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Ponernos serios / La Feria

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Sr. López

Tío Edel (Edelmiro, de los de Autlán), era más bueno que el pan recién horneado, pero con un solo detalle, era más mandón que Juárez, Porfirio Díaz y Calles. Su esposa, tía Lola (Dolores, una tapatía de ¡y-retiemble-en-sus-centros!), le dio siete hijos varones y cuatro dulces hijas que salieron a la mamá (¡al sonoro rugir del cañón!). Ya cuando varios de los hijos tenían bigotes, la tía consiguió que su autoritario marido entendiera la importancia de pedir parecer, oír opinión, hacer lo que la mayoría quisiera, al menos en asuntos menores, como ir o no ir cada 12 de octubre a visitar a la Virgen de Zapopan (venerada en el Convento de Nuestra Señora de la Expectación de Zapopan, porque la imagen presenta a la Virgen encinta, esperando al Niñito Jesús, por si no lo sabía usted); y el tío estuvo de acuerdo: juntó a la prole y dijo: -A ver, todos, este 12 de octubre vamos a Zapopan si quieren y a los que no quieran los llevo, escojan ustedes –bueno, por algo se empieza.

Hemos comentado antes que esto de la democracia, desde el punto de vista de hacer lo que la mayoría decida, es el peor de los métodos, aceptando que todos los demás sistemas son peores (le achacan a Churchill esta frase que nunca dijo, que lo que él sí dijo fue: “La democracia es el menos malo de los sistemas políticos”, discurso del 11 de noviembre de 1947 en la Cámara de los Comunes; cita textual).

También hemos expuesto la palmaria verdad de que nadie en sus cabales somete a votación cuál doctor le hace una intervención quirúrgica a su hijo o con qué dentista se arregla una muela. Sí será muy cierto que la mayoría nunca se equivoca, pero a la hora de decidir con quién se casa uno, nadie oye a nadie (sobre el corazón, nadie manda… o sobre la cartera o el sistema genésico, faltaba más).

Sin embargo, vistos los resultados de monarquías, autocracias y dictaduras, resulta mejor equivocarnos entre todos que ya luego, también entre todos, podremos poner remedio.

Lo que trae a cuento estas reflexiones, es que últimamente parece que los terrícolas andamos con mala puntería (ahí busque si le interesa, en swissinfo.ch, un artículo de Claude Longchamp, “Las 10 mayores averías de la democracia en 2016”, que le va a espantar el sueño). Efectivamente, la elección del tal Trump, más las pifias de los procesos en Siria, Guinea Ecuatorial, la República del Congo, Yibuti, Chad, Vietnam, Uganda, China -que acaba de declarar vitalicia la presidencia de Xi Ping, legalito-; y la cuarta elección de Vladimir Putin en Rusia, que por primera vez ganó la presidencia de la federación Rusa en 2000 y se queda en el puesto hasta 2024; hacen dudar un poquitín sobre las bondades del sistema democrático, al menos para elegir al que manda.

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En México tenemos tal vez el peor de los sistemas electorales democráticos: la elección por voto universal directo del Jefe de Estado y de Gobierno (y de los gobernadores, legisladores y ayuntamientos). El que alguien saque más votos que los demás, así, a lo pelón, no es garantía de nada. Y en el mundo hay otras maneras de elegir autoridades que más nos vale ir estudiando para acabar con este modo colectivo de mater la pata (de este López se acuerda si llega a treparse a La Silla el Pejesús, que si fuera el hombre más bien intencionado del planeta en su historia, igual nos lleva al voladero, con esa su necedad de que las cosas serán como diga su dedito).

El sistema electoral de Alemania (“Bundestagswahlrecht”, por si se atreve a pronunciarlo), es considerado por los estudiosos del tema, como el más avanzado del mundo (o el menos tonto, según lo quiera ver). Puede votar cualquiera que tenga 18 años o más. Vota en dos boletas: una en la que escoge un candidato de su circunscripción y otra en la que vota por una lista de candidatos de cada partido; y mandan al rancho del Peje las listas que reciban menos del 5% de los votos. El chiste está en que los candidatos que la gente elige por nombre, son la mitad del Parlamento (“Bundestag”); y la otra mitad la conforman las listas ganadoras, confeccionadas por los partidos, en las que se supone ponen a los mejores que tienen, equilibrando las posibilidades de que los ineptos pero simpáticos, los ignorantes pero populares, dominen el Parlamento.

Una cosa de la mayor importancia es que en Alemania el Jefe de Gobierno es el Canciller y aparte tienen un Presidente que es el Jefe de Estado. Al Presidente no lo elige la gente, sino la Asamblea Federal, compuesta por el mismo número de parlamentarios y representantes de los parlamentos de los estados por un periodo de 5 años y una reelección posible (y la gente ni opina). Luego, el Presidente ve quién sacó más votos en la elección federal para el Parlamento y lo propone como Canciller, para que (sin debate ni discursitos), voten sí o no. Si votan que no, siguen votando hasta elegir Canciller, por mayoría simple del Parlamento. El Canciller (en este caso, desde 2005, doña Angela Merkel), se elige por cuatro años, con reelecciones ilimitadas (ilimitadas).

Claro que a cambio del enorme poder del Canciller, el Parlamento lo manda a Palenque a platicar con el Pejesús, por un voto de censura de mayoría simple y 48 horas después, elige al nuevo Canciller que le propone al Presidente. También puede ser al revés: que el Canciller pida un voto de confianza al Parlamento (cuando se les enreda la madeja en algún tema), y que no lo reciba, lo que obliga a disolver el Parlamento para ir a elecciones federales de nueva cuenta.

En resumen: los parlamentarios por mayoría simple pueden mandar al nabo al Canciller o este al Parlamento, igual por mayoría simple; en el primer caso, solo cambian al Canciller, en el segundo se van todos al carambas y se hacen elecciones.

Sostiene López que ya va siendo hora de que aceptemos que nuestro sistema electoral es irracional: nosotros los del peladaje, la verdad, no tenemos la menor idea de quién nos debe gobernar y nada importante se decide en bola. Ya es hora de ponernos serios.

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