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La Feria / Impudor y liviandad

La Feria / Impudor y liviandad
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Sr. López

La tía Elsa era el sueño de cualquier hombre al que funcionaran las gónadas con cierta regularidad, y que no tuviera problemas de aforo sanguíneo en el aparato reproductor (porque como bien dijo Jardiel Poncela, el amor es un asunto de hidráulica). Guapa de aflojar a su paso los adoquines de las calles de su natal Autlán, simpática de hacer sonreír una estampa de La Dolorosa, fiestera como cubana, y cálida como una surada veracruzana; sin defectos visibles, se casó a los 17 años con un señor de Guadalajara, un poco más que rico, del que se divorció “porque tenía un aliento insoportable”… pasa; del segundo -un médico viudo-, se divorció porque “vestía horrible”; del tercero, porque era una “tortura” su afición por el ajedrez; del cuarto, porque se levantaba muy temprano y quería que ella le hiciera el desayuno; del quinto, porque roncaba; del sexto, porque leía toda la noche; del séptimo, porque la encontró bailando ‘rock and roll’ con el chofer; del octavo cuando se dio cuenta que era el octavo (nomás por eso). Y ahí le paró, los demás ya fueron sin factura, placas ni tenencia. Cambió y cambió de hombre, siempre por poco razonables razones. Tuvo fama de lo que están pensando, pero lo cierto es que era buena persona, eso sí, frívola como serpentina, más superficial que un pato, menos profunda que un espejo.

 

El pasado día 14, nuestra flamante Secretaría de Cultura federal y el Museo del Estanquillo, anunciaron un programa especial de actividades, con motivo del séptimo aniversario de la muerte de Carlos Monsiváis (que se cumple este lunes 19). Muy bien.

 

Dice la Secretaría de Cultura que se trata de  un autor ‘esencial y figura central de la cultura del Siglo XX para la letras de Hispanoamérica’. ¡Fíuuu!, poquita cosa (no sólo de México sino de todos los países de habla hispana del continente… a todo dar).

 

La frivolidad debería tener límites. Hoy, en México, no parece así. Nuestros políticos (no todos, sí muchos), son buena muestra, nada más vea a quiénes se atreven nominar como candidatos (as), y qué alianzas hacen para las elecciones. Prueban también esta levedad, algunos consejeros electorales que defienden lo indefendible, con una pobreza discursiva de dar ternura, a golpe de lugares comunes que hacen bostezar al Juárez del Hemiciclo. Además, a buena parte de nuestra clase política, tan sin clase, se le ha hecho vicio el mentir con impudor de vendedor de autos usados y dejarse corromper -algunos, no todos, pero más que pocos-, con la tranquilidad que un cura da la bendición. Por eso, cuando de alabar se trata, ventilan la garganta con todo vigor: total, están hablando bien de un muerto, no hay riesgo de que les robe reflector, ni les gane un cargo.

 

Esto, aparte de que decir y hacer lo “políticamente correcto” alcanza ya proporciones de pandemia.  Alguien se acordó de la muerte de ‘Monsi’… y a hablar de él.

 

En su momento, cuando falleció en 2010, sin haberlo leído jamás la inmensa mayoría, sino (y quién sabe), en sus columnas y artículos periodísticos, nuestros estadistas de pacotilla, se deshicieron  en elogios por la “pérdida irreparable” y lamentaron su ausencia como si sus obras fueran lectura de cabecera de todos ellos.

 

Solo falta que ahora, a alguien se le ocurra resucitar la iniciativa de poner su nombre en el ‘Muro de Honor’ de la Cámara de Diputados federal. Que descanse en paz  Monsiváis, de quien Octavio Paz dijo que era un hombre de ocurrencias, no de ideas, y con quien comparte no aparecer el ‘Muro de Honor’ del Palacio Legislativo de San Lázaro.

 

Don Paz (que no padeció el horrible vicio de la humildad, que tanto estorba para ser estatua), debe trinar de rabia en su tumba por no estar inscrito su nombre en ese muro, pero Monsiváis, seguro se ríe, pues se lo negaron los mismos que votaron la inscripción del de Pancho Villa, los que aprueban informes de gobierno sin leerlos o la nacionalización de la banca, primero, y su reprivatización, después; la expropiación petrolera y su anulación posterior. Ese nuestro Congreso que calificó como ‘gran ejemplo para los mexicanos’ a Gregorio ‘Goyo’ Cárdenas, y aclamó de pie -en presencia del secretario de Gobernación de entonces, Mario Moya Palencia-, el discurso que hizo en la tribuna, liberado de la cárcel de Lecumberri el 8 de septiembre de 1976, por perdón extendido por el presidente Luis Echeverría, siendo lo que era, un asesino serial de mujeres. Pelillos a la mar. Tocaba aplaudir.

 

Ojalá así queden las cosas. Que ya no inscriban más nombres (ya están Cuauhtémoc, Nezahualcóyotl y Sor Juana Inés de la Cruz, que ni mexicanos eran), ni más instituciones (ya están la UNAM y el IPN). Mejor: que ya no inscriban a nadie, ni a él ni a otros de mayores merecimientos y lucidez.

 

Ese ‘Muro de Honor’, necesita una buena depuración, créamelo: faltan muchos y algunos sobran. Hoy, en buena medida es el muro de los cuates y los compañeros de partido. No hay ni uno de los Conservadores ni ‘los derechistas’, entre los que hay no pocos héroes y personas muy pero muy ilustres, que bien merecen estar entre los que hicieron la independencia, los liberales, los defensores de Puebla y Veracruz, Belisario Domínguez, Genaro Estrada, Cárdenas y muchos, muchos otros. Pero si ponen a Monsi, primero va Eraclio Zepeda (y Alfonso Reyes, Juan Rulfo, Octavio Paz y otros).

 

Dejando lo de la honorable pared (que realmente no importa nada); que nos disculpen por no tomarnos en serio la invitación a conmemorar el séptimo aniversario de la muerte de Monsiváis, digo, a menos que usted pueda hacer como que no sabe que nuestro secretario de Educación es el Niño Nuño y la secretaria de Cultura, María Cristina García Cepeda (señora sin duda, respetabilísima, pero sin las prendas que supone uno debiera exigir un cargo de tamaña importancia, disculpe usted).

 

De cualquier manera, diría Monsiváis, esto de ahora no es sino reflejo fiel del México de hoy, de lo que priva en el medio gubernamental nacional. No es sino una escena más de impudor y liviandad.

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