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Manuel Velasco

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José Antonio Molina Farro

Los pueblos no juzgan como los tribunales; no dictan sentencias, sino que lanzan rayos; no condenan a reyes, sino que los envían al vacío; y esta justicia es tan valiosa como la de los tribunales. Robespierre.

Lo subestimé. Sostengo que su gobierno carece de grandeza y estatura moral. Durante todo el siglo XX y en lo que va del presente siglo, los chiapanecos no habíamos presenciado tal deterioro de la dignidad del jefe de las instituciones estatales. Prima la doxocracia, el amiguismo y la frivolidad. Manuel fue, es un publirelacionista fuera de lo ordinario. Sabe sembrar ilusiones, quimeras que disimulan duras verdades. También sabe negociar desde posiciones de fuerza, es apto para vender expectativas y para comprar lealtades. Se le da. Es un don natural perfeccionado con el tiempo y la ambición de ser. Sabe sacar provecho de sus fortalezas y también eliminar con rudeza a sus adversarios. Sería torpe negar que es un político de lealtades. Tan claro en su lealtad con sus amigos que muchos, muchos no advirtieron lo que era tan claro. Se inclinó abiertamente por un sucesor y manipula al otro. La circunstancia le dirá finalmente quién será el favorecido. Jugará sus cartas hasta que las tendencias sean irreversibles para tal o cual candidato. Su última jugada lo pinta como es. Sin miramientos eliminó al adversario más difícil. Las alianzas nacionales dictaron su veredicto. Sí, lo subestimé. Este joven político rebasó las expectativas mías y las de muchos. Sin duda, un fiel epígono de su antecesor. Pero más suave y sin su perversidad. No reprime con la fuerza o con la cárcel, elimina a los  adversarios negociando hábilmente, sabedor de lo que Chiapas significa en términos electorales para los partidos, posición que se fortalece en una elección federal  que se espera muy competida.

Según me refiere el politólogo J.J. Rodríguez Prats, para don Antonio Ortiz Mena, artífice del “Desarrollo estabilizador”, el más grande de los políticos mexicanos fue don Adolfo Ruíz Cortínez: “Porque tenía la virtud fundamental del político: pasar con suavidad de las intenciones a los hechos”. No es el caso de Manuel, la rudeza le ha retribuido y la utiliza con sagacidad en los momentos adecuados. Con un ojo puesto en un compromiso y otro puesto en el otro, sabe navegar en las aguas traicioneras y procelosas de la política. Su cálculo es pragmático. Ahora bien, lo que hoy ocurre en México y en Chiapas en particular, nos da pauta para reflexionar de qué pasta estamos hechos. Nos movemos con indiferencia, somos indolentes, criticamos ad nauseam en familia, cafés, cantinas, etc. pero somos incapaces, en lo general, de una acción organizada que  haga de la denuncia una constante y de la inconformidad constructiva una divisa. “En tanto no me toquen, lo demás no importa”. No nos asombre que la <<mercantilización >> de la política lleve más temprano que tarde a la muerte de lo político. La política es un servicio más que compramos, nuestros votos son dinero que compra el gobierno que queremos, y las elecciones se conciben como la compra de una mercancía. En política siempre hay una tensión binaria entre esencia y apariencia que, en Chiapas, se combina con una extraña superposición de importamadrismo y cinismo. Manuel se anotó una victoria más desintegrando el Frente, se sabe que ahora solo irán juntos en Chiapas PAN- Movimiento Ciudadano y el PRD iría sólo, acompañado quizá de otras fuerzas políticas. Insisto en lo que ya expresé, la corrupción y la frivolidad pasarán factura, aunque el conformismo y el clientelismo galopante y variopinto, pueden colapsar mi expectativa. Ojalá las oposiciones se comporten a la altura y superen la sensación de retraimiento que perciben grandes sectores de la ciudadanía.

El mal gobierno frustra, genera impotencia y desesperanza, no se ve la luz en el túnel, y ese es el verdadero horror. No hay una auténtica pasión por la transformación, políticas que beneficien a quienes son <<parte de ninguna parte>>, de los desarraigados, de los desposeídos, del elemento <supernumerario> de la sociedad, de los refugiados de sus propias comunidades. Una horrenda mascarada. También lo he subrayado, hay servidores públicos que, a mi juicio, son políticos de altura, que no se refugian en la queja o el resentimento. Todos sabemos del grupúsculo que toma las decisiones, pero ellos cumplen con madurez, disciplina, y en ocasiones hasta con estoicismo. Parecen refugiarse en la lúcida lección de Beckett en “Rumbo a peor”: <<Inténtalo de nuevo. Fracasa otra vez. Fracasa mejor>>. Concluyo con Galbraith: “Todas las democracias contemporáneas viven bajo el temor permanente a la influencia de los ignorantes”.

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