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¡Viva Trump! / La Feria

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Sr. López
Tío Daniel, odiaba con toda su alma a la familia Ordóñez… completa, servicio doméstico incluido (nunca dijo por qué pero todos sabíamos que Ordoñez papá y él habían sido muy amigos, hasta que el Ordoñez le voló la novia, la hizo su esposa y tuvieron once hijos, y cada uno era para el tío Daniel como una afrenta); ya luego tío Daniel se casó con otra y tuvo dos hijos nomás  (él no tenía que purgar a nadie reproduciéndose intensivamente). Vivían en la vieja colonia Roma, él y los detestados Ordoñez. Si el tío entraba al Sanborn’s -Durango y Salamanca- y oteaba la presencia de un Ordoñez, cualquier Ordoñez, se iba a cenar tamales a la Flor de Lis (Huichapan 21, Hipódromo Condesa), o a Tacos Beatriz (Tuxpan 48, “Famosos desde 1910”), o nada, que todo era mejor que  estar bajo el mismo techo con “uno de esos”. ¡Ah! pero la vida es… la vida es… ya sabe (rima con ladrona): en el sexenio de Ávila Camacho (1940-1946) quedó de Jefe del Departamento del D.F. -hoy CdMancera- Javier Rojo Gómez, aquél poderosísimo político tricolor y resultó que uno de los mejores amigos de don Rojo, consiguió para el tío Daniel un puestazo, uno de esos que ni en la Lotería nacional se creen… peeero, el día que tomó posesión, en la oficina de enfrente, ahí en sus narices, estaba muy orondo el odiado viejo Ordóñez… mano derecha del jefe de ambos: nunca hay felicidad completa y ni modo, antes que dar la espalda a la suerte, se resignó a tragar trapo: saludarlo por la mañana (bueno, lo cortés no quita lo valiente); coexistir, ni modo que no, en eventos oficiales, juntas de trabajo, banquetes, recepciones, brindis de fin de año… total, hasta fue a cenas en casa del maldito Ordoñez (había que cuidar el hueso, ¡es sagrado!). Y así, de a poquitos, en repuesta en escena de Romeo y Julieta, versión tenochca, Carmencita, la hija de tío Daniel, la niña de sus ojos (prima de este López, descrita en el Diccionario Sicalíptico Nacional en la entrada, “cuerote”), salió con su domingo siete de un hijo del Ordóñez y hubo boda, tenía que haber boda, pues en aquellos años era socialmente gravísimo tener nieto de hija sin marido. Fueron leyenda las ojeras del tío Daniel.

Dirá usted ¿y a mí, qué?… y sí, ¿a usted, qué?, pero es que al menos una buena parte de los nacidos en la era del pricámbrico clásico -mediados del siglo pasado-, traemos ojeras modelo tío Daniel viendo la transformación de nuestro país.  Usted no lo sabe pero antes, nuestras aduanas estaban cerradas a piedra y lodo a todo lo de origen yanqui; ir de vacaciones a Miami era una payasada teniendo Veracruz; “malinchista” era insulto (ya ni existe la palabra); en la escuela se enseñaba que los EUA nos habían robado medio México; y antes que aceptar el triunfo de los roqueros yanquis, estábamos dispuestos a aplaudirle a Los Locos del Ritmo,  Los Rebeldes del Rock, y oír los “covers” en español de César Costa imitando a Paul Anka, y Alberto Vázquez, a Paul Robeson en “16 toneladas” (¡Jesucristo-aplaca-tu-ira!)… Y ahora, ahora este país parece una sucursal de barrio pobre de la cadena “USA Inc.” ¿cómo llegamos a esto?

No se lo digo sólo por la contrarreforma energética, sino por todo. Ahora, si quiere usted quedar marcado por siempre como un naco irredimible, diga en una mesa de boda que prefiere ver cine nacional, los zapatos de Guanajuato o el casimir de Tlaxcala… lo espera el ostracismo y su esposa no le habla un mes; si sus hijos no fueron nunca a Disneyland de vacaciones, (no “Disneilandia”, no sea naco, “Disniland”, por favor), créamelo, lo llevarán como un lunar (y no lo cuentan, ¡ah, no!). Y la prueba tope de adonde hemos llegado: póngase de pie en un restaurante si tocan el himno nacional… se va a sentir muy solo (si no es que le gritan alguna peladez).

Tampoco es cosa de que este menda predique el aislamiento (cuantimenos el odio) a un vecino con el que tenemos 3 mil kilómetros de frontera, no, sino nada más que no le parece necesario que el 80% de los anuncios en las calles estén en inglés; que tomemos café de “Starbucks”; que compremos donas de marca yanqui en lugar de las que siempre hicimos acá (como si allá hubieran patentado el agujero); que la base de la televisión nacional sean programas yanquis, que a fin de cuentas antes no lo pasábamos tan mal con el Club del Hogar, los Polivoces, Sábados con Vanart y Siempre en Domingo (¿habrá quien los recuerde?); afirmaciones que -comprendo- ratifican la condición de naco de la edad de tercera de este junta palabras… pero es que oiga usted, a la mejor hamburguesa del McDonald’s, con todo y cajita feliz, le planto enfrente sin rubor, unos tacos de maciza, o si trae usted prisa, unos tacos de canasta, esos que tan vivamente alababa  Ibargüengoitia: culmen culinario tecnológico nacional, eficientes como un Volkswagen, rápidos como el directo a Guadalajara, nutritivos como un frasco de Sukrol, económicos como la situación exige, envidia de los chefs de Francia. Y si de adaptar y mejorar lo extranjero se trata, debe aceptar, sin apasionamiento, que no hay en todo el mundo sajón, un jatdog o un jotkaik, mejor que los de banqueta de acá (“¡yes sir!”)

La cosa es que empezamos de cuates con los turistas yanquis (las turistas), comprando fayuca de a poquitos y ahora vamos al Sam’s hasta por los chiles verdes, celebramos el “jalogüín” y a punto estamos de empezar con el “Thanksgiving”, a punto.

Se nos pasó la mano y de contrabandear babosadas gringas, acabamos entregando minería, petróleo, gas, electricidad y creyendo que sin TLC, esto será una hecatombe.

Por eso, sólo por eso, es probable que sea cierto que la Guadalupana nos cuida y que ella puso al inmensamente detestable del Trump en la Casa Blanca: si construye el muro puede que baje el contrabando de armas para los narcos (y que mitigue acá la matadera; digo, se les tiene que acabar el parque); si deshace el TLC, a lo mejor hasta recuperamos algo de país, porque, créamelo, hay más planeta aparte de los EUA. Sí, aunque duela… por la patria: ¡viva Trump!

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