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Ya montado / La Feria

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Sr. López

 

A la prima Olguita era hija de tía Olga (el pelado del Pepe, el más impresentable primo que tenerse pueda, les decía “las coronas”, por el famoso anuncio de entonces de la cerveza Corona: “Corona y Coronita, tan buena la grande como la chiquita”; lépero, pero veraz). Bueno, la prima Olguita era famosa por sus pocas pulgas tratándose de aquellos que pretendieran acceso a sus cualidades más destacadas. Una vez fue a su casa un joven de muy buena pinta, obtuvo autorización para invitarla a tomar un café (con chaperón, como mandaban los cánones de los tiempos del pricámbrico clásico, años 50 del siglo pasado), salió el muchacho por delante y Olguita nomás cerró la puerta (no le cedió el paso y ¡abur!, para siempre). Otro, que se fue a volar, sí le cedió el paso, le abrió la puerta del coche, pero ya en la cafetería, se sentó a la mesa antes que ella: media vuelta, marchen (con Oscarito, su hermano). Y es ella la que nunca llegó al templo el día de su boda (luego le cuento), porque unos pocos días antes, el novio-casi marido, le dijo “no seas tonta”, escogiendo muebles para su casa. Finalmente se casó (a los 23, grandecita en aquellos tiempos), tuvo hijos y a buena edad (de ella), falleció su marido, como hacen los buenos maridos. Y la dejó guapa.

Este enero, uno tales Steven Levitzky y Daniel Zibilat, publicaron un libro titulado “Cómo mueren las democracias” (“How democracies die”), ambos, profesores de Harvard,el primero especializado en los sistemas políticos de América Latina, el segundo en los de Europa.

El del teclado no ha leído el libro (ni piensa leerlo, la colonoscopía democrática le da pereza), pero lo comentaron gentes muy serias: en El Financiero, Macario Schettino, el 23 de enero de 2018; en El País (Argentina), Ernesto Tenembaum, el 1 de febrero de este año; y en el Reforma, Roberto Newell el 12 de abril pasado. Su texto servidor, dio cumplida lectura a las sesudas recensiones, por el lógico interés que le causa el estado de gravidez de La Patria (la señora de la portada de los libros de texto gratuitos), cuyo alumbramiento está programado para el próximo 1 de julio (casi seguro es niño).

Lo primero para saber si la democracia de un país está en riesgo de ingresar a cuidados intensivos, es que el marco legal-institucional permita el acceso al poder a candidatos antisistémicos (si de plano es usted muy de meterse en detalles, ahí se lee “Movimientos antisistémicos”, de Immanuel Wallerstein, Giovanni Arrighi, Terence Hopkins, Ediciones AKAL, 1999… lo encuentra en la Gandhi); para entendernos más fácil porque “antisistémico” es un concepto muy vasto, que va de anarquista hasta ecologista, los autores se refieren a los demagogos, de todos tan conocidos.

Así, el mayor riesgo para la democracia es que un régimen permita el acceso legal al poder de un demagogo, quien ya instalado en él, se las ingeniará para desacreditar, descomponer, arrinconar, aterrorizar, controlar las instituciones y mangonearlas como dicten sus sagradas gónadas (ovarios o testículos, según se trate de una dama o un caballerito). Don Macario lo dice muy bien: “(…) las democracias mueren a través de las elecciones, cuando los nuevos gobiernos atacan a los árbitros, compran a los actores neutrales, y alteran las reglas electorales”.

Así le hicieron Hitler y Mussolini, que acomodaron en decúbito supino y usaron como les vino en gana, al poder legislativo y judicial de sus países. Y más para acá, otros como Perón en Argentina, Velasco Ibarra en Ecuador, Fidelito en Cuba (no se enoje), Fujimori en Perú, Chávez en Venezuela.

En el libro se menciona con insistencia el riesgo que significa el Trump para la democracia yanqui Y don Putin en Rusia. Mencionan a México solo en referencia a ya saben quién: sí, los señores consideran que don Pejesús es quien más daño ha hecho en nuestro país a la confianza pública en la democracia (eso dicen, seguro los mandó Salinas).

Los tres escritores orientan al lector para detectar a los personajes de este pelaje (con tendencia a transformarse en autócratas), usando las cuatro preguntas que usa Juan Linz (Juan José Linz Storch de Gracia; prestigiadísimo sociólogo y politólogo español, catedrático de Yale), en su obra “La quiebra de las democracias”:

1) Rechaza las reglas democráticas del juego; 2) niega la legitimidad de sus oponentes; 3) tolera o promueve la violencia; 4) indica el deseo de limitar las libertades civiles de sus oponentes, incluyendo a los medios.

Según Linz y nuestros tres autores, un político que llene uno solo de esos cuatro requisitos, es un peligro para la democracia. Ellos lo aplican al Trump que hoy padecen los yanquis y dicen que el señor del copete modelo quesillo, llena todos los requisitos… pero, acá también hace aire:

¿Quién mandó al diablo las instituciones y dice no confiar tampoco en las organizaciones ciudadanas? (Va una); ¿quién dice que todos, menos él, son parte de la mafia del poder y que Meade y Anaya son igual de corruptos? (van dos); ¿quién tiene un discurso de permanente violencia verbal y cuando hay golpes, se muestra tolerante, bromea y no la rechaza? (y vamos en tres); ¿quién vive peleando contra la prensa? (el Reforma para él, es prensa ‘fifí’; El Universal es “el pasquín del régimen”)… a ver ¿quién?

A ver, piénsele: ¿quién dijo -el 21 de agosto del año pasado- que las fuerzas políticas que rechazan acompañarlo rumbo al proceso electoral del 2018, forman parte de la mafia del poder? (cuando Movimiento Ciudadano declaró que no iría en alianza con Morena para la elección presidencial).

¡Ése!, el mismo que siendo Jefe de Gobierno del D.F., tomó por la fuerza dos veces a la Cámara de Diputados federal, con sus asambleístas, coordinados por Martí Batres, entonces subsecretario de Gobierno, para impedir la votación de reformas constitucionales que no le parecían bien… sí, señor, el Pejecutivo.

Si eso ha sido capaz de hacer sin ser Presidente, imagínelo ya montado.

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