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¡Hay un Dios! / La Feria

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Sr. López

 

La gente normal, o sea, la mayoría, siente la boca amarga por los sucesos en Barcelona: unos cuantos terroristas asesinan y lastiman gravemente a personas comunes. Este acto y todos los anteriores, merecen la universal reprobación. Nada puede justificarlos. Nada.

 

El terrorismo es la forma de lucha más vil, extremo opuesto a la resistencia civil pacífica, que persigue los mismos fines sin lastimar a nadie. La prensa mundial hace eco de ello, pero -salvo raras excepciones-, no explica el origen del actual terrorismo de ciertos grupos islamitas.

 

Lo que es tragar una piedra de molino es aceptar la ramplona explicación de los gobiernos de las potencias mundiales: hay fanáticos de la religión del Islam. Como si de repente un señor termina de arreglarse por la mañana, ve que es un día soleado y decide irse con su chaleco de dinamita a volar la estación del tren, o va por la calle manejando y se le ocurre que es buen momento para ir por la banqueta atropellando personas.

 

Sin ir al origen remoto de este fétido guiso, que ahora toca a occidente paladear, recordemos que al final de la Primera Guerra Mundial, Turquía perdió su dominio sobre Palestina que campanudamente tomó bajo su mandato la Gran Bretaña. Luego, pasada la Segunda Guerra Mundial, los británicos aventaron el arpa y la ONU decidió absurdamente (o sea por votación, no con la razón), crear dos países: Israel y Palestina, sin considerar importante que Palestina ya existía desde mil años antes de Cristo y que es territorio musulmán desde el año 661.

 

Europa no va  a confesar jamás que le incomoda la presencia judía. Por eso ya desde 1903, el Secretario británico colonial Joseph Chamberlain propuso al movimiento sionista de Teodoro Herzl (financiado por la poderosa familia de banqueros judíos Rotschild, británicos y franceses), el ‘Programa para la Uganda Británica’, que dotaba con territorio de la actual Kenia al pueblo judío, plan aprobado en el sexto Congreso Sionista de 1903 en Basilea, pero la comisión que fue a inspeccionar el territorio, dada la numerosa población masái que ahí habitaba (y los leones, en serio), decidió “declinar cortésmente” la idea… regresaron diciendo ¡hay leones!

 

La Rusia zarista salió con su batea de babas y ofreció Siberia (una mentada de madre), y como no se fueron, los persiguieron (los ‘pogroms’, que en ruso significa ‘devastación’, linchamientos masivos de judíos).

 

Luego, a iniciativa de Polonia (1937), Francia ofreció a la Alemania nazi la isla de Madagascar (costa sureste de África), para mandar allá lejos a los judíos (conferencia del ministro francés de Asuntos Exteriores Georges Bonnet con el de Alemania Joachin von Ribbentrop). Este plan a Hitler le parecía a todo dar, pero se apestó por la Segunda Guerra Mundial.

 

Igual, cuando la ONU tomó el asunto, en Palestina convivían sin problemas judíos, cristianos y musulmanes. En 1947, los palestinos de raza árabe y religión musulmana eran dueños del 97.5% del país, y los palestinos de raza y religión judía, tenían el 2.5% del territorio, pero la ONU decidió porque sí, dotar al nuevo Estado de Israel con el 54% del territorio de Palestina, a la que dejaron sin reconocimiento como país (a la fecha). Los demás países árabes dijeron que esa no la cantaban y se desató la guerra intermitente que continúa (ahora Israel domina el 80.48% del territorio de Palestina). Luego y por lo mismo fueron las guerras contra el Líbano… pero no hay espacio para tanto.

 

Desde 1938, cuando los EUA y Europa descubrieron que los países árabes nadaban en petróleo, se metieron en la región a trancas y barrancas y luego, en 1979, la URSS (hoy Rusia) a Afganistán, que no tiene petróleo ni casi nada, aparte de afganos y una ubicación geoestratégica de privilegio: desde ahí Rusia iba a monitorear a las grandes potencias del rumbo: China, India y Pakistán; y cerraba el cerco a Irán, en caso de guerra con los EUA, que tendría dos frentes: Iraq y Afganistán; lo malo fue que los afganos no son nada dejados y con el apoyo yanqui, echaron a Rusia en 1989 (le llaman el Vietnam ruso). Esto importa porque fue ahí cuando nació lo que hoy llamamos indebidamente “terrorismo islamita”, que no tiene nada que ver con esa religión sino con intereses políticos y económicos… yanquis.

 

El tío Sam por lo de Afganistán no iba a intercambiar bombazos atómicos con la URSS, así que se le ocurrió que la CIA adoctrinara  a los jóvenes con una versión amañada de la “yihad”, la guerra santa, pues el Corán solo permite la guerra en casos muy específicos y con reglas tan estrictas como la prohibición de cortar árboles del país enemigo. Ya decidido EUA a educar bien a los niños y jóvenes afganos, mandó imprimir en el Centro de Estudios Afganos de la Universidad de Nebraska, Omaha, una versión de los libros de texto de las escuelas afganas (las “madrasas”), poquito distinta, con retórica bélico-religiosa, empollando una generación completa de potenciales terroristas y radicales, armados por la CIA (Washington Post, WP, 23 de marzo de 2002). Lo llamaron Operación Ciclón (duró 25 años y les costó más de 40 mil millones de dólares). El terrorismo que nos indigna lo crearon los EUA.

 

Chris Brown, de la “Central Asia Task Force”, declaró al WP: “(…) estuvimos felices de que esos libros destrozaron a la Unión Soviética”, pero olvidó decir que de ahí salió Al Qaeda, la de Osama Bin Laden, financiada, promovida y armada por los EUA, y  la actual “fuerza del mal”, ISIS.

 

No son chismes, lo aceptó en 1998 el Consejero de Seguridad Nacional de los EUA, Zbigniew Brzezinski (entrevista con el semanario francés Le Nouvel Observateur), quien dijo no arrepentirse de la Operación Ciclón: “(…) detuvo la expansión del comunismo y eso es más importante que el Talibán”. Ha de ser, pregunte en Barcelona, París, Londres…

 

Ya después siguieron las guerras de Kuwait, Irak, la “Primavera Árabe”, la avalancha de refugiados islamitas a Europa, pero para que no nos pongamos nerviosos, don Trump va a arreglar todo eso… ¡hay un Dios!

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