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La Feria / ‘Cínicocracia’

La Feria / ‘Cínicocracia’
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Sr. López

 

Enseñan los clásicos que hay tres formas de gobierno: el de una sola persona que tiene toda la autoridad; el de unos pocos que se reparten el mando; y el de muchos. El primero es la monarquía; el segundo, la aristocracia; y el tercero, la democracia. Cualquiera de las tres puede ser buena o mala, dependiendo de cómo se ejerza el poder, de cómo se gobierne.

 

Si el monarca, el rey, es un tipo a todo dar, justo, prudente, fuerte y moderado, retacada el alma de virtudes y el cerebro de neuronas apropiadamente interconectadas, entonces ni quien se queje y al pasar a fiambre ilustre, hasta lo andan canonizando (como a Luis IX de Francia, en cuyo honor San Luis Potosí, en México, se llama así); nada más para que se dé una idea, lea parte de lo que dejó escrito a su hijo -Felipe III-, en su testamento: ‘(…) obra con toda rectitud y justicia, sin desviarte a la derecha ni a la izquierda; ponte siempre más del lado del pobre que del rico, hasta que averigües de qué lado está la razón (…)’. Sí: puede haber monarcas de presumir. Pero la monarquía, en manos de un bestia dedicado a nutrir sus vicios y fortalecer su vanidad, se llama tiranía. Palabra que no necesita muchas explicaciones.

 

La aristocracia, el gobierno de unos pocos, originalmente se entendía como el gobierno de los mejores… pero, ya ve cómo es la pasta de que estamos hechos los seres humanos: de una selección de los mejores, pasó a los integrantes de una clase (que patentó a mandobles el término para ser nada más ellos ‘los aristócratas’, fueran como fueran, nomás por el mérito de haber salido del vientre de una señora fecundada por uno de la aristocracia), y a esa forma incorrecta de aristocracia se le llama oligarquía, que viene a ser el mal gobierno de unos pocos.

 

La democracia es actualmente de lo más popular, hasta llegar a poderse hablar de un ‘fundamentalismo democrático’. Sin embargo no parece que toda la gente entienda bien de que va eso de la democracia, cuya sustancia es darle origen popular al poder (que no se trepe nadie de parte de Dios ni mucho menos, por sus pistolas). Es hacer residir en el pueblo el origen del poder y que el pueblo elija, controle y sancione a sus gobernantes. Suena muy bien, pero no es tan sencillo, para empezar porque ‘pueblo’, hoy nos creemos todos, pero en sus comienzos (en Grecia), no intervenían en las decisiones (no votaban), los ‘metecos’ (que eran los extranjeros, aunque tuvieran 70 años de vivir en la ciudad), ni los esclavos ni las mujeres… para el caso, hoy hay varios tipos de democracia: directa, indirecta, monárquica, parlamentaria, representativa y hasta ‘líquida’ (que me da flojera explicar). Lo que sí es común a todos los sistemas democráticos es que de una manera u otra, se consulta mediante votaciones a todos los ciudadanos, quién se monta de jefe y a veces hasta los asuntos de mayor importancia mediante votaciones especiales (referéndum, consulta popular, etc.).

 

Cuando la democracia degenera en el despelote de consultar todo, se llama ‘oclocracia’ (asambleísmo, tiranía de la mayoría, etc.).

 

En México somos un país democrático, pero a la mexicana, porque nos las hemos ingeniado para crear un ‘chilaquil’ político (en Chiapas tienen un término más preciso: ‘achigual’, que es el plato en que se revuelven las sobras de toda la comida para dársela al perro). Nuestra democracia es monárquico-aristocrática, con un añadido de parodia electoral periódica.

 

La democracia en México es una monarquía con fecha de caducidad, pero monarquía, en la que el señor-Presidente, manda y vuelve a mandar (aunque haya ingenuos que sostengan que se ha ido ‘acotando’ el poder presidencial… nomás vea las reformas estructurales que impulsó-impuso don Peña Nieto y me cuenta de lo mucho que se ha debilitado el de La Silla).

 

La democracia en México, también es aristocrática, porque solo un ciego-sordo-autista, no se da cuenta de la existencia de una reducida élite que prevalece con sus privilegios y canonjías intactos, esté en Los Pinos quien esté.

 

Si duda que esto es una aristocracia, revise las cifras sobre la concentración de riqueza en nuestra risueña patria: el 1% de los mexicanos tienen el 43% de la riqueza total del país mientras hay 55 millones de pobres (y creciendo); Oxfam -una de las pocas ONG’s que parece no está financiada por intereses inconfesables… parece-, en su informe de junio de 2015, dice: ‘(…) la dinámica de la desigualdad en el país -México- se encuentra en un círculo vicioso, ya que los más ricos del país, al concentrar riqueza y poder, fomentan políticas públicas y fiscales que les benefician y, a su vez, agravan la desigualdad (…)’… ¡chin, qué pena con las visitas!

 

Y por último, es una periódica parodia electoral, porque nuestras elecciones se trampean, tal vez no siempre pero sí con la suficiente frecuencia como para poder afirmar que nuestros comicios son una parodia.

 

Parodia es lo nuestro, por eso la apertura de las ‘candidaturas independientes’, quedó con más candados que las arcas nacionales. Por cierto: ¿sabe cuáles son los requisitos para aparecer en la boleta electoral en la Gran Bretaña?: que lo propongan cinco personas del distrito en que quiere ser usted candidato (y depositar 500 libras, que le devuelven si saca más del 5% de los votos, si no, no le devuelven nada por payaso).

 

Lo malo es que nuestra parodia democrática, monárquico-aristocrática, la del Pricámbrico clásico de algunos sexenios del siglo pasado, no evolucionó a una meritocracia en la que se hicieran de las posiciones del poder los mejores, los de mayores méritos, sino de a poquitos a un gobierno de complicidades que cuajó en nuestra vergonzosa cleptocracia vigente, régimen absurdo e inverosímil que insiste en presentar esta caricatura democrática como legítima, solo por decirlo, sin siquiera aparentar, sino al contrario  luciendo con cinismo lo bien que lo pasan allá arriba en el Olimpo del poder y la riqueza.

 

Esto ya no es ni parodia, ni cleptocracia, sino la cruel paradoja de la ‘cínicocracia’.

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