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Enderezar jorobados / La Feria

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Sr. López

 

Bueno, pues enterarse de las noticias del día en la televisión y los diarios, la radio y el internet, las nacionales y las locales, provocan a este menda la misma sensación de tristona alegría que causan los recuerdos que saltan sin previo aviso, al hojear un viejo álbum familiar de fotografías en que de repente se encuentra uno en aquél festival escolar junto con los papás (ellos irreconociblemente jóvenes y uno irremediablemente ridículo “per saecula saeculorum” -hasta que la foto se acabe de borrar y alguna mano cristiana destruya el negativo- con el disfraz de girasol de un malhadado “Día de las Madres” de allá por los años 50 del siglo pasado); ese sentimiento de regreso súbito al pasado que causa toparse en un cartoncito sepia, de la mano del abuelito, que no era el viejito que uno veía a esas edades, pues resulta que era más joven que uno ahora; ese traer de golpe y porrazo al presente, la foto de la Navidad de 1960 posando con el patín del diablo que le trajo el Niño Dios (en esa era, Santa Claus no traía nada, no señor, que éramos un país que intentaba resistir la invasión cultural yanqui).

 

En los hechos, antier inició la campaña priista en pos de la elección del próximo año, con todo el ritual que usan siempre los tricolores en estos casos, más alegres que el jibarito.

 

Cualquiera nacido hace 30 años o menos, no lo sabe pero estamos viviendo un refrito del pasado (pasado siempre presente en esta nación nuestra en la que el futuro parece que nunca acaba de llegar, ratificando que, de veras, México debiera ser la cuna del surrealismo), un “déjà vu nacó”, un retorno a veredas ya muy andadas, por cortesía de nuestra esnob clase política -porque esnob viene del inglés “snob”, que según los que saben, es contracción del latín  “sine nobilitate”, sin nobleza-, que es de lo que carecen algunos de estos que hoy por hoy -y esperemos que por no mucho más-, tienen monopolizado lo que debiera ser el más noble oficio, la política (“algunos”, se repite, no todos y tal vez ni la mayoría, pero los suficientes para que dé asquito la cosa pública). Y pensándolo bien, más que innobles: rascuaches, cuando no ruines, zafios y hasta ladrones (¡oh, sí!, lo lamento, no quiere uno robarle su candor de tenochca estándar, pero también hay deshonestos… ya, calma, no desespere, ¡hay un Dios!).

 

La cargada priista en apoyo a su ya indiscutible candidato a la presidencia de la república, José Antonio Meade, no es una falta de respeto a ideología ni principios del priismo, que eso ya fue en marzo de 2013, cuando en impúdico acto público de travestismo político, cantaron “Cambalache” a coro, abjuraron de su fe y creencias (muy su modo, muy su partido, ni quien diga nada), y se nos presentaron con sus revolucionarias cananas pero sin “Marcha de Zacatecas”, sino bailando “El lago de los cisnes”, de puntitas y tutú.

 

Pero el PRI a pesar de los pesares, sigue siendo un muy competitivo instituto político, tanto que cuando se les ocurrió en 2006, poner de candidato al impresentable Madrazo, así, con semejante adefesio y todo, obtuvieron el 22.03% de la votación  (9 millones 301,441 votos)… y eso porque los propios mandones priistas lo derrotaron. Piense nomás que Cuauhtémoc Cárdenas, con todo su prestigio nunca logró llegar a 6 millones 300 mil votos (en 1994 obtuvo 5’852,134 y en el 2000 sumó 6’256,780, el 16.59% y el 12.02% respectivamente, en ambas ocasiones en tercer lugar). 

 

Sí, el PRI para procesos electorales es cosa de tomarse en serio, por más que sea una enormidad la cantidad de gente que lo detesta -cosa nada nueva-, y por más  que en esta vuelta, por obra y gracia de Peña Nieto y compañeros mártires, esa masa de voto antiPRI debe ser mayor que nunca… pero, igual, después del estrepitoso proceso de 2006, para el 2012, sin aspavientos (a las chuecas y a las derechas), Peña Nieto se alzó el 38.20% de boletas electorales, subiendo hasta 19’226,784 votos (casi diez millones más que en la elección anterior… se dice fácil).

 

En cualquier caso, el PRI tiene muy claro que el único peligro a la vista es López Obrador. El afamado Pejehová, redentor de todos nosotros los del pueblo bueno, se diga lo que se diga, es un fenómeno cosechando votos. En su primera aparición como candidato, en 2006, consiguió 14 millones 756,350 votos (el 35.29%), quedando debajo de Calderón solamente el 0.62% (nada, un pelo de gato); y en la segunda, la de 2012, contra Peña Nieto, el Pejeremías llegó al 31.57% (15 millones 896,999 votos).

 

Esto es: el Pejecutivo Legítimo, con todo en contra, a pura fuerza de pulmón y a pesar de sus propios errores, tiene un piso de votos equivalente a casi un tercio de los que salen a votar, piso al que se puede sumar el voto de hartazgo de mucha, mucha gente. Ese es el peligro único para la candidatura de Meade, aunque más le valiera a López Obrador, reflexionar en que en su segunda presentación quedó más lejos del triunfo que en la primera (del 35.29% bajó al 31.57% que es poco más del 10% de votos menos, respecto del total que entró en las urnas).

 

Si hay o no hay un frente de PAN, PRD y MC, el competidor a vencer sigue siendo el Pejehová, para gusto de sus seguidores y berrinche de sus detractores. López Obrador a sus 64 años de edad y sin que mengüen sus fuerzas ni su tesón (o necedad, según sea de sus fans o enemigos jurados, usted acomode el término que le parezca mejor), sabe que es su última oportunidad… y ha aprendido cosas en el camino.

 

Sostiene este López que va a ganar José Antonio Meade por varias razones, la principal de las cuales es que la gente nomás no sale a votar en masa: la abstención ronda el 40% del total del electorado; la segunda razón es que el dueño de Morena no garantiza al cien por ciento los intereses del gran capital (nacional y extranjero), y eso es una muralla de sillares macizos de oro en el camino del Peje a Los Pinos.

 

Y como este menda no cree en milagros: va a ganar Meade. No vamos a cambiar, así somos y a Dios no le da por enderezar jorobados.

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