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La Feria / Las escaleras se barren de arriba para abajo

La Feria / Las escaleras se barren de arriba para abajo
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Sr. López

Hay días negros, todos hemos tenido alguno(s). Este menda conserva el recuerdo grabado a fuego, de un viernes en que regresó de la escuela a su campo de adiestramiento (otros niños le decían “casa”), llevando como una bomba de tiempo en la mochila una boleta de calificaciones similar a una foto  de Mosul reconquistado: una ruina rematada con un redondo cero en conducta (mala fe del profesor Salvador Padilla que no se olvida, más de 50  años después… pero, ¡hay un Dios que todo lo ve!, y don Padilla debe estar hace decenios en perol especial en los reapretadísimos infiernos).

 

El caso es que el primer objetivo era engañar a la Jefa de Administración y Disciplina (otros niños le decían “mamá”), con mentiras que hubieran hecho palidecer a los abogados de Javier Duarte, sosteniendo que por esa única ocasión en 45 años de historia de la escuela, no se habían entregado calificaciones; cosa nada fácil, porque la dulce señora era una Elliot Ness -el de los Intocables-; obtenido eso, con audacia de vendedor de autos usados, este López obtuvo permiso para “salir a jugar a la calle”, lo que no era precisamente cierto, sino que iba a casa de una niña  flacucha (trece años de edad, todos éramos flacuchos), a declararle amor eterno, eterno, eterno amor.

 

Peinado con goma suficiente para hacer un casco con el cabello, con un toque de loción del papá y vestido con la ropa que el del teclado consideró más adecuada para la señalada ocasión, se dirigió caminando con el corazón atravesado en la garganta, rumbo al domicilio de esa Dulcinea urbana.

 

No era el día: media cuadra antes de llegar a casa de la doncella dueña de mis mejores sentimientos, ensayando qué decir para que desmayara de amor y fuera mi novia, metí un pie entero (hasta el tobillo), en una majada humana de alguien que seguramente falleció después de depositar semejante monstruosa cantidad de desechos sólidos a media banqueta. Tallé el zapato febrilmente en un miserable trozo de césped y con un minúsculo pedazo de periódico que estaba por ahí tirado, limpié el calcetín, obteniendo que el excremento penetrara profundamente en las costuras del zapato y que la mano quedara impregnada con el inconfundible aroma de la mierda fresca. Recompuesto, apuré el paso: no podía llegar tarde. Timbré y abrió ella, deslumbrante con sus rodillas cabeza de perro asomando bajo la falda de cuadros de su escuela. Éxtasis.

 

Al minuto de estar sentado en la sala de la casa, con las manos húmedas y sin haber dicho media palabra, bajó su mamá a preguntar, “¿qué huele?”; la cara ardía, las raíces de mis cabellos, crepitaban. Nunca ha sido más breve y más fallida una historia de amor. (Luego supe que en esa familia fui siempre conocido como “el cacas”).

 

No era mi día, más dolido que el joven Werther, al regreso enfrenté la boleta que la dama de hierro había encontrado bajo mi colchón: humillante lectura pública de las calificaciones y al final lo peor, la vejatoria pregunta, “¿y a qué hueles?” Castigado, literalmente apestado, a lavar el calcetín y el maldecido zapato que aún relleno de periódico, amaneció deformado y una talla más chico (muy fino no era). Un día negro.

 

Ayer fue uno de esos días para el exitoso gobierno federal. El 5 de abril pasado, después de 9 meses de retraso, don Peña Nieto inauguró el Paso Express (14 kilómetros de carretera que merecieron cuetes de triunfo como si hubieran construido la muralla China). El titular de SCT, don Ruiz Esparza, dijo en ese momento clímax, que tendría una durabilidad de 40 años. A los tres meses se abrió un socavón que se tragó un auto que no pudieron sacar en doce horas: murieron un señor y su hijo, Juan Mena López y Juan Mena Romero.

 

La primera, oportuna y eficiente explicación que por escrito dio la SCT, fue que la causa era una alcantarilla tapada por basura (¡gente!, ¿cuándo aprenderán?), y que “(…) no forma parte de los trabajos realizados para la construcción del Paso Express de Cuernavaca”… ¡ah, bueno, menos mal!

 

No era su día: desde junio pasado, reportan varios medios de la prensa nacional: “Autoridades locales alertaron desde junio pasado a la SCT de un posible colapso en la vía. De acuerdo con un documento difundido hoy por el diario Reforma, en una misiva, con fecha del 30 de junio, enviada por la Ayudantía Municipal del poblado de Chipitlán, en Cuernavaca, al delegado de la dependencia (SCT), José Luis Alarcón, se advirtió que ‘debido a las fuertes lluvias y al mal trabajo realizado en el tramo del Paso Exprés, entre el Conalep y Privada Camelina, que se encuentra dentro de nuestra demarcación, le comunico que el muro que se levantó en esa área está a punto de colapsarse’”. Costó dos vidas. Fue la basura. Pinche gente.

 

También ayer, nos informó el gobierno federal que el lunes va a estar aquí enfrentando la temida ley mexicana, el agradabilísimo Javier Duarte, aún esposo de la santa esa, doña Karime (que hay rumores, lava ajeno allá en Europa). Pero al mismo tiempo, el Tercer Tribunal Unitario, concedió el amparo a la Ma’Baker Gordillo, para que se vaya a su casita a continuar desde ahí sus juicios. Sale quesadilla de chicharrón, entra taco de buche. La vida es dura.

 

Don Peña Nieto en la rueda de la fortuna: él, exultante por su anuncio de que su sexenio es el del empleo (usando el lema del sexenio de Calderón… tan acertados ellos), se desayuna con la noticia de que el director General de Pemex, José Antonio González, reunido con el Consejo Coordinador Empresarial, aceptó que el robo de combustibles es con la complicidad de empleados de la paraestatal… y peor, que “(…) grandes corporativos empresariales están coludidos con estos grupos de la delincuencia organizada, y compran en grandes cantidades la gasolina que se roban de los ductos”.

 

¡Fiiíu!, don Peña, ¡qué día!… ¡qué sexenio! Y todo por no saber que  las escaleras se barren se arriba para abajo.

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