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Política de principios

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JUAN JOSÉ RODRÍGUEZ PRATS

Mi experiencia en campaña

La solución de México está en la provincia, en sus rincones, en sus comunidades, en esa gente que trabaja y persevera en el cumplimiento de sus deberes, con todo el malestar que justificadamente tienen.
19 de Abril de 2018 
                Sólo el que da se afirma, el pecado de los pecados es la abstención.
                Jaime Torres Bodet
En mis 50 años de vida política he estado en todos los poderes, con excepción del Judicial, y en todos los órdenes de gobierno. Por primera vez, he asumido el reto de hacer una campaña por el Cuarto Distrito federal de Chiapas (desde Reforma hasta Berriozábal). De los 23 municipios, me falta recorrer los  más pequeños: Chicoasen, Tapalapa, Coapilla, Francisco León y Ocotepec.
Hice otra campaña en 1994, como el primer candidato del PAN a la gubernatura de Tabasco. Contendí contra Roberto Madrazo López Obrador. El primero, como después se demostró, gastó 42 mdd. El segundo me ofreció la presidencia del municipio de Centro si declinaba a su favor. Rechacé la oferta, hubiera sido una deshonestidad al PAN. Consciente de que no ganaría, intenté hacer crecer a mi partido. No considero esa experiencia como una auténtica campaña política, como ahora, y créame, estimado lector, que me siento profundamente motivado por lo que he percibido.
El aspecto económico, sobra decirlo, es prioritario. Estimo obtener 800 mil pesos: 300 mil son de mis ahorros, otros 300 mil los espero obtener de algunos buenos amigos y 200 mil que me otorgue el Instituto Nacional Electoral. Estoy alarmado por el papeleo y requisitos para presentar mis cuentas, al grado de casi contratar una persona para este asunto.
Los primeros 300 mil los deposité en mi cuenta personal, por lo cual quizá reciba una amonestación. Erogué 72,800.00 pesos para 120 lonas. En el municipio de San Fernando, los panistas tienen un local muy modesto a medio construir. Ante la lealtad a su partido y su mística, estoy concluyendo dicho local (55 mil pesos).
Inicié mi campaña en La Crimea, localidad en la que mi padre construyó una fábrica de chocolates. Hoy es una galera que ocupa la Asociación Ganadera. Al terminar el acto, unas señoras me llevaron a una construcción rústica que funciona como iglesia. Les di una colaboración (15 mil pesos) para un campanario.
Me gasto un promedio de mil 500 pesos diarios, acompañado por voluntarios, amigos y familiares. Me ha sido difícil la comunicación; constituye un enorme reto restablecer el entendimiento entre ciudadanos y políticos. Sus peticiones son muy sencillas: medicinas en los hospitales, buenos caminos, que cumplan los maestros en sus escuelas, cobertura telefónica, que la electricidad no falle. Dos reclamos son persistentes: 1) mis antecesores, como candidatos, ofrecieron retornar y nunca cumplieron, 2) las promesas se quedaron sólo en palabras. En todas mis intervenciones, he insistido en un tema, que procuro contestar con sencillez: ¿para qué sirve un diputado? Insisto en la gestión para programas y obras supervisadas por todos para que haya cuentas claras. Les explico que lo más importante no es presentar iniciativas (la mayoría de los casos son sólo ocurrencias). Reitero la función del diputado: ser censor, denunciar, reclamar, analizar las políticas públicas, exigir responsabilidades del Ejecutivo, ser un auténtico contrapeso. Me remito a lo que he hecho como senador y diputado; hablo de las grandes reformas y gratamente percibo que me entienden.
Se afianza así mi convicción de que la solución de México está en la provincia, en sus rincones, en sus comunidades, en esa gente que trabaja y persevera en el cumplimiento de sus deberes, con todo el malestar que justificadamente tienen. Sólo en dos ocasiones he percibido un rechazo y una grosería; lo demás me anima, tenemos esperanza, tenemos remedio.
Disculpe, amable lector, que este artículo sea más bien un informe, pero conocer nuestra realidad, en el México de hoy, constituye un buen principio, una obligación si es que queremos enderezar el rumbo.

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