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Los de abajo / La Feria

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Sr. López

Tía Consuelo caía mal (lado materno-toluqueño). Algo tenía, caía mal. Agravaba su caso, que ella se daba cuenta y quería caer bien. Y caía peor. En aquél México ya para siempre ido, tiempos del pricámbrico clásico (años 40s del siglo pasado), el divorcio era raro y mal visto; en casos de extrema necesidad a lo más a que se llegaba era a “separarse” y las señoras se regresaban a vivir con todo e hijos, a casa de sus papás y si no se podía por ya residir estos en el cementerio, se llevaban a vivir con ellas a alguna tía vieja, garante del respeto a las buenas costumbres de la divorciada (para la ley pero casada para la iglesia)… bueno, pues tía Consuelo se divorció seis veces, seis (como en los toros), porque no concebía la vida sin marido pero, luchando ella por darle gusto en todo a cada marido, algo tenía que acababan botándola (el primero era católico 10 grados Richter y ella lo acompañaba diario a misa de seis de la madrugada y se rezaba las tres partes del rosario a rodilla; el  segundo era un republicano español, ateo y comecuras, y tía Consuelo hacía paellas, ceceaba y cantaba “La internacional socialista” a capela; el tercero era indiferente a todo excepto al futbol y la tía fue matraquera estelar en “La Bombonera” de Toluca; el cuarto era bebedor y parrandero y la tía daba fiestas para sus amigotes, de llamar a la patrulla; el quinto era tragón, pero en serio, y la tía se dedicó a cocinar y a cebarlo -y de pasada, se echó 20 kilos encima-; el sexto era charro y la tía que no había montado cuadrúpedo en su vida, se medio mató cada fin de semana por hacerle segunda); y todos la botaron; les acababa cayendo mal. A este menda que la conoció ya viejita, le caía muy mal. Ya moribunda el cura párroco no quería ir a darle los santos óleos: -¿De veras está de muerte? –preguntaba. ¡Pobre tía!

 

Si piensa usted las cosas, el problema del Trump es que quiere caer bien y sabe que cae mal. Su vida debe ser un viacrucis: a los ricos no los deja la esposa, a él sí: lleva tres. Afirma jamás haber probado una copa de alcohol, ni fumado: ¡bue…!, pues cae mal.

 

De sus promesas de campaña no ha podido aún cumplir una, el Senado en que tiene mayoría su partido, el Republicano, no le aprueba nada; los jueces le bloquean sus órdenes ejecutivas; del muro ni sus luces; los principales defensores del TLC son los empresarios yanquis; y las recientes elecciones las perdió por mucho. Ha corrido a 12 colaboradores cercanos, incluido su querido Stephen Bannon, estratega y asesor consentido, que piensa igual de mal que él, defensor de todas sus barbaridades verbales, quien ahora dice que el gobierno de Trump ya se acabó y que tiene un 30% de chance de terminar su primer mandato. Vea cualquier foto de su esposa, doña Melania y con eso sabe cómo se siente la población yanqui… es el Presidente peor calificado por la opinión pública desde que se tiene registro.

 

Por eso, como de un clavo ardiendo, el Trump está aferrado a su reforma fiscal que propone una gran rebaja de impuestos. Está seguro que con eso le va a caer bien a todos porque a nadie le molesta que le bajen los impuestos… ¿sí?, pues no.

 

Ayer se hizo pública una carta (traducida a marro por este López), firmada por 400 empresarios organizados en torno a un proyecto llamado Riqueza Responsable -“Responsible Wealth”-, de la organización Unidos por una Economía Justa -“United for a Fair Economy”-, en que rechazan que les rebaje los impuestos. Empieza el texto diciendo: “Somos ricos a los que profundamente nos preocupa nuestra nación y su gente, y escribimos con una sola petición: no nos corten los impuestos”, y más adelante: “Creemos firmemente que la forma de crear más trabajos de calidad y fortalecer la economía no es mediante recortes de impuestos para los que más tenemos, sino invirtiendo en el pueblo americano”. Comunistas no son y predican con el ejemplo: cada año pagan sus impuestos y las deducciones de impuestos las donan, no se las quedan.

 

No la firman empresarios de cartón ni pelagatos, sino de la talla de George Soros, Steven Rockefeller o el expresidente de la American Airlines, un señor Bob Crandall, quien declaró: “Este recorte es absurdo. Según los republicanos no nos podemos permitir gastar más dinero público, pero sí reducir los impuestos a los más ricos. Esto no tiene sentido”.

 

El último párrafo de la carta dice: “En su lugar, hacemos un llamamiento al Congreso para que aumente nuestros impuestos a fin de generar ingresos adicionales muy necesarios y restaurar las inversiones en servicios vitales. Hacerlo ayudará a crear empleos, fortalecer la clase media y garantizar el éxito económico de Estados Unidos. Bajo ninguna circunstancia, la reforma fiscal debe perder ingresos, especialmente para proporcionar recortes de impuestos a los ricos y las empresas”. Que les suban los impuestos, ¡vaya!…

 

El empresariado sajón no se caracteriza por sus sentimientos caritativos, pero hay toda una cultura calvinista de la filantropía entre no pocos de ellos (un día que tenga tiempo léase: “El corazón americano: Ni el Estado, ni el mercado: la opción filantrópica”; de Guy Sorman; editorial Debate; cuyo prólogo se titula: “Elogio de la donación”; se va a sorprender).

 

Antes -en 2011- hubo otra propuesta de bajar impuestos (de Obama) y el segundo hombre más rico de los EUA, Warren Buffet, escribió una carta al New York Times en que dice, entre otras cosas: “Mientras las clases medias y bajas combaten por nosotros en Afganistán, mientras los norteamericanos luchan por ganarse la vida, nosotros los megarricos continuamos teniendo exenciones fiscales extraordinarias”.

 

Bueno. Ahora el Trump está ante esto: los ricos, algunos ricos (no pocos), se vomitan en su idea de institucionalizar el abuso. No solo porque sean buenecitos, sino por instinto de supervivencia, los pobres no pueden ser tantos ni tan pobres, son muchos, acaban por comerse crudos a los ricos.

 

A ver cuándo vemos algo similar acá, que los de arriba se acuerden de los de abajo.

 

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