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Vamos bien / La Feria

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Sr. López

 

Seguro estoy de haberle contado hace mucho de la muy querida tía Rita, señora simpática y bondadosa, que no leía periódicos ni oía noticieros (no había televisión… bueno, sí, en cuatro casas), porque decía: -“Para penas, las que me toquen, pero no voy a sufrir por desgracias de gente que ni conozco en lugares que ni sé dónde están” -sí, seguro que se lo conté.

Bueno, eran otros tiempos, en los que era posible mantenerse dentro de una atmósfera familiar o comunal, ajeno cada quien a lo que le viniera en gana. Por lo que sea, se nos ha complicado mucho la vida (se refiere el del teclado a Occidente, que del Lejano Oriente no tiene idea, que por eso, por tan lejano, es como otro planeta).

Se advierte también, que este texto servidor de usted, se refiere al modo de vida del sector urbano constituido por los que están arribita de muy amolados hasta los ricos estándar, sin incluir a los obscenamente millonarios, que viven en su burbuja, ajenos a todo y todos. Y no se refiere a la población rural porque sus problemas y alegrías, son otros muy distintos.

Hay quien rastrea el origen del estilo de vivir actual y concluye que la Segunda Guerra Mundial o el abandono del “sentido religioso”, el desarrollo industrial o el consumismo y hasta la tecnología, son lo que dio la vuelta de campana a las costumbres, el concepto de familia, la pérdida de respeto por lo que antes se respetaba, y son causa del general deseo de riqueza y prisa por enriquecerse, exceso de “stress”, preocupaciones “globales”, devoción por la ecología, extravío de referentes éticos; y, como resumen de ese tsunami de descalificaciones de las actuales generaciones y su modo de vivir sus vidas, se afirma que han perdido el sentido de la vida. ¡Vaya!

Sí se ha complicado la vida y sí es casi imposible sustraerse a la catarata de información de todo tipo que nos bombardea directa o indirectamente a todos; sí, y también el “stress” que soportan las actuales generaciones es mayor que las de antes. De acuerdo.

Pero no parece sostenible que todo tiempo pasado fue mejor ni la descalificación llana que se hace del modo de ver y vivir sus vidas de la gente menuda y los adultos jóvenes de ahora. No.

Para empezar porque los valores, el respeto a la familia y el “sentido religioso” de antes, de nada valieron para impedir guerras (las peores guerras, que las bombas atómicas sobre poblaciones inermes, las echaron personas con sólidas creencias cristianas); y el “genuino” sentido de la vida de antes, no fue obstáculo para barbajanadas como la esclavitud, el racismo o la misoginia.

No está tan fácil descalificar el modo de vida de ahora,  no, porque el concepto de familia de antaño se asentaba en la arbitraria autoridad indiscutible del macho, la sumisión de la mujer y no raramente en el abuso; pero, se alega: “la familia era más unida”… bueno, sí, al regresar de la fábrica, de la mina, de la plantación, a medio mal comer algo y caer como fardos todos amontonados en un solo cuarto… sí, era más unida.

Además -a fuer de ser sinceros-, aceptemos que deseos de confort y riqueza ha tenido la especie humana desde siempre o al menos desde Noé, que -dicen-, vendió a escondidas boletos para embarcarse en su arca -a precio de oro cuando empezaron los chubascos-; y algo ha de tener de cierto, porque después del Diluvio, él y su familia no hubieran repoblado el planeta (o seríamos todos retardados mentales profundos, con semejante mezcladero entre pura parentela).

Sí hay ahora un consumismo impúdico, cierto, pero es el mismo de siempre, nomás que antes eran muy pero muy pocos, los que podían consumir glotonamente (aristócratas, burgueses y luego grandes industriales), pues la inmensa mayoría de la población vivía con lo mínimo, explotada, como siervos, como súbditos, y luego como trabajadores de una revolución industrial hecha a lomos de una masa obrera exprimida hasta la última gota. Ahora más gente puede comprar y aunque le parezca increíble, la pobreza ha disminuido en el planeta (sigue habiendo mucha, pero ni comparar con la de antes). No sé usted pero este menda en lugar de escandalizarse, siente rebonito viendo a un chamula con su celular… ¡bendito sea Dios!, ya se van cerrando las brechas, pareciera que no, pero sí.

Además, la humanidad ha probado largamente su capacidad para corregir y mejorar las cosas; el consumismo que conocemos como sostén de un aparato industrial insaciable y un sistema económico que requiere crecimiento económico perpetuo, le van a dar risa a las generaciones futuras (en un ratito, en unos 200 años, que en tiempo planetario es un parpadeo).

Así las cosas, ya declarado sin pudor su más reprobable optimismo, sostiene López que hay algo en lo que debemos machacar sin pausa para agilizar cuanto sea posible su mejoría: los gobernantes están a nuestro servicio, son nuestros empleados.

No hemos avanzado poco, que venimos de reyes por voluntad de Dios, pasando por dictadores por su tiznada voluntad -y sus pistolas-, y ahora estamos sin duda en tiempos en que cuando menos, los poderosos tienen que disimular sus barbaridades, hacer como que respetan (que ya es algo).

No exijamos lo imposible, que esa es una frase idiota. Exijamos lo posible.

Y posible es que a tuitazos, “facebukazos”, periodicazos y como sea, consigamos sujetar a los políticos y gobernantes a la decencia más elemental, que es respetar la ley, ellos, siempre y primero que todos, pues aunque el bien común parezca un sueño, también es posible, tanto como erradicar la frivolidad del poder, el mal uso y hasta el robo de los caudales públicos.

Sí, en el país hay gobernantes reprobables (no todos, tampoco), y algunos (no pocos, tampoco), burócratas de alto nivel, elegidos por nadie, agazapados en sus oficinas de lujo, rapaces, soberbios, responsables imperdonables de lo que sufren millones de personas: inseguridad, pobreza inducida, falta de servicios de salud, educación deficiente y tanto sufrimiento evitable. Sí, pero lo objetivo es que estamos mal pero vamos bien.

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