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Ya lo verá / La Feria

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Sr. López

 

El viernes pasado, un mandadero entregó al Congreso el texto del 5º informe de gobierno del Poder Ejecutivo federal (680 páginas, cinco temas: México en Paz, México Incluyente, México con Educación de Calidad, México Próspero y México con Responsabilidad Global). Padre.

 

En apego a la no añeja tradición, el Informe fue aprovechado para darle un baño de descalificaciones cuando no insultos, al Presidente de la república. Ni tan merecidos, ni tan gratuitos.

 

Cada año bate dos récords el Informe; el primero: ser el documento menos leído desde 1450 cuando  Gutenberg hizo el primer libro impreso con tipos móviles (un misal, no la Biblia); el segundo: ser el documento más criticado (en la segunda acepción: “Expresar opiniones o juicios negativos y contrarios sobre una persona o una cosa”).

 

Este vacilón del “Informe” empezó el 1º de enero de 1825, cuando sin tener obligación, lo presentó ante el Congreso, Guadalupe Victoria del que se dice, quién sabe por qué, fue el primer presidente de México -de octubre de 1824 a marzo de 1829-, cuando en rigor, el primero (y el segundo), fue Agustín de Iturbide, como “Presidente de la Regencia” entre 1821 y 1822 (pero como don Tino nos quedó mal y tuvieron que fusilarlo, pues, lo borran y ya); luego, tuvimos un carrusel de presidentes con el “Supremo Poder Ejecutivo”, en el que desfilaron seis: Nicolás Bravo, don Lupe Victoria, Pedro Celestino Negrete, José Mariano Michelena, Miguel Domínguez y Vicente Guerrero, cada uno un ratito entre marzo 31 de 1823 y octubre 10 de 1824.

 

Así las cosas, cuando Guadalupe Victoria (que tampoco se llamaba así, sino José Miguel Ramón Adaucto Fernández y Félix), fue por segunda vez presidente (de octubre 1824 a marzo 1829), fue que se le ocurrió la puntada de ir a informar que había logrado comprarle algo de ropita al ejército, pagar sueldos atrasados a los burócratas y atender en lo que se pudo -no mucho-, la administración de justicia (digo, también el presupuesto eran tres pesos); lo que sí mandaba la Constitución de entonces era que el titular de cada secretaría de estado informara, pero don Lupe quiso ir él. Pa’l caso.

 

El informe presidencial no merece ningún crédito de parte de nosotros los del peladaje, porque bien sabemos que no dice nunca la verdad (nunca), y sí deja de decir muchas verdades. Don Porfirio Díaz en su informe de 1910, informó que “las elecciones de Poderes Federales se habían celebrado con regularidad en todo el país”, en lugar de decir que la cosa estaba que ardía, sin mencionar a Madero, y dijo que había sido “excepcional” el interés popular en esa elección; en su siguiente informe, el 1º de abril de 1911, ya con la Revolución encima, lamentó que los candidatos perdedores, hubieran recurrido a la violencia sin sujetarse al “legítimo ejercicio del sufragio popular”, pero dijo: “el Gobierno cuenta con el heroísmo y la abnegación del Ejército para restablecer la paz y dar severas lecciones a los insensatos que la han perturbado”; pues ni tan severas, que tuvo que renunciar el 25 de mayo e irse del país por siempre el 31 de ese mes (gratis le salió el viaje en el vapor Ypiranga, propiedad de la compañía naviera alemana Hamburg Amerika Linie).

 

Luego, en el artículo 69 de la Constitución de 1917, se estableció la obligación del Presidente de acudir a la sesión de apertura del Congreso e informar por escrito sobre el estado general que guardaba la administración pública de la nación… y ahí empezó “el Día del Presidente” que recordamos todos los nacidos en el siglo pasado como la pesadilla anual, cínica práctica pública del solitario placer presidencial de autoalabarse, maratón de nuestro Poder Legislativo de servilismo y aplausos. De horror.

 

Pascual Ortiz Rubio rindió su primer informe presidencial el 1º de septiembre de 1930; le cuelgan que en esa ocasión propuso sustituir a los Santos Reyes por Quetzalcóatl… este menda leyó y releyó el documento y no encontró tal estupidez… aunque sí lo intentó (nota de El Universal’, edición del 27 de noviembre de 1930), mediante acuerdo con el Secretario de Educación (Carlos Trejo y Lerdo de Tejada), para sustituir la “tradición extranjera” de la Navidad. Y se echaron una bonita ceremonia azteca en el Estadio Nacional el 23 de diciembre de 1930, con entre 10 y 15 mil niños, a los que la serpiente emplumada entregó juguetes y dulces, frente a todo el gabinete y el cuerpo diplomático… ¡qué vergüenza con las visitas!

 

Lo que sí es cierto es que el campeonísmo en emisión inútil de babas, fue el presidente Abelardo L. Rodríguez, cuyo último Informe -1º de septiembre de 1934-, duró siete horas con 35 minutos. “Para que no me olviden”, ha de haber pensado. En cambio en 2005, el quinto informe del Chente Fox, fue el más breve: 65 palabras (en su sexto y último Informe lo dejaron como repartidor de pizzas, no pudo ni entrar al recinto del Congreso).

 

A mi general Calderón, el 1o de septiembre de 2007, en su primer Informe, la presidenta de la Mesa Directiva del Congreso, Ruth Zavaleta, lo dejó como novia de rancho, no le recibió nada y se retiró aduciendo que no era un legítimo Presidente. Don Calderón no pudo decir ni pío… y ni pío dijo. Arde. Para el año siguiente se modificó la ley y ya no tiene que entregarlo personalmente ni decir nada.

 

Murió el “Día del Presidente”… pues no. Ahora juntan a sus cuates en Palacio Nacional para que les aplaudan mucho. Igual que antes pero sin moscas. Vieran qué bonito le sale.

 

Don Peña en este su quinto Informe, dejó claro que su gobierno va rebien. Que no es responsable de la inseguridad: “Una parte significativa de los homicidios (…) son delitos del fuero común, responsabilidad de estados y municipios”; que ha sentado las bases para que dentro de cinco años estemos mejor, que se puede acabar con la pobreza en 10 años, en 20 años seamos un país desarrollado y queEl siglo XXI debe ser el siglo de México”. ¡Yupi!

 

El 2017 y el próximo 2018, son nada: ¡esa es visión!

 

Más le vale, don Peña, si no, en 2100 le reclamamos, ya lo verá.

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