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Seriedad / La Feria

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Sr. López

Han pasado más de cinco décadas y este menda no le perdona al Sapo González (antes de continuar: saturado uno de malas y pésimas noticias, por esta ocasión se concede tregua a los asuntos nacionales; por hoy); le decía que al Sapo, quien debe haber tenido nombre de pila, pero en la escuela nos decían por el apellido y eso se me quedó (eso y el apodo: era idéntico), no le perdona que nos quitara la inocencia a los tarugos de primero de Primaria -él iba en cuarto-… (¿qué?…no, ¡nada de eso!), nos hacía preguntas que mandaban al carambas cosas como los Santos Reyes (¿a qué horas en una sola noche van a la casa de todos?, decía socarrón); Santa Claus (¿cómo  hace para leer la carta, si habla inglés?…  cierto, el gordo es gringo); El Ratón (el que ponía un peso por cada diente que se nos caía, ¿revisaba diario bajo la almohada de todos los niños de todo el mundo… y de donde sacaba el dinero si era ratón?); y el Ángel de la Guarda, nuestra dulce compañía el que no nos desamparaba ni de noche ni de día, ¿dónde estaba en los exámenes de cada mes?, mentiras, decía el Sapo, y sí, pero eran ilusiones inocentes y alegrías ingenuas, por más mentiras que fueran.

 

Luego, tal vez por la maléfica influencia del Sapo, al del teclado se le hizo maña preguntarse cosas… y… mal, muy mal… poco a poco se topó con otras mentiras -de varia intención- y cosas sin respuesta, que son precisamente las que no hay que andar preguntándose, pero, mire, dígame usted ¿en qué estaba pensando el buen Dios cuando creó los alacranes, los mosquitos, los catarros… los terremotos?

 

Así, entre ideas imprudentes y lecturas mal digeridas al paso de los años, se va uno quedando indefenso ante la vida, porque es indudable que tía Rosita se lo pasó mejor, con su galería de santos de alta especialización: san Antonio para los novios de las sobrinas; san Judas para que dejara de beber Maruca (un día le cuento); san José para que no faltara sustento; y san pascual Bailón para que los guisos quedaran a punto (y quedaban).

 

Pero, o el Sapo anduvo muy activo o nomás se puso de moda la general sustitución de ideas, algo así como una reingeniería de la sociedad, que para empezar, ha sacado de circulación casi todo lo de antes por ser de antes y, por eso solo, equivocado: la religión es oscurantismo  (lo “trendy” es ser budista, aunque no sea religión; o la “metafísica” de librito de auto ayuda de venta en el súper; o creer en la lectura del café o las  “constelaciones estelares”). Así, Dios es tan cuento, como el Quijote, o es el de cada uno, a su modo (y conveniencia); ahora lo que va es decir que el Universo salió del “Big Bang”, nada de creación ni eternidades (… mmm, bueno: ¿pero qué hizo “bang”?, o sea, algo había  antes); y eso de “la verdad” -fuera del saldo de la chequera-, es relativo, según el humor de cada quien (¡no hay universales!); la ética es variable y la insinuación de que una conducta es correcta o incorrecta (y punto), merece la futbolera porra tenochca, lo relativo es lo “fashion”: todo se vale y algunos, ya en plan de bordar fino, añaden que nada es inmoral si no afecta a otro o es con su voluntad (ha de ser… entonces robar un banco no está mal, porque a ningún cuentahabiente le bajan el saldo; o que la señora tenga amante, mientras no se entere don Cornelio… ha de ser).

 

En sustitución se han ido imponiendo cosas que están bien, por supuesto que sí, pero poco a poco adquieren carácter de dogmas: la ecología, el amor a los animales (ya hay cementerios de mascotas y empresas que organizan “eventos sociales” para chuchos: bodas -sí, bodas-, nacimientos, cumpleaños); el respeto absoluto a los usos y costumbres indígenas (haciendo la vista gorda de las condiciones miserables de la mujer en algunas, no pocas, de esas comunidades); la ciencia, sabiendo nada casi todos; y los datos que lleguen del extranjero, de preferencia de organizaciones no gubernamentales que por serlo, gozan de una credibilidad que ya quisiera el Papa para unas Pascuas.

 

Cuando menos sobre la ciencia deberíamos tomarlo con más calma: muchas cosas que se nos presentan como verdades científicas (y ya con esa etiqueta, indiscutibles), no pasan de ser teorías, más serias unas que otras, algunas ciertas, otras equivocadas. Y no pocos científicos de gran fama y prestigio en su momento, han avalado con su ilustre nombre verdaderas barbaridades, como cuando el premio Nobel de química, Ernest Rutherford, tras desintegrar un átomo por primera vez, aseguró que: “La energía que produce la desintegración de un átomo es algo muy insignificante. Quien espere sacar una fuente de energía de la fisión de los átomos está diciendo tonterías” (que le cuente a los de Hiroshima y Nagasaki).

 

En mayo pasado, el físico británico Stephen Hawking, el creador de la famosísima teoría de los agujeros negros (de la que ya hay dudas fundadas), afirmó que la humanidad no podrá de sobrevivir al cambio climático y la contaminación, que en cien años la Tierra estará destruida y que la esperanza de que nuestra especie sobreviva, consiste en colonizar planetas habitables, y sugiere como el más viable al denominado “Próxima b”, descubierto en agosto del 2016, que orbita alrededor de la estrella más cercana a nuestro sistema solar (Próxima Centauri), aquí nomás a 4.2 años luz, siete millones de kilómetros… cerquita.

 

Dice la nota deSin embargo’ de ayer que don Stephen declaró: “(…) hallaremos formas de cruzar las inmensas distancias del espacio en sólo unos pocos años (…) Nuestro ingenio nos llevará a Próxima b. En los siguientes 100 años nos embarcaremos en nuestra aventura más grande de la historia (…) Debemos estar preparados dentro de 100 años” (documental La búsqueda de una nueva Tierra, “The Search for a New Earth”).

 

No se deje impresionar nunca por nadie: el sabio más sabio, por sabio que sea, puede meter -y mete- la pata: con los cohetes más potentes de ahora, el viaje tardaría… 120,000 años. A ver qué se les ocurre para bajarle a digamos, 500 años.

 

Señores: seriedad.

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