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LA FERIA / La ubre oficial

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Sr. López

 

Si anda usted sensible o su índice de patriotismo en sangre está por los cielos, le sugiero (respetuosamente, diría el Pejehová), que suspenda la lectura de esta Feria: no le va a gustar.

 

Los mexicanos tenemos el país que hemos construido los mexicanos.

 

Ya está, ya lo dije (y deje a doña Yolita en paz, ella ni enterada de esto y no va a responder por los teclazos de este irreverente López que no acabó de domesticar).

 

Lo dicho significa que el gobierno, nuestro gobierno, en todas sus presentaciones (alcaldías, estados y federación), y variantes (poderes ejecutivos, legislativos y judiciales), son reflejo de cómo somos. ¿Cómo por qué razón, en su conducta, iban a parecer daneses nuestros legisladores, nuestros gobernadores, nuestros presidentes o nuestros policías?

 

Pensará usted (y con razón), que no todos los mexicanos, ni la  mayoría, somos una sarta, una ristra de canallas, ladrones, cínicos, bellacos, viles, bajos, ruines, zafios e hijos de ya sabe quién… cierto, pero no es tan cierto que todos los que están en el servicio público son unas birrias, ni tampoco es totalmente cierto eso de que la corrupción nos inflama el hígado a todos los tenochcas, en primer lugar porque debemos aceptar que hay varios Méxicos muy diferentes entre sí (no lo distraigo mucho, pero fíjese bien):

 

Hay un México de planta sótano habitado por 60 millones de pobres, pero pobres de doler el alma. Luego están: el México urbano y de clase media, al que sigue el de los ricos simplex, y por último, aunque sean una minúscula minoría, el de la élite usufructuaria de todos los privilegios que da el poder político o el exceso de riqueza (o las dos cosas, que a veces andan juntas, a veces).

 

Todos esos Méxicos son como pisos de un mismo edificio, bien separados aunque formen una sola estructura, los de hasta arriba, los de la élite, ni se plantean el asunto de la ética pública o privada, están exentos de todo y también por supuesto, de las consecuencias de la corrupción, usted se imaginará porqué. Los de hasta abajo, tampoco, a esos, a los miserables, les importa un pito la corrupción: habituados a su infrahumana vida ocupan la cabeza en otras cosas, como tratar de comer de vez en cuando.

 

Es la masa que se forma de donde empieza la clase media urbana hasta el lindero con la élite, en donde el asunto es tema de conversación, nada más. Es en ese México en el que la corrupción supuestamente nos revuelve las tripas.

 

Supuestamente porque la verdad es que la toleramos y la vemos como lo más natural, al grado que no es nada extraño que al referirse a alguien que haya estado en algún cargo público de relativa o mayor importancia y no haya salido, si no rico, sí con un dinerito que le resuelva el resto de su vida, se le califique como una acémila, una bestia, un idiota en alguna de sus gradaciones (grupo taxonómico de los pendejos, con perdón suyo, pero así les dicen: el que estuvo donde hay y no agarró, es un pendejo).

 

Otra cosa muy diferente es que disfrutemos con interés morboso y una alegría un tanto perversa, cuando cae uno de esos poderosos de la élite que en lugar de nomás tomarse unas cucharadas de cajeta, metieron la manota al frasco y se atascaron (ayer mismo todos los diarios nacionales en sus portales de internet, aventaban serpentinas y confeti, porque el Duarte de Veracruz, tuvo su primera sesión ante el juzgado de Guatemala)… sabiendo, como sabemos, que esta parvada de golondrinas (son varios exgobernadores en problemas con la ley), no hace verano y que es una mentira redonda que esto es el inicio del fin de la impunidad y la corrupción en el país.

 

Tan no lo es, que mientras don Duarte enfrentaba a tres jueces en otro país, en el nuestro continuaban operando con absoluta normalidad las redes de intereses y complicidades que hacen posibles los esperpénticos abusos que la prensa nos presenta como escándalo nacional, siendo todo sabido desde siempre, siendo sabido también, que tampoco es cierto que a don Duarte le van a presentar cargos por todas las que se comió, como no lo hicieron con la Ma’Baker Gordillo, ni con Moreira, ni Yarrington, ni ninguno (nomás acuérdese de Raúl Salinas… hasta su dinerito le devolvieron). Ayer no se dejó de cometer ni un solo acto de corrupción a consecuencia de que el insoportable Duarte apareciera esposado en las fotografías (pobre hombre, hasta en foto cae mal), ni hoy, ni mañana: la maquinaria que por un lado expele multimillonarios y por el otro, desecha miserables, siguió y sigue funcionando como sabemos funciona. Igualito.

 

Tampoco es cierto que con la nueva ley anticorrupción y sus órganos oficiales o fiscalías, se haya dado el primer escobazo del fin del mugrero, ni el primer trompetazo que derribará las murallas de la élite. No y sabemos que no.

 

El asunto es que en primer lugar veamos la realidad como es: no es cierto que el país es un albañal, son los integrantes actuales de la élite entre los que se generalizó este mal y eso tiene solución, siempre y cuando los mexicanos cambiemos nuestros hábitos electorales y seamos responsables: en nuestras manos está (y si no, el tío Sam nos va a venir a acabar de abollar la dignidad, eso no lo dude: los tenemos hartos a los del imperio del capital global).

 

Y por cierto, un último ‘no es cierto’: no es cierto tampoco que gracias a las ONG’s, instituciones y asociaciones de muy reputados personajes, esto empieza a cambiar, pues de esos, no pocos viven pegados a la ubre oficial.

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