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La caja de Pandora / La Feria

La caja de Pandora / La Feria
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Sr. López

Este menda siendo ya un jovencito, pocos días después del funeral de un tío de los de Toluca, que murió pasandito los 90 -o sea: no se malogró la criatura-, se atrevió a preguntarle a la  abuela Virgen (la de los siete embarazos), si era cierto que el tío ya fiambre nunca se había casado porque le gustaba lo que usted ya entendió. Me miró la abuela muy seria y me dijo: -¿Con usted cómo era su tío? –le hablaba de “usted” a los nietos cuando estaba muy brava. –Bien –respondió el del teclado y ella agregó: -Pues eso es lo único que le importa y aprenda a nunca meterse en calzones ajenos –tenía razón.  

 

Ayer, la Cámara de Diputados aprobó una reforma a la Ley General de Salud para que médicos y enfermeras, no puedan ser obligados a practicar abortos legales (de los que autoriza la ley, perdone la inútil aclaración), cuando sus convicciones morales se los impidan, o sea, lo que ahora llaman “objeción de conciencia”.

 

Pasando por alto el tono sesgado con que alguna prensa presentó esta información, como un retroceso y a los “objetores de conciencia” en materia tan grave, como unos conservadores, retrógrados, que hacen gárgaras con agua bendita y no entienden que un aborto dentro de cierto plazo es equivalente a exprimirse un barrito, parece prudente señalar que alguna importancia tiene que un médico o enfermera, no puedan ser obligados a practicar un aborto cuando sus convicciones se los impidan. Un aborto no es nunca cosa ligera, por más que se adelgace la gravedad del asunto mediante la boba argucia de llamar “producto” a lo que sea lo que sea, es vida humana (mórula, blástula, embrión, feto, es todo lo mismo: vida humana en alguna etapa, aunque no necesariamente persona).

 

Y también parece conveniente recomendar prudencia a quienes -por otro lado-, consideran que toda mujer que aborta voluntariamente es una asesina que irá derechito a los reapretadísimos infiernos, porque esta vida enseña que hay asuntos sobre los que lo mejor es no juzgar, ya sin necesidad de mencionar circunstancias que estremecen a cualquiera que no esté hecho a marro (mujeres que resultan embarazadas por violación, mujeres que morirán sin remedio de continuar con un embarazo, niñas forzadas a preñarse, casos de vicio y miseria que el Dante dejó fuera de su repertorio de horrores). Sí, en esto, lo mejor es mantener el dedo apuntando al piso.

 

Además: es materia en la que han opinado muy parecido a los argumentos de estos tiempos, algunos a quienes se puede tachar de todo, pero no de mensos, por ejemplo Santo Tomás de Aquino (campeonísimo de la Liga Triple AAA de la teología católica), quien pensaba que el  desarrollo completo de la concepción sería hasta que el “producto” ya fuera un ser humano totalmente formado, momento en que el Dios en el que él creía, le infundía el alma y entonces sí, a partir de ese instante ya era intocable; no está uno inventando, ahí busque en su “Suma Teológica”, la cuestión 64 de la “Moral especial” (II-II, q. 64), donde en resumen dice: “en la generación del hombre lo primero es lo vivo, luego lo animal y, por último, el hombre”; este sabio calculaba para eso 40 días (para el varón) y ¡90! para la mujer, ¿por qué?… solo él.

 

Otro indiscutible para los católicos (San Agustín), 900 años antes que el de Aquino, coincidía casi exactamente, nomás que le calculaba seis días más al tiempo entre fecundación y formación de la persona (así, a ojo de buen cubero), y añadía que el aborto era homicidio cuando se tratara de un ser humano completo (ya con alma), pero que antes, era eliminar a un “concebido informe”, caso en el que no había homicidio pero por impedir la continuación de la formación de una persona, se debía aplicar una multa (bueno, eso decía él, comentando el pasaje bíblico Éxodo 21,22-23).

 

También puede convenir no andarse burlando de los que sostienen que desde el momento de la fecundación lo que sea que eso sea, ya anidado en el seno de la mujer, es vida humana y no es una parte del cuerpo de la dama en cuestión (por aquello de “es mi cuerpo y con mi cuerpo hago lo que quiero”: no señora, disculpe. no), pues un sabio como el genetista francés Jerome Lejeune, lo probó científicamente en 1959 y consiguió en 1973 la afamada “Declaración de los Médicos de Francia”, que sostiene: “En todo momento de su desarrollo el fruto de la concepción es un ser viviente, esencialmente distinto del organismo que lo acoge y lo nutre”. 

 

Como se ve es materia complicada. Lo que interesa es aclarar cuando menos, que no son enchiladas, ni parece muy correcto pontificar sobre el tema… ¡ah!,  y que no son unas bestias los legisladores que se atreven a poner un límite máximo de semanas para despenalizar el aborto (aunque ni sepan que andan cerca de lo que opinaban semejantes personajazos de la filosofía, la teología y la ciencia genética).

 

Tema más sencillo y también interesante, es lo de la “objeción de conciencia”, de fácil defensa si de algo tan gordo como matar o no matar, se trata, pero que tiene amplias consecuencias, pues la “objeción de conciencia” es nada menos que desobedecer la ley por las convicciones personales de uno, cuestión que ya da quebraderos de cabeza a las cortes de muchos países, por ejemplo, con los que no defienden a su patria en caso de guerra por “objeción de conciencia” (y por lo mismo, no prestan el servicio militar, sin guerra).

 

No está prevista la “objeción de conciencia” en nuestra Constitución (sí en la norma sobre el aborto y nada más, por razones que no tendrían que aclararse, pues los médicos juran nunca hacer nada en contra de la vida), pero ahora sin darnos cuenta ha quedado abierta la posibilidad de que cualquier listo en otras cosas, se declare “objetor de conciencia”.

 

El tema es sabroso porque ya se presentan casos de personas que por “objeción de conciencia” no pagan los impuestos, pues su moral les impide dar dinero a gobiernos con los que no están de acuerdo o que hacen cosas que a ellos les parecen equivocadas. Han abierto la caja de Pandora.

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