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El cuento fantástico / La Feria

El cuento fantástico / La Feria
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Sr. López

 

Estará usted de acuerdo con este menda en que lo correcto es hacer lo correcto, lo que en el caso del tenochca estándar (porque siempre hay excepciones, lo que viene a significar, bien vistas las cosas, que si siempre hay excepciones, también hay veces que no hay excepciones… mmm), sigo: para el feliz habitante promedio del Edén patrio, hacer lo correcto significa básicamente, respetar las formas. Nomás.

 

“Mi más sentido pésame”, decimos con cara de circunstancia -con la misma emoción con que damos la hora-, porque el del ataúd es un reverendo desconocido, pero… como ya está uno ahí. “¡No supe!”, exclamamos disculpándonos por no haber ido a visitar al compadre que estuvo dos meses entre la vida y la muerte en el hospital. “Ojalá no sea nada”, murmuramos a la vecina, reprimiendo el bostezo, oyendo los detalles de la triquinosis de su marido. “¡Me hubieran avisado!”, es lo adecuado para que no se nos note el alivio de no haber sabido que chocó un sobrino y pasó dos días detenido. “Cuando quieran, esta es su casa”, despidiendo ya de noche, a la visita que creyó que la invitación era a vivir y no al desayuno de primera comunión del niño de la casa. “Ya sabes, lo que se te ofrezca”, decimos colgando el teléfono, sin dejar de ver la tele, al que nos informó -deshecho-, que le embargaron su casa.

 

Así somos: “¡qué lindo nene!”, aunque parezca batracio. “Igual, preciosa boda”, como atenuando que los granaderos fueron a restablecer el orden. “¡¿Dónde la compró?!”, (dícese con entonación de “qué cosa más linda”), para no vomitar sobre la sala de estreno, modelo “tigres de la Malasia”, que nos presume la suegra. “¡Todo muuuy bien!”, palmeando la espalda del orgulloso papá de la quinceañera, huyendo de la fiesta modelo Atayde Hermanos. “Hay que repetirla… nos hablamos”, al despedirse de quien no quiere uno volver a ver en la vida.

 

Como parte de nuestra herencia cortesana (300 años de colonia algo dejan), somos obsequiosos, cuidamos las formas (“no dejes de llamarme”, “me dio gusto verte”, “cantas precioso”, “es envidia de la buena”)… podríamos escribir un compendio en 12 tomos, de frases hechas, socialmente aceptadas para cualquier circunstancia de la vida en que se deba mostrar simpatía, aceptación, entusiasmo o aprobación de cosas y asuntos que nos son indiferentes, molestas o risibles. Todo, menos la verdad, que por eso acuñamos en México la palabra “claridoso”, que nos sirve para descalificar por majadero, al que llama a las cosas por su nombre y no diluye la realidad.

 

Imagino que usted mismo al leer estas destempladas reflexiones está pensando: “pero ni modo de ir por ahí ofendiendo gente”. Y tiene razón, también este López, puro mexicano, se comporta así y hasta ha inventado frases con las que salir del paso, por ejemplo, la vez que en el aperitivo previo a una comida, un matrimonio enseñaba las fotos de sus vacaciones en Cancún y ante la imagen en mini-micro bikini, pero diminuto, de la cincuentona señora -cuerpo de tinaco parado, gelatinosas carnes aceitadas y cara de rana insolada-, se hizo un silencio de estupefacción entre los presentes, al punto que urgía decir algo, y salió este menda al quite, diciendo: -¡Admiro la naturalidad de la mujer de hoy!… la señora como por ensalmo, sonrió coquetonamente, suponiéndose admirada y apetecible (¡ella!); y el marido torció una sonrisa de: “nomás pa’ que vean lo que traigo”. Comí a doble carrillo, orgulloso de mi proeza.

 

De acuerdo. Así somos. Así debe ser. La virtud de la caridad ensalivada… peeero, también hay cosas que son exageraciones, que rayan en la burla, propias del Voluntariado de la Corrección Gratuita. A un desconocido no se le dice que es hermosa su corbata de mazorcas de maíz; a una dama en una cena formal, no se le chulea su peinado de aguacero de sebo; y no se mete a una funeraria a repartir pésames por fiambres anónimos.

 

Ahora, aparte, gracias a las redes sociales, estelarmente tuiter, ‘guasap’ y Facebook, se ha enconado la práctica artificial de virtudes humanas como la amistad, la comprensión y la generosidad. Vía tuiter, cualquiera se solidariza con cualquiera, aunque nadie vaya a cambiarle la llanta ponchada a la “amiga” setentona que está tirada a medianoche en una avenida.

 

Se lo comento porque universalmente, la clase política tomó por asalto las redes sociales, sin ningún pudor, pues aparte de que sí les sirve para comunicarse con mucha gente, tiene la ventaja de que se puede inflar el número de “seguidores”, lo que nutre el elefantiásico ego que sufren muchos de ellos. Y sabiendo que pagan por falsos seguidores, se creen populares.

 

Es sabido que los políticos al uso en México (no todos, se entiende), no desaprovechan oportunidad de hacer lo políticamente correcto, aunque sea incorrecto. Antes eso se les notaba por su insolente insistencia en disfrazarse para la ocasión, creyendo que la gente se traga el cuento de que tipos de ciudad, restaurante de lujo, carro con chofer y avión privado, al mismo tiempo son vaqueros, rescatistas, ciclistas, enfermeros o ingenieros; por eso ahora comulgan en misa, se ponen mandil con los masones, kipá (gorrito) si desayunan con la comunidad judía, botas texanas y cinturón piteado para ir a una feria ganadera. Vacíos de contenido viven de apariencias… y se han enviciado de tuiter y zarandajas tecnológicas similares con descaro de borrachín de callejón.

 

Se conduelen de las penas de todos nosotros los que constituimos el pedaje nacional, por sismos, huracanes o incendios. Se alegran con el país entero si la Selección Nacional le gana al aguerrido equipo del Sahara Occidental (territorio no autónomo)… ¡ah! y nos felicitan en Navidad, Año Nuevo y Reyes. Sí.

 

Y esto tiene una gran ventaja: se exhiben “urbi et orbi” como lo que son, unos oportunistas que nunca van a usar tuiter para informar cómo ejercen el presupuesto del erario, ni del avance de sus programas de gobierno. Lo de ellos, lo de hoy, es la política escenográfica, repetir sin Cachirulo el Cuento Fantástico.

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