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Somos como somos / La Feria

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Sr. López

 

Ha de ser el acumulamiento de edad lo que amodorra el alma, aletarga el seso, lo duerme, contemplando, cómo pasan las elecciones, cómo se viene el desastre, tan callando, cuán presto se va el votar, cómo después de elegir, da dolor, cómo a nuestro parecer, cualquier  gobierno pasado fue mejor. O es la edad o desayunar nueve tamales (tres de dulce).

 

Casi seguro ignora cualquiera de 30 años o menos, que hubo un tiempo (¡ay, tan lejano!), en que todo tenía un lugar, papá mandaba (mamá, también); los hijos los obedecían y el Niñito Jesús se ponía contento; el Ratón traía una moneda por cada diente que se le caía a uno (si lo ponía debajo de la almohada); los Santos Reyes, ponían juguetes a los que dejaban un zapato en la ventana el 6 de enero (a este López le dejaban ropa interior y los uniformes de la escuela… bueno, pero dejaban); si usabas escapulario, la Virgen del Carmen te metía al Cielo el sábado siguiente al día en que palmaras; los policías eran de fiar; los doctores iban a tu casa, te veían la lengua, te oían los pulmones y sin análisis, recetaban y curaban; lo ajeno era ajeno; mentir era pecado; y gobernaba el PRI, eso siempre: gobernaba el PRI.

 

Luego fuimos cambiando costumbres, creencias, todo… y de repente, Zedillo mediante, nos llegó la democracia, inesperada, como suegra que llega con maletas sin fecha de partida… pero hubo fiesta de los profesionales de la cosa pública, de los profesionales de la comunicación; y los profesionales del oposicionismo echaron cuetes asegurando a La Patria que desde el azul del cielo, las estrellas celosas nos mirarían pasar, que no habría más que armonías, sería clara la aurora y alegre el manantial. Fox y Martita eran el precio y había que pagarlo, Calderón también… y regresó el PRI. Este mundo es el camino para el otro, que es morada sin pesar, sí pero, mientras, PRI.

 

La desilusión por la democracia no campea solo en México. Así como Europa se desencantó de las prometidas bondades del Congreso de Viena que organizó y mangoneó un tal von Metternich, por ahí de 1815, para regresar todo al estado en que estaba antes de la Revolución Francesa y Napoleón (el conservadurismo, las monarquías absolutas y lo mero principal, las fronteras), cocinando sin darse cuenta un tsunami de revoluciones que culminó con la Revolución Bolchevique y las guerras mundiales, que dejaron al planeta boqueando entre escombros… y ahí fue cuando empezó la promoción de la democracia como la panacea universal (léase cuando tenga un rato, “El fundamentalismo democrático”, de Gustavo Bueno; editorial Temas de Hoy).

 

Al término de la Segunda Guerra Mundial los EUA con la complicidad por hambre de sus aliados, impusieron un “nuevo orden”: las Naciones Unidas, el dólar como moneda universal, el Fondo Monetario, el Banco Mundial y a medio mundo la democracia (como la entienden los yanquis), en un equilibrio bipolar frente a la URSS y el otro medio mundo;  estabilidad por miedo (la Guerra Fría), que colapsó con la disolución en 1991 de la URSS, dejando al planeta en manos del dios dólar, el credo democrático (como lo entienden los yanquis), y la dogmática del “libre” mercado, la competitividad, el crecimiento perpetuo del PIB y toda la ensalada de barbaridades que nadie se atreve a poner en duda, porque es políticamente incorrecto.

 

La democracia, sin embargo, ha probado que es neutra, como la inteligencia (diría la Viteri): no garantiza nada, puede derivar en comedia o drama, y hasta en farsa. Democráticamente llegaron al poder Hitler y Trump. A la democracia se le pueden hacer trampas y no es vacuna contra ningún mal social (ningún régimen lo es).

 

Menos garantiza la democracia entendida (y agotada), en la libre elección de los gobernantes (regla de oro de la democracia: la mayoría manda), y cuando se afirma que es democracia el imperio de la ley, tuerce la puerca el rabo, porque igual se puede aspirar a eso en una oligarquía y hasta en un régimen islámico. Cuando se dice que democracia es la igualdad de oportunidades, aplica lo mismo, que eso también es posible en una tribu del África Central que en la muy monárquica Holanda… y en los EUA es indirecta y la elección de sus presidentes no depende de lo que vote la mayoría, sino de lo que decidan los “grandes electores” (compromisarios que pueden elegir Presidente a quien les pegue la gana, resulte lo que resulte en las urnas).

 

La democracia es casi una figura vacía. Nomás piense que puede ser directa, indirecta, semidirecta, socialdemocracia, parlamentaria y líquida (en la que el ciudadano puede votar o delegar en otro esa responsabilidad). La ética del buen gobierno no es exclusiva de la democracia, ni ninguna otra de sus supuestas bondades, que por eso Alexis de Tocqueville (“La democracia en América”, 1835), alertó sobre uno de los principales peligros de la democracia: la tiranía de la mayoría, cuyo efectos se notan un poquito en los países en los que la mayoría decide tener una religión oficial y prohíbe cualquier otra, aprueba la segregación racial o que alguna práctica sexual voluntaria entre adultos, sea delito, por ejemplo.

 

Hay por eso grupos no pequeños que exigen una “democracia real”, como el partido Podemos en España, que a fin de cuentas propone la legalización del despelote: el ciudadano obedece las leyes que le parece que están bien y se reúne en asambleas populares que las aprueban o no (a mano alzada, como ya sabe quién).

 

Estamos en pleno proceso electoral y pareciera que nada nos acomoda. El que no detesta al PRI, detesta al PAN (y al PRI), al PRD (y al PRI), a Morena (y a todos). Y la verdad es que nos guste o no, alguno de entre ellos se va a trepar a La Silla.

 

No sostiene López que haya que regresar el reloj de la historia ni que elijamos un Rey o un Buen Dictador, no, de ninguna manera. Pero hay que aceptar que decir democracia es decir partidos y que estos son el espejo de lo que somos los ciudadanos. ¿No nos gusta cómo estamos?… bueno, estamos como estamos, porque somos como somos.

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