Dedico este artículo a la memoria de la señora Evangelina Tapia Gutiérrez (+), una de esas mujeres anónimas que en el Valle de Cintalapa fueron compañeras de lucha de Rosario Ibarra de Piedra y también de Cuauhtémoc Cárdenas en los años álgidos de la lucha por la democracia.
Jorge Luis Silias Gómez
En Octubre de 1986 ingresé a la carrera de economía en la Universidad Nacional Autónoma de México en el plantel de la entonces Escuela Nacional de Estudios Profesionales Acatlán. Traíamos el espíritu de lucha que en Chiapas se había forjado al calor de las luchas campesinas en la entidad. Apenas un año antes habíamos realizado la toma armada de las tierras del Ejido Plan de Guadalupe del municipio de Cintalapa, precisamente el día 10 de Abril de 1985, acuerpados en la Coordinadora Campesina Revolucionaria Independiente CCRI que a su vez desarrollaba acciones coordinadas a nivel nacional como miembros de la Coordinadora Nacional Plan de Ayala. Un movimiento campesino amplio.
En todas estas intervenciones nos guiábamos bajo la orientación del Partido Revolucionario de las y los Trabajadores (PRT) Sección Mexicana de la IV Internacional de formación Trotskista cuyas resoluciones del IV Congreso en México, celebrado en Noviembre de 1984, nos impulsaban a actuar en los sectores donde nos encontráramos ya bien fuese el movimiento sindical, campesino o estudiantil con un llamado unitario de todas las fuerzas políticas de la izquierda.
En esos años la izquierda acendrada por diferencias ideológicas había logrado establecer un acuerdo de Unidad Nacional entre el PRT, el PMT y el PSUM (luego PMS), entre otras organizaciones. Con diferentes contribuciones se buscaba establecer una plataforma conjunta de propuestas como una salida política nacional a la crisis económica que se arrastraba desde 1976 y que cobraba nuevos bríos en ese sexenio de Miguel de la Madrid.
Esa búsqueda de salidas a la crisis llevó también al interior del PRI a dos posicionesdivergentes, una lucha interna entre quienes sostenían, conforme a los intereses del capital internacional, la introducción de cambios al modelo económico para transitar al modelo neoliberal y la posición de la clase política tradicional del Partido Revolucionario Institucional anquilosada en el discurso de la Revolución Mexicana que ya desde la década de los sesentas José Revueltas, por ejemplo, había declarada agotada a disgusto del PCM.
El proyecto de la izquierda se sustentaba entonces en dos premisas. La primera, preveía una fractura en la clase gobernante ante lo cual la izquierda debía impulsar y fortalecer una amplia unidad nacional entre las fuerzas populares de los distintos sectores del país. La izquierda que a raíz de la reforma política de 1977 tenía ya una amplia participación en el marco electoral, proponía impulsar políticas públicas de corte popular, del pueblo y para el pueblo, empezando por declarar la moratoria a la deuda externa para usar esos recursos en el desarrollo del país e impulsar una democracia participativa capaz de llevar los beneficios del progreso a todos los rincones del país.
En efecto. El trabajo que desarrolló la izquierda durante todo este periodo (1985-1988) había crecido significativamente. Más allá de las diferencias ideológicas, lograron coincidir en diferentes sectores y trincheras hasta construir un proyecto nacional que recogía las aspiraciones de cambio de una amplia capa de la población urbana y rural que aglutinaba a las organizaciones urbanas presentes con orientación política de la izquierda socialistarevolucionaria. De ahí que se haya desprendido una serie de luchas por los reconocimientos de los derechos de las minorías, grupos indígenas, campesinos, sindicales, de artistas, LGTB, Uniones de Comerciantes, de Colonos y sectores urbanos.
La segunda premisa, táctica y estratégica, era que cuando tal fractura ocurriera, la izquierda debía avanzar con sus propuestas pues la lucha de clases a esas alturas alcanzaba como nunca –se decía en los análisis de coyuntura- la algidez más notoria en la historia del país por la amplia movilización urbana y rural que se expresaban a lo largo y ancho de la nación como no se había visto desde las luchas ferrocarrileras-magisteriales de 1958 y 1959 y desde luego del movimiento estudiantil de 1968.
Es en ese contexto que en Octubre de 1986 surgió el Consejo Estudiantil Universitario en lucha generalizada de casi todos los planteles de la UNAM y dieron un No a las reformas aprobadas por el Consejo Universitario a propuesta del rector Jorge Carpizo, diseñadas desde luego desde el gobierno en turno como las primeras medidas neoliberales, con la línea de buscar la austeridad presupuestal como principio macroeconómico y que a su vez eran recetas del Fondo Monetario Internacional.
El movimiento del CEU cimbró las estructuras del poder y despertó la conciencia ciudadana. En las marchas la gente aplaudía y se hablaba (guardadas las diferencias claro) de algo parecido a 1968 por la magnitud de las movilizaciones, y la gran capacidad de propuestas que resultaron de las convergencias de ideas, grupos y corrientes políticas actuantes dentro del movimiento de tal modo que permeó incluso más allá de la universidad porque adquirió también una expresión multicultural al coincidir con el auge en otros movimientos por ejemplo de las artes plásticas de Toledo, los grabados de Cuevas, la Crónica puntual de Monsiváis, la difusión de nuevos escritores como Fabricio Mejía, los temas ambientalistas abordados por Iván Restrepo y la pluralidad en revistas como Punto Crítico, La Guillotina, entre otros, sin desmerecer mención especial los grupos de rock como Caifanes, La Maldita Vecindad (de Acatlán por cierto), Botellita de Jerez, Café Tacuba, entre otros, sin faltar la Trova Mexicana encabezada por Oscar Chávez, Gabino Palomares, Los Nakos; todos ellos acompañando los mítines del CEU que oportunamente ilustraban también El Fisgón, Magú, Rocha, etc. Una euforia total.
Si 1968 había sido un parteaguas en la historia de México hoy el CEU se volcaba a luchar por la gratuidad de la educación echando por la borda las intenciones neoliberales de establecer cuotas fuera del alcance del pueblo con la intención de ensayar en la UNAM un modelo de privatización de educación. Al lema de “Por una educación científica, crítica y popular” el pueblo hacía suya la demanda.
La ciudad de México recientemente afectada por los sismos de 1985 al impulsó de la organización vecinal de barrios y colonias surgida de la solidaridad de la sociedad generaba nuevas expectativas de cambio y volcó su apoyo al CEU fortaleciendo el movimiento.
En el terreno de las discusiones la propuesta del CEU de llevar los temas de “la excelencia académica” que pregonaba el Dr. Carpizo al encuentro de un Congreso Universitario que permitiera la participación de todos los sectores de la institución desde los trabajadores, estudiantes, académicos e investigadores, sin excluir desde luego, a las mismas autoridades universitarias fue el atajo al proyecto unilateral del gobierno que desde la Secretaría de Programación y Presupuesto tenía nombre y apellido: Carlos Salinas de Gortari.
El gobierno de entonces, al igual que Gustavo Díaz Ordaz en 1968, argumentaba la intromisión de manos externas a la universidad y en específico de los partidos y corrientes socialistas de esos días. Al final, como conquista del movimiento se logró congelar las cuotas y el intento de eliminar el pase automático de los CCH al nivel de las licenciaturas y en diálogo público, a regañadientes de las autoridades, el acuerdo de establecer una Comisión Organizadora del Congreso Universitario, que si mal no recuerdo, por una serie de trabas burocráticas y aplazamientos de las autoridades tuvo lugar hasta 1991.
***
Han transcurrido 39 años de esos acontecimientos y conviene hacer una revaloración del tiempo transcurrido en la lucha democrática y preguntarse cómo se bifurcaron los caminos de los diferentes actores políticos de ese movimiento porque una cosa es cierta: en 1991,cuando se vino abajo “el socialismo real” pregonado por la URSS que de algún modo significaba un baluarte para la izquierda mundial, ese momento marcó el derrotero de una etapa de la izquierda que dejó de reivindicar el carácter socialista y revolucionaria para sumarse a la lucha por la transición a la democracia tan en boga en esos días por las experiencias de España y Chile como los nuevos paradigmas y modelos políticos a seguir. En esos momentos, como señala el maestro Armando Bartra en un artículo de 2014 sobre José Revueltas, vuelve a producirse un trago amargo de la derrota en la izquierda al sentirse desarmada de la utopía socialista y el único camino es entonces el camino de la reforma y la tradición socialdemócrata.
En los años inmediatamente anteriores (1988) la emergencia de la candidatura de Cuauhtémoc Cárdenas significó, en efecto, una nueva esperanza representada años después en el sol azteca del Partido de la Revolución Democrática pero curiosamente significó también la liquidación de una vertiente de la izquierda que hoy, hay que decirlo sin ambages, se ha reducido a grupos que a su vez se fragmentan sectariamente en grupos cada vez más minúsculos pero con una crítica certera sobre los nuevos tiempos del capitalismo y su abismal salto al vacío liquidando cualquier forma de alternativa humanista que, a decir de Lorenzo Meyer en una entrevista que le realizaran en meses pasados en una video conferencia, ante la pregunta de ¿hacia dónde ir en la perspectiva mundial? Despues de un silencio dubitativo respondió que la humanidad ha llegado a una encrucijada donde se ha perdido la brújula de las alternativas y cuestionado sobre la perspectiva de la izquierda dijo que esta es un granito de arena en un océano de extravíos ideológicos o lo que es peor, en la inexistencia de nuevas utopías atrapados y enajenados de la conciencia como estamos en el espejo de la modernidad y las tecnologías.
La vieja izquierda que confluyó en la figura de Cuauhtémoc Cárdenas y que después formó el PRD, después de una lucha tenaz por la democracia, terminó ahogándose en una institucionalidad que en su conjunto obedece no a las aspiraciones colectivas sino a una estructura de poder financiero internacional impuesto desde los designios del imperialismo norteamericano. Ninguna modernidad o democracia podrá ir tan lejos mientras no reconozca con los pies sobre la tierra que frente a su pasado hay viejos desequilibrios sociales que necesitan ser superados. En estos días el neoliberalismo viaja viento en popa adaptándose a las circunstancias de todo tipo de gobiernos. El maestro Armando Bartra al que volví a leer de nuevo en el libro LOS MOVIMIENTOS DE UN PARTIDO durante un curso de los que desarrolla el INFP de Morena señala 16 puntos de las muchas maneras de convertir un partido político de izquierda en una lata de sardinas refiriéndose al PRD, pero queda la incertidumbre de si no será que está prediciendo también el futuro de morena en esa mezcolanza de chapulines? Quizás no ahora sino “cuando el dique se rompa” parodiando el título de una canción de Led Zeppelin. Como analiza Karel Kosik en su libro DIALECTICA DE LO CONCRETO la realidad solo se presenta de modo aparente, lo que parece ser no es y captar su esencia requiere del análisis a luz de los acontecimientos. El proletariado, categoría que poco se menciona sigue sin cabeza. Pero eso será tema de otro escrito.