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Las heridas abiertas de un pasado incierto (1ra parte) / A Estribor

Las heridas abiertas de un pasado incierto (1ra parte) / A Estribor
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Juan Carlos Cal y Mayor

 

Partimos hoy de un error de juicio –o más bien prejuicio- de nuestro pasado histórico. Compleja ha sido la construcción del proceso de nuestra identidad nacional. El mexicano de hoy encuentra símbolos que lo unifican a partir de la fusión de razas y culturas, sincretismo híbrido. Nos sentimos orgullosos de nuestro pasado indígena y hablamos de la conquista refiriéndonos a los españoles en tercera persona. Los mexicanos decimos al unísono: los españoles “nos conquistaron” siendo que millones tenemos ascendencia española fácilmente identificable en nuestros apellidos y en la toponimia. Nuestra identidad va más allá, porque somos también producto de otras migraciones. Chinos, Libaneses, Alemanes, Turcos, Iraquíes o refugiados españoles, como en el caso de Chiapas, son todos chiapanecos y mexicanos por igual y el resto de nuestro país no es la excepción.   

 

Pero resulta que criollos y mestizos –no los indígenas- de hoy se suman al reclamo presidencial de exigir perdón del Rey de España y la Iglesia Católica por los abusos cometidos durante la conquista. Ya bastante polarizado se encuentra hoy el país con la etiqueta discriminatoria que segrega y estigmatiza a “chairos” y Fifís” como si hubiera mexicanos de primera y de segunda.

 

Esa situación prevaleció en efecto durante el virreinato en que los peninsulares ocupaban predominantemente los cargos políticos y eclesiásticos. Esa sujeción a la corona de los territorios de la Nueva España cuyo mandato ejercía el virreinato duró tres siglos a partir de la conquista. Un hecho inédito  provocó que criollos (hijos o descendientes de españoles) y mestizos se revelaran contra el gobierno establecido expulsando a los españoles peninsulares (gachupines) del poder; la invasión francesa en 1808 que impuso a José Napoleón, hermano de Napoleón III, destronando al heredero español Fernando VII. Mientras España iniciaba su guerra de independencia, el Virrey de la Nueva España permanencia impávido. Por eso la proclama de Hidalgo en 1810 fue contra los gachupines, para echarlos del poder, pero manteniéndose fieles a Fernando VII. Un año duró esa cruzada, hasta que los líderes del movimiento fueron apresados y sentenciados a muerte. Fue así que Morelos retomó la batuta y enunció los sentimientos de la nación. Ese sí, fue un documento fundacional. Pero Morelos también fue juzgado. Los líderes del movimiento; Guerrero, Guadalupe Victoria, entre otros se dispersaron hasta que Agustín de Iturbide proclamó en 1823 la independencia coronándose después fallidamente como emperador.

         

La historia oficial que instituyó el gobierno post revolucionario, revalorizó el pasado indígena y reconfiguró el prototipo del mexicano a partir del mestizaje. Reforzó al estado laico en la figura de Juárez y el nacionalismo a partir de la expropiación petrolera. Creó a los héroes con sesgos mitológicos como en el caso de los cadetes del castillo de Chapultepec. Satanizó a Iturbide, Santa Anna y Porfirio Díaz que en su momento fueron héroes. Y es entonces que se catalogan los tres momentos históricos de la independencia, la Reforma y la Revolución. José Vasconcelos rescató la figura de Cortés al que bautizó como “Creador de la Nacionalidad”. Octavio Paz trató de explicar al mexicano a partir del “Laberinto de la Soledad” y Roger Bartra en “La jaula de la melancolía”.

 

Así se formaron ideológicamente varias generaciones de mexicanos. Y se creó Masiosare, el extraño enemigo, en la figura de los españoles, los franceses y los norteamericanos.  También los conservadores como el modelo antimexicano hoy resucitado en el discurso oficial, la idea del exterminio de los pueblos originarios y el mote de “nos conquistaron” cuando España no existía, a partir de la errónea idea de un México que existió hasta tres siglos después.

 

Un puñado de españoles venció a los Mexicas en la ciudad-estado de Tenochtitlan, opresores de otros pueblos a los que sacrificaba en ofrenda a los dioses, a los que devoraba en festines antropofágicos que formaban parte de su dieta.

 

Continuará…

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