Juan José Rodríguez Prats
Porque tenemos memoria, apostemos por nosotros mismos
Carlos Castillo Peraza
Luis Fernando Bernal (amigo y correligionario) escribió un artículo en el que, después de repasar principios y valores del PAN, afirma: “Ese partido ya no existe. Se quedaron con las siglas y el registro ante el INE, es decir, solo la marca sobrevive”.
Castillo Peraza definió al PAN como un partido de abolengo y tradiciones. Estas últimas eran aportaciones de personas “con mirada de horizonte”, de ideas transmitidas y asimiladas por las siguientes generaciones. Hagamos un arriesgado ejercicio para precisar los momentos de quiebre.
El arribo al poder significó un enorme desafío y un choque cultural. Vicente Fox respetó al PAN, sus dirigentes jamás recibieron una indicación o una recomendación de cómo conducir a la institución. Miente quien diga que quiso imponer a Santiago Creel como sucesor, pues la mayoría de su gabinete apoyaba a Felipe Calderón. Cuando este asumió el Ejecutivo federal, aconteció, a mi juicio, el primer quiebre al solicitársele a Manuel Espino su renuncia como presidente del partido. Ante su negativa, Calderón arremetió con todo para obligarlo a retirarse. Espino no concluyó su periodo y por primera vez se dio una imposición en la persona de Germán Martínez, ungido por el dedazo de su promotor.
El segundo quiebre lo propinó Ricardo Anaya quien, en el afán de sumar apoyos a su candidatura presidencial, haciendo a un lado la normatividad, impuso candidatos, despreciando la carrera partidista y olvidándose de las formalidades establecidas para los procesos internos. Los resultados fueron tremendamente dañinos, no tan sólo por las derrotas, sino por el desánimo provocado en la militancia.
El tercer quiebre corresponde a la dirigencia actual que, orientada por intereses individuales y de grupo, carece de un proyecto e ignora la doctrina. El vacío de ideas en su discurso riñe con los valientes y bien sustentados posicionamientos panistas del pasado.
Aquí es donde Luis Fernando Bernal plantea el dilema: o los militantes auténticos intentamos crear otro partido o procuramos rescatarlo de su notorio deterioro. La primera opción es inviable por lo que debemos abocarnos, en una demostración más de lealtad y congruencia, a propiciar el retorno a los conocidos desempeños, apegados a principios, hoy más que nunca vigentes y de actualidad. Recuerdo las palabras de Federico Ling Altamirano: “Puedo imaginar un PAN sin poder, pero no puedo imaginar un México sin el PAN”.
Lo más urgente es definir objetivos y estrategias para 2024, para lo cual sugiero asumir decisiones fundamentales. Primera, prepararnos para contender con candidato propio. En algunas ocasiones he sido partidario de las alianzas; sin embargo, evaluando sus consecuencias y la pérdida de identidad, por lo pronto, y a reserva de observar el vertiginoso deterioro del país (hoy y en los tiempos venideros), requerimos de una propuesta que acredite un posicionamiento eminentemente panista.
Segundo, iniciar una gran tarea de concientización como se hizo en sus orígenes. No tengo ninguna duda en que el idóneo, por su trayectoria, calidad humana y acendradas convicciones, es Juan Carlos Romero Hicks. Resaltan sus cualidades y resiste el cotejo con otros personajes ya mencionados en la opinión pública. Agrego un asunto no menor: todos los pronósticos indican que nuestra situación va a empeorar y Romero Hicks reunificaría todas las corrientes internas, dándole continuidad a uno de los más nobles ideales de nuestra historia.
La lucha no es tan solo por la Presidencia. Es también por las gubernaturas, ayuntamientos y, lo más importante, el Poder Legislativo federal y los estatales. Lo prioritario es que, de nuevo, al partido de Gómez Morin se le pueda distinguir por su pensamiento y por sus acciones. Aún resuenan sus palabras: “Qué fuerte e incontrastable es la verdad. Qué poder tremendo tiene la ciudadanía en su ejercicio justo y resuelto”.