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Realismo trágico / La Feria

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Sr. López

 

 

Aunque no lo crea, tío Fernando estuvo de novio de tía Eloína, 18 años (a la antigüita, novios, novios, cada quien viviendo en su casa). Por no se sabe qué razones él aplazaba la fecha de boda continuamente pero se les veía siempre muy contentos. A ella, todos los niños le decíamos tía y fue una gran sorpresa para este menda cuando supo que apenas se iban a casar, como hicieron (ceremonia discreta, ya cuarentones los dos). Mayor fue la sorpresa cuando resultó que se separaban, poquito después del año de la boda. Tía Eloína siguió siendo tía Eloína y toda la familia la siguió queriendo igual, porque era un encanto de señora. Ya grandecito el del teclado, le preguntó qué había pasado y ella, con sonrisa casi triste, explicó: -Tu tío sabe ser muy buen novio, pero no marido –… bueno.

 

AMLO cuenta con la confianza de una impresionante mayoría de la población (la mayor en la historia política de México y creciendo). Punto. Eso no está en duda. AMLO lo sabe.

 

Después del socavón Fox en la autopista del optimismo nacional, todo político mexicano sabe que es impagable el costo de decepcionar a la ciudadanía.

 

Ambos, AMLO y don Chente, aparte del voto duro -no tan numeroso-, de quienes los apoyaron por convicción, recibieron el voto no ideologizado de un gran número de electores en busca del paraíso perdido. Los primeros aguantan un piano; los segundos a las primeras de cambio, dicen como tía Beatriz (que era muy dramática): -¡Ya apareció el peine! –y se enconchan otra vez, rumiando su desencanto.

 

Alguna importancia puede tener recapacitar en que el elector nacional estándar, no es un ciudadano con sólidas convicciones políticas. En 2000 y 2006, en este país se votó por la derecha. En el 2012, contra todo pronóstico, el odiado tricolor regresó al poder (¿no se suponía que ya nunca?… pues, sí, pero al despertar México del ensueño panista de 12 años, el PRI seguía ahí). Ahora, este 1 de julio, la gente votó por la izquierda (así se dice, ‘izquierda’, ‘derecha’, quién sabe si ahora sigan significando algo esas referencias topográficas).

 

La explicación de cómo vota el tenochca común no pasa por el terreno de la dialéctica de las proposiciones ideológicas, sin negar que debe haber los que sufragan después de sesudas reflexiones, pero la mayoría, no. Unos lo hacen con el hígado, por castigar al que les colmó la paciencia (que es el que ya se va y no está en la boleta; cosa extraña, pero así somos); otros nomás por hacer la travesura o porque les cae bien el aspirante.

 

De vez en cuando, se presenta un peligroso fenómeno cuando la gente cree en un candidato y confía en él. Hay sobrado indicio de que este es el caso con AMLO. La circunstancia, el hartazgo general y su mucho oficio político, consiguieron que una parte enorme del electorado saliera a votar por él, esperando de él nada más  que les cumpla todo (“¡in der Mutter!”, como se dice en alemán de Google).

 

Ya sabemos que AMLO con poder, no se vuelve sangrón, ni le da por cantar ‘El Rey’. Frívolo no es y no le interesa salir en la portada de ‘TVyNovelas’ ni el ‘Hola’ (no es poco). Codearse con la nata de los ricotes, tampoco le interesa porque el dinero no lo marea (bendito sea el dios en que cada quién crea). Él quiere ser estatua. Ok.

 

Nada ha querido AMLO en la vida diferente a ser Presidente de la república. Ya lo consiguió: en tres meses y medio se trepa a La Silla. Su deseo sincero, dicen los que lo conocen bien, es pasar a la historia como un buen Presidente y si se puede, el mejor de los tiempos modernos; y agregan que aunque parece que se compara con Juárez, Madero y Cárdenas, no es así: los pone como referentes.

 

Está bien. Nada más que ojalá en un momento de paz, sentadito solo en su casa, se dé cuenta que ni Juárez ni Madero ni Cárdenas hicieron 50 compromisos, ni prometieron el oro y el moro; pasaron a la historia por unas pocas cuantas cosas y en especial por sus convicciones políticas, que es precisamente lo que él no tiene (no brinque, espérese tantito, lea nomás otros renglones).

 

AMLO tiene discurso, no ideas conductoras (eso que llaman “ideología”); es un experto político que sabe dirigirse a las mayorías, pero que dice a cada público lo que cada público espera oír. No hay macizas convicciones políticas tras de su sólido discurso, aunque también puede decirse que no abriga malas intenciones (de hecho todas sus intenciones se concretan en una: ser Presidente… y eso ya lo obtuvo).

 

AMLO es más bien conservador y a últimas fechas, un político de centro, tal vez si acaso, socialdemócrata (de la izquierda ‘vegetariana’, como decía Lula); no es fanático ni de sus palabras, trae siempre a los pobres en la punta de la lengua, pero igual se sienta y aquieta el alma de empresarios e inversionistas (qué bueno); insiste en recuperar la seguridad y combatir la corrupción y acto seguido, propone perdones y amnistías. Bueno, que se acomode en Palacio y verá por dónde sopla el viento.

 

Y ese es el detalle: ya en presidencia tendrá que dejar atrás su postura de candidato, que promete, propone y entusiasma. En el cargo tiene que dar resultados y dejar atrás el papel de opositor, de candidato que dice lo que haría en caso de ser Presidente, para informar lo que hizo, porque ya lo es.

 

Los presidentes tienen que dar resultados, el realismo mágico de las promesas y los propósitos, ya en el cargo es peso muerto; el poder tiene límites, el presupuesto, también.

 

Habla, sigue hablando, como si no se diera cuenta del riesgo en que está si no reforma la reforma educativa, si con la energética y el aeropuerto sale con una batea de babas, si su combate a la corrupción incluye en serio la amnistía a los corruptos (del 1 de julio para atrás, dijo). Si la seguridad empezará a mejorar notoriamente hasta dentro de tres años, de poco consuelo será para la gente que no use el avión y duerma en Palacio. Despegar con demasiada esperanza es el mejor modo de aterrizar en desesperanza. Realismo trágico.

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