Sr. López
Tía Maruca se casó con un ranchero macho-macho, de dar asco. Sólo él mandaba, no oía razones y era una grave ofensa a su calidad de ‘varón de la casa’, preguntarle el porqué de algo: él mandaba, punto. Tía Maruca, nacida allá por 1920, ni pensaba en divorciarse, cosa escandalosa para las señoras del Toluca de entonces, y como tampoco le apetecía ir a la cárcel por homicidio, lo obedecía siempre, en especial lo que disponía ‘el señor’ en cuanto corría alegremente por sus venas el contenido de su reglamentaria botella vespertina de tequila. Así, una vez regaló su caballo favorito (“me dijiste que se lo mandara al compadre Chano”); otra, amanecieron sin muebles (“anoche mismo se los mandé al señor cura, te mandó las gracias y dijo que tú sí tienes palabra”); y la más grave fue cuando desayunando, preguntó por su hija mayor, Maruquita, la niña de sus ojos, alegría de su corazón, y la tía respondió: -Acuérdate que don Ramón vino a pedirte permiso para que su hijo chico la cortejara pero te la jugaste en un albur y… tú mandas, viejo –cuando lo conoció este menda, era un viejito muy callado que no probaba el alcohol.
En México nuestro sistema de gobierno es presidencialista. Es un sistema de gobierno, no es bueno ni malo, eso depende de lo mucho o poco que se respete la ley.
En el sistema presidencialista la persona elegida como Presidente, simultáneamente es Jefe de Gobierno y Jefe de Estado (el que representa a la nación); funciona mediante la división de poderes (Ejecutivo, Legislativo y Judicial), para contrapesar su inmenso poder y evitar atropellos a la población y achuchones al país.
El presidencialismo es un sistema de gobierno muy popular, cerca de 70 países, de los EUA al Chad, pasando por México y Zambia, son presidencialistas. Otros no son ni nunca han sido presidencialistas; en Francia, en comicios se elige al Presidente y él nombra al Primer Ministro, que es quien gobierna con un gabinete de ministros también nombrado por el Presidente a propuesta del Primer Ministro, y todos dan cuentas a la Asamblea Nacional (su poder legislativo) que por cierto, puede destituir al gobierno con una moción de censura, así nomás, sin sombrerazos. Alemania tampoco es presidencialista, allá eligen a su congreso (‘Bundestag’) y el congreso se encarga de elegir al Primer Ministro y al Presidente. En la Gran Bretaña la gente elige a los miembros del Parlamento y ellos al Primer Ministro y también lo pueden destituir con una moción de censura… y otros países funcionan con la dictadura de una persona, de un partido o religión. Hay de todo en este mundo.
En México créame, nuestro presidencialismo es a la mexicana. O sea, no es presidencialismo sino ‘señor-presidentismo’, régimen peculiar que durante el siglo pasado, desapareció del todo a los otros dos poderes: el Congreso funcionaba como porra oficial del Presidente y la Suprema Corte como un tribunal de viejitos decentes que colegiadamente absolvían de sus pecados constitucionales al señor-presidente.
Nuestro ‘señor-presidentismo’ en el pricámbrico clásico, colocaba al señor-presidente por encima de la ley y a tal efecto, la Constitución se rediseñaba al gusto de cada uno de los huéspedes de Los Pinos, hasta Fox y Calderón que no quisieron o no pudieron, vaya usted a saber, aplicar el ‘Manual de Operación y Funcionamiento del Poder Legislativo-
Presidencial’, cuando el señor-presidente era los tres Poderes en una sola persona, versión tricolor-tenochca de la Santísima Trinidad (tres poderes distintos en un solo poder).
Además, de 1929 al 2000, cada Presidente, fuera como fuera, era ‘La Revolución’, encarnada en cada uno por obra y gracia del Espíritu del Partido. Y todo era mérito del señor-presidente, emperador sexenal. Así, el ‘señor-presidentismo’ dejaba como única vía para el progreso político personal, el presto vigor al doblar la espalda diciendo que los lagartos sí volaban y que la hora era la que el señor-presidente dijera.
Pero el ‘señor-presidentismo’ tenía revés: el señor-presidente, siendo omnímodo, todopoderoso y dador de toda gracia, era el responsable de todo, de la caída internacional del precio del petróleo al asalto en un callejón, una sequía o un huracán. El ‘señor-presidentismo’, también estaba sujeto a la maldición de la Cenicienta, porque el señor-presidente, mágicamente, a las doce de la noche en punto de su último día de poder, pasaba de santón a paria, de ser todo a ser nada. Dolía.
El 1º de diciembre de 2012, el PRI retornó fugazmente a Los Pinos, fugazmente porque a los tres meses de su ascensión al poder, don Peña Nieto desapareció al PRI, cambiando todos sus principios y estatutos (XXI Asamblea General), conservando el nombre, claro, porque la etiqueta tiene su mercado, tenía. Don Peña acabó como acabó, por frivolidad y contumacia, pertinacia en el error, y del PRI no queda casi nada. Ya era hora.
La gente entre desesperada y esperanzada, en 2018 eligió al actual Presidente de nuestro país, personaje del que todos los integrantes del peladaje, sabemos lo no poco que ofreció y lo mucho a que se comprometió. Y ya desde antes de asumir el cargo, dio muestras claras de que ejercería el poder al viejo estilo, el del pricámbrico clásico, pues es requetebonito el ‘señor-presidentismo’, ser el señor-presidente doblador-de-todo-lomo; así, anunció la cancelación de la construcción del aeropuerto de Texcoco el 30 de octubre de 2018, siendo apenas Presidente electo sin ninguna facultad y el país apechugó.
No hace falta el recuento de pifias de este gobierno que da una en el clavo y ciento en la herradura. El señor-presidentismo actual no se distingue de los del pasado: en la persona del señor-presidente se encarna su movimiento, Morena es él; su gabinete compite en doblar el lomo; su voz es la única voz de mando en el país y todo es su mérito. Muy bien, pero parece olvidar que el precio a pagar es que toda metida de pata será y es su responsabildad… ¡ah, pero qué rebonito es que sean solo de él los 500 pasteles!