Sr. López
Estamos en plena Semana Mayor y mañana es Jueves Santo. Oficialmente en México ocho de cada diez profesan la fe católica (dato del Inegi), o sea: los tenochcas que abarrotan playas y centros vacacionales, deben ser de los dos no-católicos de cada diez habitantes de esta nuestra risueña patria… seguro.
No sé usted, pero su texto servidor tiene edad para recordar otros tiempos y otros modos. Como siempre sucede, la mamá de este menda era de la familia materna, en nuestro caso, los de Toluca, tierra al menos entonces, de catolicismo riguroso y ortodoxo, altamente agravado por la inverosímil longevidad de la parentela (tía Rosita contaba anécdotas de la invasión yanqui -que fue en 1846- y de un señor Blasio -José Luis Blasio, luego supe-, secretario de Maximiliano, muy amigo de sus papás), por lo que la práctica de la religión se ceñía a tradiciones de mediados del siglo XIX. Horrible.
Para los que éramos niños, Semana Santa era un martirio: espejos tapados con trapos morados, santos tapados igual, juguetes y pelotas decomisados. El jueves, oficios en el templo y visita de las siete casas (siete iglesias); ayuno y abstinencia el viernes; el sábado santo, se hablaba bajito, de preferencia ni eso, y un desvelón muertos de frío, en la ceremonia del cirio pascual; cero radio, cero tele, cero juegos, ir diario al templo, mucho rezo y lo peor: ver cada año la película “El mártir del Calvario” (tía Beatriz la veía hincada de principio a fin), en la que Enrique Rambal, hacía de Cristo, y cada vez se le notaba más la peluca y se entendía menos por qué hablaba a pujidos; y también cada año se veía más amanerado el Judas que hacía Manolo Fábregas, con chinos en las sienes y más tentadora a la que salía de María Magdalena (Alicia Palacios que echaba bala de guapa); el que estaba siempre bien era Poncio Pilatos -José Baviera-, y éste junta palabras acabó por comprender que tenía razón en lavarse las manos, ya ve en qué plan estaban los del Sanedrín.
Luego, de a poquitos, sin casi nadie darse cuenta, Semana Santa pasó a ser lo que hoy es: para unos, vacaciones en familia (que pocas oportunidades tienen), y para otros, fiesta y despelote, tanto que ahora los curas se dan nalgadas de alegría si nada más no peca mucho su feligresía (o no muy descaradamente). Sin embargo, antes, “in illo tempore”, no, Semana Santa era tiempo de reflexión y recato, aunque también, para los niños perspicaces, por culpa de la película esa, motivo de inquietudes y desconcierto, porque la penosa crucifixión de Rambal era muy difícil de entender, acostumbrado uno por las matinés en el cine del barrio a que los buenos ganaran y siendo Dios todopoderoso, resultaba chocante que se dejara matar (digo, el Llanero Solitario con seis balas daba cuenta de tribus enteras de apaches, cómo no iba Dios a poder con media docena de centuriones), y al preguntar a los mayores por qué no se defendía Diosito, respondían que para salvarnos a todos, lo que -al menos al del teclado-, más lo desconcertaba, pues no captada la relación causa-efecto entre dejarse clavar Él y que nos salváramos todos (además, ¿salvarnos de qué?); y como insistía uno en que no checaba la cosa (es que de veras, casi dolía ver a Rambal en la cruz), decían: Dios sabe más que tú… y eso era un ¡a callar!
Claro, va uno acumulando edad y acaba por entender que sí: Dios sabe más. Mire usted, por ejemplo, la época que escogió para su Pasión: perfecta. No había derechos humanos, ni amparo, ni debido proceso; así nomás, al bulto; mucho derecho romano pero pocas posibilidades de salir inocente. Nadie le leyó sus derechos a Jesús, no hubo presunción de inocencia ni se le asignó un defensor de oficio. Si hubiera escogido estos tiempos para redimir a la humanidad, nomás no hubiera podido, entre apelaciones en segunda y tercera instancias, más la Corte Interamericana, con manifestaciones de organizaciones civiles y reportajes de televisión, hubieran sido un escandalazo las filtraciones vía facebook y tuiter sobre el soborno a Judas y se hubieran dado vuelo la Aristegui y Loret, entrevistando a los apóstoles, y estaríamos esperando en el noticiero de la mañana la nota de que por fin lo habían ejecutado y ya estábamos a salvo; y ya ni piense en lo difícil que hubiera sido que Televisa no comprara los derechos para cubrir la Resurrección, con comerciales de almohadas y colchones Sognare… sí, Dios sabe lo que hace.
A cambio de que ya no se respeta en el seno del hogar la tradición, es justo decir que ahora tenemos cosas muy edificantes, como la escenificación de la Pasión en muchos lugares y destacadamente en Iztapalapa, adonde este año calcula la autoridad de la Ciudad de México, la asistencia de 1.5 millones de personas tan sólo el Viernes Santo con una derrama económica de 100 millones de pesos. Participarán también 2 mil 435 servidores públicos, en seguridad y vigilancia, porque también hay rateros católicos y uno que otro que va ebrio para aguantar la impresión.
Sería interesante en estos tiempos de transformación nacional, que el gobierno federal organizara su propia escenificación de la Pasión de Cristo, en el Zócalo de la CdMx. Poncio Pilatos podría ser el embajador de los EUA; los fariseos salen bien con miembros del gabinete; para el buen y el mal ladrón, Bartlett y el Noroñas; para el papel de la Magdalena, Claudita Sheinbaum, con la ventaja de que ella sí es de religión judía; el problema de la Virgen, no se apure, se resuelve con una menor de edad.
Y el papel de Jesús le queda como anillo al dedo al Presidente, aunque habría que ver la manera de que no se saliera del guión, echara un discurso y resultara indultado, dando al traste con la redención. No lo veremos y mejor que no, meter políticos a la pasión sería arriesgarnos a que intentaran sobornar a Poncio Pilatos o que se arreglaran con los centuriones para fingir la crucifixión y además, desde antes, en el juicio, les sería imposible sujetarse al argumento y de ninguna manera gritarían: ¡crucifíquenlo!