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LA FERIA / Desvergüenza

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Sr. López

 

Bien sabe usted que la lengua más temida de la familia materno-toluqueña de este López, era la de tía Victoria, quien sin decir jamás una mentira, demolió prestigios (aunque en su defensa debe decirse que no soltaba prenda si no le picaban la cresta). También sabe usted que Pepe, el más impresentable primo que tenerse pueda, aparte de muy inteligente, era un mentiroso profesional, querido por toda la familia, cómplice de todas las primas y sabedor de intimidades que jamás supo nadie, porque para él, ocultar la verdad era un gustazo. En cambio, al muy decente y correcto primo Danielito, la familia entera le sacaba la vuelta porque era más tonto que un ajolote y soltaba todo sin malicia ninguna, pero… como decía siempre la verdad; temible.

 

La verdad y la inteligencia son muy encomiables pero por sí mismas no sirven para nada. Se dice de alguien que es muy inteligente, como si eso significara que es laborioso, honesto y buen amigo… y hay inteligentes que se tiran la vida en una hamaca, ladrones de tiempo completo y de alma negra; eso sí: muy inteligentes. La inteligencia (diría doña Ana Cecilia), es neutra.

 

Lo mismo podemos decir de la verdad: de nada sirve la verdad pelona. De nada y a veces hasta tragedias provoca, nomás piense en las desgracias que según Sófocles, causó el baboso que le fue a decir la verdad a Edipo y Yocasta su esposa, que estaban tan a gusto y acabaron ella suicidada y él sacándose los ojos, al saber que eran madre e hijo (si hasta hijitos tenían ya… qué necesidad). 

 

No es esto el elogio de la estupidez y la mentira, se trata de aclarar que no basta ni una ni otra para que mejore nada.

 

El jueves pasado, por fin, la no querida autoridad de nuestro vecino del norte, los EUA, aceptó que México tiene un problema de delincuencia organizada de proporciones bíblicas, gracias a que su ciudadanía demanda esos productos artesanales que se inyectan, fuman, inhalan, se embarran y se meten por donde se les ocurre.

 

Rex Tillerson, secretario de Estado, y John Kelly, secretario de Seguridad Interna de los EUA, después de reunirse en la Casa Blanca con los secretarios de Relaciones Exteriores, Luis Videgaray y de Gobernación, Miguel Ángel Osorio Chong, dieron una conferencia de prensa conjunta y soltaron la verdad.

 

Don Tillerson dijo (entre otras cosas): ‘Debemos asumir este problema. Es nuestro. No hay otro mercado, solo nosotros. Si no fuera por nosotros, México no tendría un problema de crimen organizado transnacional (…)’

 

Y don Kelly: ‘(…) sabemos que somos el imán que produce el flagelo del narcotráfico y sabemos que la factura se paga en gran parte en México con violencia y muerte (…) mientras no baje el consumo en Estados Unidos, estamos librando una batalla perdida en la frontera’.

 

Rex, John… eso lo sabemos todos acá y desde siempre. No sirve de absolutamente nada que lo reconozcan si van a dejar vigente la imbécil ‘Iniciativa Mérida’ que les firmó Calderón, si va a seguir la idiota prohibición de las drogas que, ciertamente no es idea de los EUA, pero de la que son sus principales promotores.

 

No son los EUA los responsables directos de la tonta insistencia en prohibir el consumo de drogas, porque hay antecedentes contra el alcohol desde el siglo VII (en el Corán), y desde antes, contra el ‘haschisch’; en Egipto, que prohibió la ‘cannabis’ en el siglo XIII (y el Vaticano les hizo segunda contra la mota, en el siglo XV, bula del papa Inocencio VIII, ‘Summis desiderantes affectibus’; más o menos: ‘El deseo de más grandes emociones’); en China, contra el opio en el XVIII; y en España, que prohibió el peyote en 1720.

 

Pero la cosa se puso seria cuando los EUA en 1906, empezaron a corretear arponeros, cocos y macizos (‘Pure Food and Drug Act’, de 1906) y luego peor, cuando promovieron la ‘International Opium Convention’, que en enero de 1912, firmaron 13 países en La Haya, Holanda. Y ya con vuelo, le siguieron: ‘Harrison Narcotics Tax Act’ de 1914; ‘Marijuana Tax Act’, de 1937, aunque legalizaron el alcohol desde el 5 de diciembre de 1933 (ahí que nos expliquen).

 

Le entró a esta danza el presidente Eisenhower, que impulsó ante la ONU la ‘Convención Única de Estupefacientes’ (firmada en marzo de 1961, a los tres meses de que entregó el poder, ya en tiempos de Kennedy), asumiendo los yanquis el liderazgo mundial en la defensa de narices ajenas.

 

Sin embargo, la guerra contra las drogas como la conocemos, inició  el 17 de junio de 1971, cuando Nixon ante su Congreso, anunció ‘(…) un ataque a todos los niveles al problema del abuso de drogas en Estados Unidos (…) enemigo público número uno del país’; y creó la DEA. Nada más que Nixon calculaba que esa guerra iba a durar cinco años… bueno, cualquiera se equivoca.

 

Ahora, según la secretaría de salud de ellos (‘Office of the Surgeon General’), en los EUA hay más de 27 millones de adictos a las drogas y más de 66 millones de alcohólicos (informe del 18 de noviembre pasado), y afirman que en su idílico país del ratón Miguelito y Disneylandia, cada día mueren por sobredosis de drogas 76 ciudadanos (uno cada 19 minutos, dijeron).

 

Mientras, acá, por agachones, peleamos esta guerra ajena (gracias don Calderón): en 10 años vamos en más de 170 mil muertos y nadie se atreve a proponer la única solución: legalizar y normar el consumo de todas las drogas -todas- y que se las trate como al alcohol o aún con mayor severidad, pero sin hacerlo delito.

 

Si duda usted, sépase que el año pasado el gobierno yanqui destinó 200 millones de dólares para atender briagos y drogadictos, frente a un consumo anual de drogas estimado en 442 mil millones de dólares… nada más por eso está claro que es una guerra idiota y sin posibilidades de que la gane nunca nadie.

 

Así que si Rex y John, ya aceptan la verdad, sería como para que acá pusiera remedio nuestro gobierno, y como no lo van a hacer por miedo al tío Sam, van a quedar peor que don García (el de Juan Ruiz de Alarcón), y en lugar de verdad sospechosa, quedará en cinismo, más que verdad, desvergüenza.

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