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Soñar es gratis / La Feria

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Sr. López

 

Tía Marcia (de las de Autlán de la Grana, lado paterno), era una mujer de pelo en pecho; altota, brava, de pistola al cinto y siempre de pantalón, cosa inconcebible en aquellos tiempos; muy jovencita heredó extensas tierras en las que no sabía cuántas cabezas de ganado tenía, pero sí cuando faltaba una.  A tiros mantuvo íntegro su latifundio y cuando llegó el reparto agrario de Cárdenas, las cuadrillas de topógrafos que mandaban de México, tenían una plática con ella y recapacitando, dejaban para mejor momento su patriótica misión. Tuvo nueve hijos varones y cinco nenas; nadie se tomaba la molestia de preguntarle por el marido, porque nunca tuvo y era arriesgado incomodarla; la abuela Elena decía de ella -eran primas hermanas-, que si no fue casada a ella no constaba, pero sí que fue viuda varias veces, y sonreía con sus ojitos zarcos. Pasadita de los sesenta de edad, tía Marcia de repente, apareció en la Ciudad de México. Había vendido todo, tierras y ganado, y se instaló en una casona que compró en Polanco donde pasó, ya de faldas, el resto de su larga vida. Adolescente este menda, por eso y por imprudente, un día le preguntó por qué no dejó sus tierras a sus hijos, y me respondió con calma: -Los cuidé de más, a niños y niñas mandé a Guadalajara a estudiar; ellos regresaron de redaño chico; ellas, casadas con señoritos: mejor vender que mirar todo perderse -bueno, visto así.

 

No son ganas de criticar, pero algo pasa en la política nacional. Como es asunto complicado, comparemos, para ahorrar teclazos:

 

En el PAN, sus presidentes nacionales eran gallos calibre Manuel Gómez Morín o Efraín González Morfín; cómo llegaron a César Nava Vázquez (esposo de Patylú, creadora del inolvidable disco “La vaca Tomasa”), y Ricardo Anaya, es asunto reservado a los resultados de un coprocultivo colectivo (muy tardado).

 

En el PRD, pasaron de Cuauhtémoc Cárdenas y Porfirio Muñoz Ledo, a Alejandra Barrales (la aeromoza, líder de aeromozas), y Manuel Granados Covarrubias (¿quién…?; pues, eso: ¿quién?… el que se alzó con la peor derrota electoral de la historia del deshilachado partido amarillo).

 

En el PRI, de Manuel Pérez Treviño y Jesús Reyes Heroles, a Enrique Ochoa Reza (quién juro que no era del PRI cuando quería ser Consejero del entonces IFE), y Claudia Ruiz Massieu Salinas (sobrina de su tío Carlos, punto; fin del currículum).

 

Y también, si de revisar cómo está de espeso el caldo del lado izquierdo, podríamos comparar a Citlali Ibáñez Camacho (a) Yeidckol Polevnsky Gurwitz, y Andrés Manuel López Obrador, con Arnoldo Martínez Verdugo y Vicente Lombardo Toledano, pero sería rudeza innecesaria; lo que es más: sáltese este párrafo.

 

Uno puede estar en total desacuerdo con señores como Benito Juárez o Plutarco Elías Calles, pero ni su más acérrimo enemigo se atrevería a tacharlos de frívolos, ignorantes, ineficaces o mediocres. No. Eso no.

 

Lo que le ha pasado a la vida política nacional es serio. Nos afecta a todos. La gente que se abstiene de toda participación en esas danzas y se consuela pregonando su desprecio por política y políticos, actúa con la lógica del paciente que desprecia la medicina y sostiene públicamente su desconfianza en los doctores. Mientras se tenga salud de roble, está bien, pero si no… cuidado.

 

La reciente elección de Andrés Manuel López Obrador como presidente de la república, no es tanto el resultado de una sesuda reflexión en favor de una política de izquierda, como un ajuste de cuentas a la clase de política que defraudó largamente a la población.

 

Al menos una parte de los que votaron por AMLO, lo hicieron buscando que él ponga orden, que él haga lo correcto, que él limpie el gobierno de corruptos, que él… que él… que él… sí, así somos, no es un “nosotros”, todos, empeñados en aportar cada quien lo que le toca, sino un “ahí te encargo”, que nos permita continuar en la indolencia cívica.

 

Si esto falla, no hay a la vista nada ni nadie que pueda sustituir la inmensa esperanza depositada en él… y él, por más que quiera cumplir (como quiere), todas sus promesas de su campaña de 12 años, no puede solo: es indispensable que cuente con personas de primera categoría para cada cartera de su gabinete, que los gobernadores sean también de calidad exportación y que los partidos políticos se recompongan rapidito y produzcan cuadros capacitados que lleguen a ser candidatos, al menos, mejores que Cuauhtémoc Blanco, por poner un ejemplo.

 

Se ha vuelto estribillo decir que los principales problemas de México son la inseguridad y la corrupción. Es correcto, pero agregue en el lugar que quiera, la calidad de los políticos.

 

Y eso nos lleva a pensar en que una de las mayores deficiencias de nuestro sistema político es precisamente, el modo en que los partidos políticos designan candidatos a cargos de elección popular. El tenochca armado con su credencial de elector, por más cívico que sea, a la hora de votar no puede sino escoger entre el surtido de esperpentos que le enjaretan los partidos.

 

Urge que los partidos políticos se obliguen a designar sus candidatos de otra manera; hoy, quien desea hacer carrera política, si no es “hijo de”, se incrusta en un partido, se “relaciona” con las personas indicadas y va ascendiendo hasta obtener una buena candidatura: no le debe nada a los ciudadanos, todo lo obtiene gracias a su propia capacidad de doblar el espinazo.

 

Por poner un ejemplo: que la ley obligue que cualquiera que opte a la candidatura a Presidente de la república, haya sido antes elegido a algún cargo de representación nacional; que los candidatos a cargos de elección nacional, hayan sido antes elegidos a cargos de representación local; que los que quieran ser candidatos a cargos de elección local (gobernadores, alcaldes, diputados), obtengan primero el voto a su favor de un porcentaje bien estudiado del electorado correspondiente al cargo al que aspiran.

 

Así, deberían tener carrera política y debérsela a la gente, no a su capacidad de engañar y lisonjear. Total: soñar es gratis.

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