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La Feria / Sagrado

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Sr. López

 

Tía Beatriz sufrió largos 37 años un matrimonio que Dante hubiera rechazado incluir en el Infierno de su “Commedia”. El único acto decente en la vida del tipo ese, prototipo del mal marido, fue morirse.  Como la especialidad de la tía era llorar y en cualquier funeral parecía la viuda o la hija, no iba a desaprovechar tamaña oportunidad de lucir su talento dramático (¡sí era la viuda!): riguroso luto, bramaba, moqueaba y nos tenía a todos sobrecogidos viéndola sufrir empapada en llanto… hasta que llegó tía Victoria (la lengua más temida de Toluca), y acabó el numerazo con un grito bien puesto desde la puerta del velatorio (Gayosso Sullivan): -¡Sin payasadas, Beatriz!… –y ya, luego estuvo muy animado el velorio.

 

Ayer falleció José Luis Cuevas Regla. Se respeta la pena de sus familiares y amigos.

 

Afamado artista plástico con obra en las colecciones del Museo de Arte Moderno de Nueva York, el Hirshhorn de Washington y otros, cargado de reconocimientos, escritor que asombraba por la calidad de sus textos (al grado que Fernando Benítez, el “caudillo de la cultura”, lo invitó a fines de 1958, a colaborar en su suplemento “México en la Cultura”, del diario “Novedades”, el mejor que a la fecha ha tenido México… y aceptó, claro).

 

Su muerte dio pie a la habitual catarata de elogios y frases políticamente correctas sobre la “enorme pérdida” y hasta un tuitazo de la secretaria de Cultura de México (?), una señora García, quien dijo: “Mi profundo pesar por el deceso de José Luis Cuevas, uno de nuestros máximos creadores plásticos del siglo XX. Mi pésame a sus deudos”. Bueno, por algo este señor dijo: “No todos los tiempos se dan artistas como José Luis Cuevas. De no haber existido yo, quizá la pintura mexicana hubiera tomado otros rumbos distintos y habría caído en un estado de letargo” (Pepe Yerena, “Crónica del Poder”, 4 de julio de 2017).

 

Es del peor gusto hablar mal de un fiambre reciente. De su vida familiar, ni de nada personal se atreve este López a decir ni pío, pero… 

 

Había una vez un señor descendiente de una distinguida familia cubana llamado José Gómez Sicre (Matanzas, 1916; Washington, D.C., 1991), quien tuvo que salir de su país por un escándalo de intimidades que no le importan a usted (toda su vida cargó fama de “homosexual homofóbico”, al estilo de J. Edgar Hoover, el director del FBI: eran pero abominaban a los que eran).

 

Establecido en los EEUU, desde su llegada tuvo las mejores relaciones sociales y profesionales. Buen escritor de varios libros, improvisado crítico de arte, promotor del arte latinoamericano y fundador de la agencia cultural de la OEA en Washington, financiado no poco por la Esso, entonces de la familia Rockefeller, dedicado diligentemente a demeritar y bloquear lo que consideraba el gobierno yanqui “corrientes artísticas al servicio del comunismo mundial”, porque eran tiempos de plena Guerra Fría y al tío Sam le sacaban ronchas nuestros muralistas (Rivera y Siqueiros en especial, aunque también Orozco).

 

Se dice de Gómez Sicre que es el creador del canon del arte latinoamericano e inventor de José Luis Cuevas.

 

Si le interesa, ahí busque el libro de Claire F. Fox “Making Art Panamerican: Cultural Policy and the Cold War”, de la Minnesota University Press, 2013 (“Fabricación del arte panamericano: política cultural y guerra fría”; traducción López, a palos), que en el tercer capítulo cuenta cómo se establece la relación Gómez Sicre-Cuevas, pues él lo impulsó, le abrió las puertas a galerías y exposiciones, lo hizo famoso y le cotizó su obra, a cambio de que él fuera el ariete contra el muralismo mexicano, al servicio de la hegemonía cultural yanqui que impulsó con mucho dinero el arte abstracto o expresionista sin contenido ni mensaje social (y a su favor debe decirse que impulsó a muchos otros de gran valor artístico, no solo mamarrachos); y si de veras le interesa, también léase de Serge Guilbaut, “How New York Stole the Idea of Modern Art: Abstract Expressionism, Freedom, and the Cold War”, de1983 (“Cómo Nueva York robó la idea del arte moderno: el expresionismo abstracto, la libertad y la guerra fría”, traducción a marro de su texto servidor).

 

No era cosa de nomás promover los dibujos de Cuevas y hacerlo rico y famoso: tenía que acosar y desprestigiar a los artistas mexicanos “de corte marxista” y escribir en contra de su “arte ideológico”… pero Cuevas no escribía, de modo que lo hacía Gómez Sicre y él firmaba (manifiestos, cartas, libros), pero luego a Cuevas le gustó la tecla, aceptó lo del Suplemento y llegó al extremo de mandar papeles firmados en blanco para que Gómez Sicre directamente los enviara a los editores, diciendo que estaba en los EEUU, cuando estaba en su casa del entonces D.F. (hoy CdMancera).

 

Al principio sorprendía a la gente qué bien escribía don Cuevas; luego, porque todo se sabe, empezó el rumor de que no escribía él sino Gómez Sicre, cosa que negó personalmente Cuevas el año pasado (entrevista de Sonia Sierra, “El Universal” del 5 de julio de 2016), “vil calumnia”, dijo y añadió que solo faltaba que dijeran que los dibujos tampoco eran de él. Eso, el 5 de julio… y el 18 de julio, trece días después, en el mismo periódico se publicó que Cuevas había declarado que 24 años antes le habían robado su correspondencia con Octavio Paz, Fuentes… y Gómez Sicre. A todo dar.

 

Lo malo es que Gómez Sicre sí cuidaba sus papeles, hoy integrados en el acervo “Benson Latin American Collection”, de la Biblioteca de la Universidad de Texas, en el que hay cientos de cartas y documentos suyos… y ahí están muchas de Cuevas, a máquina y de su puño y letra, pidiendo y hasta suplicando por escritos que tenía urgencia de entregar a imprenta (y hasta una carta para terminar con una novia). Está todo publicado, con fotos de los textos.

 

Otra vez en este nuestro risueño país, a rendir loas a un falso valor.

 

Y no dice una palabra López de cosas que le oyó a don Cuevas -en las cuatro o cinco ocasiones que conversó con él en su casa-, porque eso es sagrado.

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