando una cosa que sea la “justicia”, que es una idea que nos hemos inventado, igual que “ley” y el acento ortográfico. No hay una cueva donde habite la señora Justicia; ni planicies donde estén pastando las leyes; ni los acentos flotan en el ambiente, para posarse como abejitas en la sílaba que les toca, no señor. Y de esas cosas ya no es tan fácil decir cuál es su esencia. 

A este menda le parece que eso pasa con la democracia, palabra grandota que al menos desde el fin de la Segunda Guerra Mundial, se impuso en el mundo para legitimar casi todo: elección de autoridades, aplicación de leyes, decisiones, planes, sin estar meridianamente claro qué es, cuál es su esencia. Digo, si es tan importante, estaría bueno que todos entendiéramos lo mismo al usarla. 

La democracia se define de varias maneras. Ahora está de moda decir la barbaridad de que su esencia es la transparencia; o sea, como Hitler llegó legalmente al poder y como nunca escondió sus negras intenciones -era transparente su odio a los judíos-, y sus cuentas públicas eran impecables (en serio): ¿era demócrata?: no, no era. 

Otra definición que suena bien y no es sino una romántica mentira, es la de Abraham Lincoln: democracia es el “gobierno del pueblo, por el pueblo y para el pueblo” (discurso en Gettysburg, noviembre de 1863), que don Abraham al gobernar no se tentó el corazón: le sacó a su Congreso autorización para ejercer el presupuesto sin cuenta pública (cero en transparencia); suspendió el “habeas corpus” (el amparo) y se dio vuelo encarcelando sin mandato judicial a sus opositores (cero en legalidad); y aparte instauró la censura oficial a la prensa (cero en libertad de expresión); no se andaba con chiquitas el Lincoln. ¿No era demócrata el señor?: sí, sí era. 

Tal vez sea más fácil decir lo que NO es la democracia. La democracia no es un método para determinar qué es cierto y qué es falso: durante milenios hubo inmensas mayorías seguras de que el mundo era plano; y también durante milenios se pensó que las infecciones eran espíritus malos… y ni una ni otra. 

La democracia tampoco es un sistema para decidir lo conveniente. No han nacido los papás que sometan a votación si le sacan o no, el apéndice a su hijo, de ninguna manera: llevan al chamaco a un médico de confianza y hacen lo que no democráticamente decida el doctor, faltaba más. 

Menos es la democracia un procedimiento para alcanzar la justicia. El más viejo ejemplo es el del guango Pilatos poniendo a decisión del pueblo si perdonaba a Jesús y en la más pura expresión democrática, obedeció el mandato popular y pasó a la historia como el patán calzoncitos de encaje, que permitió la crucifixión de un inocente nomás por hacer lo que mandó a mano alzada el “pueblo bueno”. Vil. 

Democracia, según Churchill, es un mal modo de gobernar, pero mejor que todos los demás (él lo dijo bonito). Un sistema de gobierno en el que la minoría se sujeta a la mayoría y todos -todos, empezando por los gobernantes-, a las mismas leyes, PUNTO. Esto es la esencia de la democracia. 

También en democracia, el gobierno es el único autorizado para repartir garrotazos. La condición para que el garrotazo sea democrático es que se aplique legalmente: al que no obedece la ley y no se somete a las órdenes de la legítima autoridad, se le obliga y si responde a balazos, balazos le tocan. ¿No le gusta?… cámbiese de planeta, que así es en este. 

Todo esto viene a cuento por el supuesto clímax democrático que campea en México desde la llegada de Morena al poder federal. Ahora hay quienes consideran que todo lo que hace el gobierno federal está bien porque el pueblo mandó que manden. Y sí son un gobierno legal, pero no son un gobierno democrático. 

Morena respalda sus hechos y dichos en una abrumadora mayoría que no tiene, teniendo sin duda, la mayoría legal suficiente para gobernar. Vale la pena recordar -en números redondos-, que en 2018, del total de electores, el 34% votó por quien ahora se aloja en Palacio Nacional… el 66% no. Y en las elecciones del 2021, por Morena votó el 18% y el 82%, no. 

El actual Presidente ganó legalito las elecciones, pero en democracia el triunfo es para cumplir y hacer cumplir las leyes, no para hacer charamuscas con las que estorben a los propósitos de una sola persona, como lo son el aeropuerto en Santa Lucía, la refinería Dos Bocas o el trenecito Maya; muchísimo menos para conseguir mayorías parlamentarias mediante amenazas, como el Presidente nacional del PRI, hizo público ayer. Por más que reformas y obras sean decisiones del Presidente, a fin de cuentas es uno ante 120 millones, una infinita minoría.

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