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Grandes remedios / La Feria

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Sr. López

Este menda no quiere escribir sobre el sismo del martes 19 de septiembre de este horrible 2017. No quisiera ya jamás tener que escribir sobre tragedias que suman al terror, la azorada impotencia total ante la infinitud de la asesina fuerza ciega de la naturaleza, indiferente, incomprensible, implacable. Solo Dios entiende a Dios.

 

Lo que su texto servidor piensa de estas tragedias ya lo dijo hace pocos días por el terremoto que asoló a Chiapas y Oaxaca, donde no ha menguado el desastre. Ahora no encuentra qué agregar ante lo sucedido en la capital del país, Morelos, Puebla, el estado de México, Guerrero, Hidalgo, Veracruz, Tlaxcala… otra vez.

 

No quiere este López, remachar en la incansablemente generosa reacción del pueblo mexicano ante estas hecatombes, no solo por ser innecesario, estando tan a la vista, sino por el asco que le da la simulada verborrea emotiva de algunos de la comentocracia profesional mexicana -algunos, ni todos ni muchos, algunos-, que usan del modo más vil los sentimientos a flor de piel de la gente para subir en el aplausómetro y aparentar que de veras les cala lo que está pasando, cuando lo único que buscan es “raiting” (igual que se usó a lo canalla el espantoso caso de la joven Mara en Puebla, para escribir lacrimógenos lemas y artículos de sensiblería de segunda mano que nadie puede criticar, por corrección política).

 

Y lo que no debe decirse por decencia, es que los mexicanos somos especialmente solidarios: así es nuestra especie. De la gente, la más inmensa mayoría (sic) es buena, por eso no hemos desaparecido de la faz de la Tierra. Por eso lo malo, lo egoísta, lo torcido, es noticia, por raro; sería muy preocupante que lo bueno fuera novedad. Por cierto: miles y miles de taxistas prestan debidamente su servicio todos los días del año, millones de veces; de ellos no se habla: el monstruo que secuestró, violó y mató a la señorita en Puebla, es lo extraño, por eso mismo escandaliza y llama la atención.

 

Otra cosa: algunos de esos aristócratas de la opinión pasteurizada (y homogeneizada), reclaman airadamente la ausencia en esta emergencia, de los políticos y de los líderes de los partidos. No. Que se queden quietos. No les toca. Lo que hagan será malinterpretado (o sea: bien interpretado), como protagonismo y capitalización del dolor ajeno. Callados están bien: por prudencia, los políticos buenos (que los hay y son más de los que parece; no santos, buenos de banqueta, normalitos, como todos); por indiferencia, los malos (que no son tan pocos como uno quisiera), como los legisladores federales que la misma noche del 17, cenaron muy contentos en un restaurante de lujo, de esos en que la cuenta suma varios miles de días de salario del peladaje de a pie: que les aproveche.

 

Los gobernantes, los que tienen que plantar cara a los hechos, están haciendo lo correcto, sin meternos a adivinar intenciones. Debe decirse: las autoridades han reaccionado bien. Es su deber y saben que más les vale, sí, pero sin peros: han hecho lo correcto y es otro género de bajeza regatearles aceptar cuando cumplen… también por ‘raiting’, por conservar su nicho de mercado (de lectores). La prensa extranjera habla del tenaz esfuerzo de voluntarios, soldados, marinos, policías, bomberos, médicos, enfermeras, que no saben de cansancio, luchando todo el día, toda la noche, todo el día siguiente y lo que haga falta, con la esperanza de rescatar vivo a uno, uno más.

 

Otro por cierto: que se gasten su presupuesto los partidos. En las urnas nos vemos. Lo único que no hace falta para estos casos es dinero, hay lo necesario y si hace falta más, hay más. Lo que sí interesa es que de verdad, muy en serio, el gobierno federal impida que se vuelva a extraviar un solo peso entre las manos de los que medran con el dolor de todos. Eso sí. Y, como anécdota tristemente simpática: ya tuvieron que pedir las autoridades en la CdMx, que la gente ya no mande comida y en Cuernavaca, una señora (único título nobiliario que reconoce este menda), que está al frente de un centro de acopio y coordinación de apoyo a los damnificados, comenta a este junta palabras que no había visto tantas tortas en su vida, porque por algún atavismo muy mexicano (este sí), en cuanto una connacional nuestra oye que ha sucedido una tragedia, hace tortas, pensando con acierto que las penas, con pan son menos.     

 

De lo sucedido el 7 de septiembre y el 19, ya saldrán nuevas reglas de construcción, mejores modos de prevenirnos. No lo dude. Pero tampoco dude que seguirán sucediendo cosas que a todos nos sobrecogen. Japón es el país más vulnerable a los terremotos; saben todo del tema; construyen como si el Enola Gay fuera a pasar diario (es el nombre del avión que les echó la bomba atómica); tienen sensores instalados hasta en las mascotas… y el 11 de marzo de 2011 el terremoto de Kobe, de magnitud 9, les costó casi 21 mil vidas, y desplazó la isla principal del país, 2.4 metros hacia el este… sí, con la naturaleza no se puede.

 

Nuestra situación sísmica, bendito sea el Dios en que cada quien crea, no es ni cercana a la de Japón y mucho se puede (y debe) hacer para atenuar las consecuencias de los temblores que sin duda habremos de tener.

 

En este momento, diez de la noche de ayer que teclea este menda, la cuenta ronda los 200 muertos y sigue la lucha por rescatar a los que están enterrados vivos.

 

Atenaza el alma el caso del colegio Rébsamen en la CdMx. Han hablado con Frida, la niña que ha dicho que está bajo “una mesa muy fuerte” y ha informado que con ella están con otros cinco niños vivos; la Marina Armada está al frente de ese rescate con el invaluable apoyo de muchos voluntarios… tal vez ahora o pronto, en la Ciudad de México, recordando a estos niños se convenza la gente de que es hora de revisar y reforzar todo lo construido y en la zona que antes era lago, de plano, demoler los pisos excedentes: dejar a la buena suerte esto, no es la respuesta; el heroísmo forzado tampoco.

 

A grandes males, grandes remedios.

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