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La sombra que arroja nuestro futuro

La sombra que arroja nuestro futuro
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José Antonio Molina Farro

Ha llegado el momento de reconocer que la dimensión espiritual de la vida es tan importante como la material. Leo a Iván Illich, ampliamente considerado el pensador fundador del movimiento ecológico, “el profeta de una era de límites”. Hoy día muchos de sus conceptos forman parte del vocabulario de las instituciones establecidas del industrialismo y el desarrollo: a partir de este pensador el Banco Mundial habla con insistencia del “desarrollo sustentable” y los dirigentes del mundo, salvo Trump, prometen una “agenda ambiental”.

La parte central de buena parte de su obra es que la mayor parte de la miseria generada por el hombre, desde el sufrimiento de los pacientes con cáncer y la ignorancia de los pobres, hasta el hacinamiento urbano, la escasez de vivienda y la contaminación del aire es producto de las instituciones de la sociedad industrial, creadas, paradójicamente, para proteger al hombre de la calle del medio ambiente, mejorar sus circunstancias materiales y reforzar su libertad. Al violar los límites establecidos por la naturaleza, la sociedad industrial generó incapacidad y sufrimiento, en aras de eliminar, precisamente, la incapacidad y el sufrimiento.

Recuerda la advertencia de Homero en cuanto a la fatalidad de Némesis. Impulsado por la avaricia radical, Prometeo transgrede las fronteras de la condición humana. Imbuido de insolencia sin medida, provocó  el fuego de los cielos y con ello se condenó a sí mismo. Fue encadenado a una roca, un águila en un acto de rapiña se alimentó con su hígado, y dioses despiadadamente curadores lo mantuvieron vivo volviéndole a trasplantar el hígado noche tras noche. En épocas recientes a través de nuestro desmedido intento por transformar la condición humana con la industrialización, nuestra cultura íntegra ha caído presa de la envidia de los dioses. Ahora cada hombre se ha convertido en Prometeo, y la Némesis se ha vuelto endémica; es el contragolpe del progreso. Somos rehenes de un estilo de vida que nos predestina a la destrucción.

Hoy se percibe un sentido generalizado de que el futuro que esperábamos no no está funcionando, y que estamos ante lo que Michel Foucault llamó  un “brote epistémico”, una desviación de imágenes repentina en la conciencia en la cual lo inconcebible se vuelve concebible. La capa de ozono que se desintegra y el calentamiento global hacen intolerable el pensar en el crecimiento industrial como progreso. Quizá por primera vez podemos imaginar ahora que, como lo planteó alguna vez Samuel Beckett, “este planeta podría estar deshabitado”. Lo que resulta nuevo no es la magnitud, ni siquiera la calidad, sino la esencia misma de la ruptura que se avecina en la conciencia, un rompimiento catastrófico  con la imagen que el hombre industrial tiene de sí mismo.

Vamos a la Ciudad de México. “Seguramente cuando la venganza del cosmos se cristalice en la ruina de esta antigua metrópoli, en donde los fetos de los no nacidos son envenenados por el plomo procedente del aire que respiran sus madres, sus ruinas se alzarán al igual que Prometeo, como testimonio de la maldición de la Némesis. La Ciudad de México se encuentra más allá de la catástrofe. Es una metáfora de todo aquello que ha salido mal en el desarrollo”. Pero ¿porqué la ciudad ha sobrevivido con tantos problemas de contaminación, tránsito y falta de agua hasta para beber, cocinar, alimentarse y lavar el sitio donde defecan? “La Ciudad de México es un símbolo de la estabilidad del equilibrio entre vecinos más allá de la catástrofe”. “Están surgiendo formas alarmantes pero efectivas de autogobierno que mantienen al gobierno y a las instituciones del desarrollo fuera de los asuntos cotidianos de la gente”.

Me resulta fascinante y aterrador lo que nos advierte Illich.  Me viene una sensación de futuro naciente, de relaciones posibles aún en las ruinas, antes y después del terremoto. Hay algo del sabor de la pandilla, del trapero,el recogedor de basura. La gente sobrevive con nuevas formas de jovialidad y convivencia. Culpables del crimen de “desilusión social” estos supervivientes reafirman una esperanza indestructible y muestran el camino a seguir. Su voluntad para comprometerse en ejercicios comunitarios, nos hace sonreír cuando pensamos en la pomposidad de los profesionales que maquinan el siguiente paso de la humanidad.

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