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El mercader de ilusiones / A Estribor

El mercader de ilusiones / A Estribor
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Juan Carlos Cal y Mayor

Recientemente se dieron a conocer nuevos sondeos de opinión donde se observan altos niveles de popularidad del presidente con más menos una aprobación del 70%. Es necesario diferenciar que la aprobación presidencial no es equiparable a la intención de voto. No quiere decir que del 53% que obtuvo en la elección se haya incrementado. Quien así lo concibe ignora, se autoengaña o pretende engañar a los demás. Esa euforia triunfalista se traduce en un optimismo infundado que sin embargo logra permear en amplios sectores que tienen fincadas sus esperanzas en que las cosas van cambiar positivamente. Todo es cuestión de tiempo -dicen- porque acabar con el “cochinero” heredado tomará tiempo. En eso radica el que prevalezca una euforia  colectiva que contra todo razonamiento lógico piensa que vamos en el camino correcto.

Para los analistas políticos y expertos en temas financieros o de seguridad, esa popularidad es un sin sentido siendo que, en esos dos temas cruciales, la seguridad y la economía, las cosas van bastante mal. En nueve meses se desplomó la economía.  Había un crecimiento sostenido como resultado de las políticas económicas en los últimos 30 años. El tratado de libre comercio, la autonomía del Banco de México, la apertura comercial con otros mercados y la disciplina fiscal para no gastar más de lo que ingresa a las arcas públicas. Ahora enfrentamos una recesión que se acentúa en los estados más pobres del país. Y no es producto de factores externos. Que no nos vengan con ese cuento. Son el resultado inmediato de políticas populistas que ahuyentaron la inversión.

Ciertamente la moneda mexicana se ha fortalecido al grado de contener los embates que en el pasado demostraban su fragilidad. Nuestro mercado externo representa hoy cerca de 65% del PIB nacional y las exportaciones, alrededor de 30% (el doble de los niveles de 1986). Esta presencia de México en el comercio mundial se inició a partir de los años 80, cuando se dio la apertura de la economía y se adoptó un modelo de desarrollo orientado a la exportación, que ha llevado a que la producción mexicana se incorpore a las cadenas de producción global. Nuestro Producto Interno Bruto (PIB) de 1,291 miles de millones de dólares. México es la  2ª. economía de América Latina y 15° del mundo (1.67% del PIB mundial).

A pesar del crecimiento, nuestra deuda pendiente como la de muchos países en vías de desarrollo, es la desigualdad social claramente marcada en el desarrollo regional.  Recientemente el secretario de Hacienda destacó la disparidad de crecimiento diametralmente opuesta entre entidades como Nuevo León y Chiapas.

La llamada cuarta transformación pretende reducir esa desigualdad enfocando sus esfuerzos en dos ejes temáticos: La política social a través de programas asistenciales incrementando considerablemente los apoyos económicos directos entre la población más desfavorecida.  Y el rescate de Pemex para incrementar la producción petrolera, la construcción de la refinería de Dos Bocas y la construcción del Tren Maya. En esos temas donde se destinará una fuerte cantidad de recursos existen un gran escepticismo en cuanto a que sean efectivos detonadores del crecimiento. Lo del NAIM es un capricho que nos costará muy caro a los mexicanos. Lo que si vale la pena es el canal transísmico aunque no se ha puesto mayor énfasis en el tema.

A pesar de las fuertes críticas de un sector nada despreciable de la población que son millones de mexicanos, al menos un 30%, el presidente se ufana en su terquedad y cree como un illuminati, que las cosas le van a funcionar. Lo más importante para él, es que tiene éxito en inspirar una confianza ciega en sus seguidores. Como todo liderazgo profético trasmite esperanza y bien dice el dicho que la esperanza muere al último. Que la esperanza es un sueño despierto decía Aristóteles. Es, sin lugar a dudas, un gran vendedor, un mercader de ilusiones. Y no falta quien se las compre.

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