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La verdad no peca / La Feria

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Sr. López

 

Contaba la abuela Elena que allá en sus tiempos (principios del siglo pasado), en Autlán, su pueblo, los matrimonios los arreglaban los papás. Así se casaron todas las de su familia (menos ella, otro día le cuento). Este menda, oyendo eso, le preguntó: -¿Y si no se querían? –y respondió muy sosiega: -Te casabas y ya, luego te enamorabas o no –a lo que este López repuso que eso era una barbaridad y ella, con ojos sonrientes, explicó: -Pues no salía tan mal, vieras… y no tenían más problemas que los matrimonios de ahora, creo que menos -¡caramba!

 

Ya dentro de algunos siglos, los historiadores escribirán tratados en los que se explique que uno de los problemas de nuestro tiempo fue el exceso de democracia. Suena horrible. Quien lo sostenga merece, lo menos, siete hogueras… pero algo de cierto es.

 

Winston Churchill, que sabía un poco del tema, dijo: “Nadie pretende que la democracia sea perfecta u omnisciente. En verdad, se ha dicho que es la peor forma de gobierno excepto todas las demás formas que han sido probadas en su oportunidad” (discurso en la Cámara de los Comunes, 11 de noviembre de 1947… pero la frase no es de él); y otra que tampoco es de él y nunca dijo, pero merece ser de él, es: “El mejor argumento contra la democracia es una conversación de cinco minutos con el votante promedio”.

 

En rigor, decir democracia es decir que el poder reside en el pueblo, que elige a representantes que los gobernarán con leyes que limitan el ejercicio del poder y aplicarán de manera igual a todos. Hay varios tipos de democracia, por cierto.

 

En general como respuesta a los excesos de la aristocracia,  despotismo y zarandajas varias, la democracia no es mala y mientras no encontremos otro sistema, hay que seguirle con éste, aunque no falten aguafiestas que sostengan que “la democracia sustituye el nombramiento hecho por una minoría corrupta, por la elección debida a una mayoría incompetente” o que “la democracia es el proceso que garantiza que no seamos gobernados mejor de lo que nos merecemos” (frases atribuidas a George Bernard Shaw, sin que las haya dicho… usted dígalas y cítelo, a ver quién le discute).

 

Igual: el que hoy diga que no cree en la democracia se anda arriesgando al ostracismo (la condena de destierro por 10 años al que consideraban peligroso para el bien común, en la antigua Grecia… ¡ah, qué tiempos aquellos!); pero al menos en cuanto sistema de elección de la autoridad máxima de un Estado por votación universal, directa, hemos de reconocer que no es muy de fiar.

 

Probablemente en México, merece casi veneración esto de las elecciones, como reacción a cinco siglos (y más) de no haber podido ni abrir el pico a la hora que se trepaba alguien al poder. Sí, se entiende, pero (léase “¿Demasiada democracia?”, de Gabriel Tortella, en El País, edición del 20 de noviembre de 2006), pero, repito, hemos de recapacitar en que eso de elegir entre todos no garantiza nada, que por algo la democracia se inventó 500 años antes de Cristo y nadie se la tomó en serio sino hasta 2,400 años después (en el siglo XIX), y hasta el XX adquirió como característica casi esencial el sufragio universal (pues antes solo tenían derecho a elegir los que pagaban impuestos o tenían tierras).

 

El caso es que ya en pleno siglo XX, se puso de moda en el mundo y no disminuye la fe en el sistema, a pesar de las no pocas pifias y barbaridades que han sucedido a la sombra del frondoso árbol de la democracia como el ascenso al poder, legalito, de personajes de la calaña de Fito Hitler, Benito Mussolini (que así lo bautizaron por Juárez), Perón (argentino dictador y populista hasta el delirio, elegido democráticamente tres veces), Getulio Vargas (reelecto cuatro veces en Brasil), Fujimori, Milosevic, Hugo Banzer; y un terceto inolvidable: Pepe Stalin, Mao y Fidelito Castro (que por más que le hayan disimulado con elecciones indirectas, dictadores fueron y dictadores murieron).

 

Y hay más ejemplos de tipos no tan dictatoriales, pero nada presentables, (cito al señor Tortella). “(…) por corruptos o incompetentes (o las dos cosas), como Abdalá Bucaram (apodado el Loco) en Ecuador (…) Alan García en Perú (recientemente reelegido como mal menor, ha pedido perdón por los desastres de su pasado mandato), Arnoldo Alemán en Nicaragua (…)”;  sí, la democracia no es garantía de nada.

 

Tal vez por eso, en buena parte de Europa, el voto es indirecto: en Noruega, la campeona mundial en democracia, solo se vota por la autoridad municipal, se forma el Parlamento y ese manda; casi lo mismo que en la Gran Bretaña, la más antigua y respetable democracia occidental, donde nadie vota por Primer Ministro, eso es decisión del Parlamento, que lo quita cuando le parece bien y no se mueve la hoja del árbol: para eso están, para decidir por todos. Pero el sistema parlamentario  tampoco garantiza nada, nomás asómese a España en estos días.

 

El sufragio universal directo se ha popularizado, por ser la manera más fácil de treparse al poder nomás diciendo mentiras (sin que le gane la risa); y como no es raro que la masa meta la pata, en los EUA tienen un colegio electoral que legalmente puede poner de Presidente a otro distinto al elegido por la ciudadanía (no lo han hecho, pero no quitan esa ley por si las dudas y después de Trump, puede que se animen).

 

Por último, tenemos la democracia a la mexicana, acto circense masivo en el que periódicamente participamos millones de tenochcas, y que “(…) ofrece analogías muy superficiales con el funcionamiento de una democracia” (Jean-Francois Ricard lo escribió, en la revista francesa Esprit -en mayo de 1952-, para consternación de nuestros políticos de entonces). Bueno, pues, seguimos en lo mismo y la posibilidad de que el Pejesús llegue a la presidencia de la república, actualiza lo que escribió Alfred Croiset (1845-1923), otro intelectual francés que no sabía nada de México: “El enemigo más temible de la democracia es la demagogia”…

 

No es calumnia es la verdad, y aunque incomode, la verdad no peca.

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